14 Hermanas

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Camila

Después del almuerzo, con el sol descendiendo entre los árboles de la calle, regresamos al auto, ahora con provisiones. Voy adelante con Mat; por el espejo veo a Damon perdido en la ventana y a Lee, más bien solo su cabello, perdida en un libro de Física.

Lee tiene, tenía un gran futuro por delante. Yo le quité eso. Lo tenía en su curiosidad, la misma que veo en Damon cada vez que le hablo de mil cosas científicas. Quizá no fue ingeniero ni científico, pero su nombre igual fue conocido. Suele mandarme a callar, pero a veces se queda en silencio y escucha. Creo que le asusta no entender.

Entre las cosas del auto, encontré un dispositivo de esos viejos que apenas tienen pantalla y sirven para poner música y nada más. Se conecta por un endeble, y casi deshilachado, cable a la radio y la música cubre el silencio.

Tengo demasiados pensamientos como para hablar con Mat. Terminaría hablándole sobre Valentina y las tardes en que salíamos a tomar café, solas las dos; las noches de películas y pizza; las peleas por la ducha y las series que veíamos juntas. Terminaría llorando es lo que quiero decir.

—No podemos seguir. —Mat se detiene en el borde del puente que sale de la ciudad y se dirige al sur.

Es por donde vine, aunque yo tomé vías menos colapsadas y tampoco es que me importase mucho.

Aquí los autos no frenaron a tiempo. Lee se sumerge entre las páginas para evitar los autos volcados, golpeados y, algunos, solo formados como bloques de lego uno contra otro.

Cada vez veo más muertos, más cuerpos desintegrados en mundos virtuales y quemados hasta su centro, hasta su voluntad. Por mi culpa.

—Podríamos buscar uno al final del puente y cambiar de auto —sugiero.

Solo quiero salir de aquí.

—¿Quién eres y qué pasó con Cami? —bromea Lee.

El libro se queda en el auto cuando salimos a sortear autos en busca de alguno en buen estado. Hacia la mitad del puente hay más espacio en el resquebrajado concreto que deja ver más allá de un montón de metal a los detalles de la escena apocalíptica.

Algunos muñecos caminan al final del puente sin rumbo. Los más conscientes, los que no han entrado en una fase que inhiba su movimiento real por el virtual. Uno se descompone en un movimiento que lo retuerce como una trenza y lo suelta contra el muñeco. No necesito acercarme para escuchar las vértebras como fuegos artificiales al quebrarse.

—Lo difícil va a ser transportar todo al otro auto —comenta Mat pasando entre un auto rojo y uno gris. Usa los espejos para alzarse sobre la parte colapsada—. Bueno, no que tuviésemos tanto.

Su sonrisa es natural, pero para mí es un veneno delicado. Subo como puedo sobre el capó del auto rojo y me deslizo al asfalto. Frente a mi hay un auto blanco igual al de mi hermana mayor. Salieron a buscarme o eso dijo Damon, pero nada dice que llegaron.

—¿Valentina? — pregunto al vacío.

Solo hay una persona en el auto. No tengo tiempo de pensar que le pasó a Frank. Hay muchas posibilidades y una de ellas es que haya saltado, víctima de la inconsciencia y lo que sea que haya estado haciendo en su mundo virtual.

Ignoro las preguntas cuando me acerco al auto. Mis manos actúan como escudos a la luz para ver al interior, a la melena de cabello café y la chaqueta roja que le encanta. Las gafas reflejan su luz blanca sobre el tablero del auto. Tiene que ser alguien más, producto de mi imaginación. Pero no lo es.

—Lee, hazme un favor: tráeme mis pastillas. Están en algún sitio en el auto. —Damon habla con una calma irracional en algún punto detrás de mí.

Error 410: Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora