Ese día en la terraza

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El viento hacía que todo el ruido e la ciudad a sus pies sonara tan lejano como el sol que se ponía entre los edificios de Nueva York

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El viento hacía que todo el ruido e la ciudad a sus pies sonara tan lejano como el sol que se ponía entre los edificios de Nueva York.

Damon se apoyaba en el barandal de aquella terraza a más de diez pisos sobre las calles iluminadas y a rebosar de personas. Es lo que tenía un viernes por la tarde con un montón de idiotas locos por llegar a casa.

Él, particularmente, no quería estar en ninguna parte ni ser nadie.

Para su madre ya no era nadie y hace tres años había dejado de serlo ¿Cuál era el punto de todo eso? Ninguno, por supuesto.

- Disfruta las cosas pequeñas - le había dicho la psicóloga del colegio mientras le quitaba el "privilegio" de las clases de música por saltarse demasiadas clases.

¿Qué cosas quería que disfrutara esa vieja?

La puerta se abrió y se cerró con un chasquido metálico. Los saltarines pasos de Mat se acercaron a su lado.

Hace dos meses llevaba el cabello rubio, ahora lo traía lila.

- Andy dijo que estabas de mal humor - comenzó y a Damon solo le provocaba golpearlo. - algo sobre las clases de música.

- Ándate a la mierda Mat, es más a la mierda con todo. - Damon se incorporó y miro a su amigo con una ira ajena, una que nunca iba dirigida a Mat. - Déjame solo.

- Day yo sé que te molesta, pero solo tienes que ir a clase y te las devuelven. Mira, tiene solución - Mat, como de costumbre, intentaba darle algo de lógica a la situación.

- ¿Tiene solución? - repitió Damon con una risa que a Mat no le gustó nada. - ¿Para qué carajo quiero ir a esas clases? ¿Para no entender nada? ¿Para que se burlen de mi? No gracias.

- Te ofrecieron alternativas - Mat dudaba que eso sirviera de algo en ese momento

Damon siempre había odiado la idea de que lo separaran. De alguna forma, que no creyera en esas cosas tenia sentido, pero Mat desearía que no lo tuviera.

- ¿Para qué?

- Para que puedas avanzar a tu ritmo, no sé, podemos conversarlo. - Mat ya estaba planeando exactamente como harían pasar a Tirso por el guardián legal de Damon.

- No Mat, ¿Para qué quiero ir al colegio? ¿Qué maldita razón hay para seguir intentado? - cada palabra se cargaba como una batería que ya no puede más, a punto de explotar.

Mat cerró la boca, por una vez, porque esto no era sobre clases ni música. No, su amigo no lloraba sin razón. Pero las lágrimas las trato como fantasmas, temiendo que si las mencionaba, todo se derrumbara.

- No soy adivino y me parece una mierda todo eso, pero no soy tan idiota como creen ¿Qué futuro tengo , Mat? - Damon se puso la mano sobre los ojos. - ¿Qué más tengo?

Mat balbuceo algo incoherente. Lo tenía a él, pero no estaba seguro de contar. Tampoco estaba muy seguro del camino que seguían, pero esperaba que al final no estuviese la cornisa.

Pero sí sabia. Sabia que estaba a punto de decir porque lo intuía en la escasez de esperanza como si hubiese llegado una sequía interminable. Lo sabía desde hace tanto, cuando las sonrisas se habían vuelto de plástico.

- Saltaría de está puta terraza hoy. Saltaría ayer y saltaría mañana. No me importa - Damon apunto a la carretera. Las sirenas de una ambulancia llegaron hasta ellos como el susurro de un futuro espantoso. - Pero me importas tu, y Andy y Lee. Me importas y no voy a hacerte eso.

Impotente. Aliviado. Asustado. Mat abrazó a su amigo con un sollozo atrapado entre sus labios y lágrimas que imitaban las de Damon.

- Un día, vas a ver todas las cosas que puedes hacer porque fuiste valiente como para quedarte - le susurro y no le dejo ir, no por largos minutos, no hasta el sol desaprecio del todo como si con aquellos últimos rayos se llevara el rastro de aquella horrible conversación.

Bajaron las escaleras que alguna vez, entre juegos, subieron corriendo. Ya no quedaban muchos juegos.

- Tirso dijo que afinaron el piano del bar el otro día y que buscan quien toque ¿Por qué no le dices a Éter que te dejé? - sugirió Mat.

- Tengo quince años, abren de nueva de la noche a cuatro de la mañana. y las clases empiezan a las siete ¿A qué hora piensas que voy a dormir? - preguntó Damon, el rostro seco y lo demás oculto.

- ¿Quién dijo que tenías que ir a clase? - Si podía devolverle algo a su amigo, era la música, el último refugio de esa chispa que tanto cuidaba que el viento no apagara y que, por un instante, vio desaparecer del todo. - Digo, si te vas a dedicar a la música no creo que te importe saber la reducción redox,

Todo porque su amigo se quedará. Todo por un miedo que hace unos minutos no tenia y que nunca lo dejaría, no desde ese día en la terraza.

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