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Camila

En un monitor tengo abierta la base de datos. Millones de usuarios con sus nombres, nombres de todo el mundo, desfilan como si se tratara de la rueda moscovita más rara del mundo.

Frente a mí tengo las instrucciones que deberían reflejarse en la pantalla que Day verá y que desparecen una vez cambio la pestaña a otra donde el código de desconexión empieza a correr. Mi atención debe estar en los errores que puedan saltar. Probar el código no era una opción, arreglarlo al mismo tiempo que lo ejecuto es lo más factible.

Letras infinitamente enlazadas se deslizan frente a ni en la eternidad de la hora que pasa en un minuto. Dejo de ver letras.

Aprovecho el minuto que tengo para ver que todo siga bien. El reloj está apagado pero el pulso de Damon se siente en su cuello como un tic tac reconfortante.

La pantalla se torna azul, una línea blanca persigue su cola en el centro. En blanco sobre el negro de la ventana de comando un mensaje lee: Proyecto<Linkverse> decomstruido.

Borré cada archivo, cada vestigio de lo que fue. Conevrtí las gafas en medidores, simples instrumentos medicos, algo que pudiese mantenerlos con vida hasta que despertarán en minutos, días, o semanas. Conservé los datos y los veo ahora, en su rueda giratoria, en el monitor a mi derecha.

Dejo los lentes a un lado y restriego mis ojos. Respiro el aire del silencio, de la luz que entra por la ventana y calienta mis manos. Silencio.

Vuelvo a colocarme los lentes. Imaginaba abrazar a Day cuando todo acabe y dormir unas doce horas. Suena perfecto.

Pero Day no ha despertado. Las gafas aún brillan sobre sus ojos, sobre su rostro como adormecido.

Busco su nombre entre los datos. Mis manos presionan las teclas incorrectas una y otra vez hasta que finalmente dan con el correcto. Damon Saade y su identificación en una serie de números que no me importan.

Hago tantos clicks sobre su nombre que al principio creo que colgué el programa.

Salgo. Vuelvo a entrar. Golpeo el monitor con una mano. Lo apago y lo vuelvo a encender ¿Qué pasa? Acabo de verlo. Está bien, tiene que estarlo. Las palabras siguen ahí. El negro hiriente sobre blanco, las palabras pre-progeandas por alguien décadas antes que yo:

ERROR 410: GONE

El acceso ya no existe, eliminado desde la fuente, totalmente. Busco el de Tirso, pero su usuario simplemente desapareció de la base de datos, igual que el de Valentina. Reviso mil veces en dos minutos que no pasan, como el reloj del apocalipsis un segundo antes de la media noche.

Estoy temblando, un presentimiento se vuelve un malestar en todo mi cuerpo. Un mensaje no leído, un residuo del programa destruido. La frase en el compilador, una línea de caracteres en naranja sobre negro que reemplaza mi mensaje. Dos palabras.

No. Tiene que ser algún tipo de falla en la base de datos, algún tipo de juego.

Pero es real. Las computadoras no hacen bromas, no importa cuánto tratemos de hacerlas humanas. No pueden sentir, no pueden llorar y no les importa gritarte la verdad que desesperadamente trato de negar.

Lanzo la silla hacia atrás. Las ruedas sobre la baldosa rompen el silencio y la silla estrellándose contra el escritorio de atrás lo hace pedazos. Tropiezo con el aire. Mis dedos buscan un pulso en el cuello de Damon, en sus muñecas. Arranco el reloj, las gafas se hacen trizas contra la pared.

Tiene los ojos cerrados como si estuviera en paz. ¿Es morir lo que quería? Es despertar de una pesadilla a otra.

¿Sabía qué estaba a punto de pasar? ¿Tuvo tiempo de entenderlo? ¿En qué estaba pensando cuando acepté esto?

Error 410: Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora