24 Silencio

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» 17 de junio, 2XX8

Camila

Tal vez la peor parte es el silencio. Cuando mis padres se perdieron en el Linkverse no tuve que sentarme con él, pero ahora no tengo a donde ir, excepto al parque con Day y Lee. A cualquier parte en realidad. No me gusta que se queden en el apartamento, ni sus miradas pedidas tras una puerta cerrada.

—Otra vez. Ya no cantas —protesta Lee sentada en un columpio junto a mí y con la mirada en Damon, que se apoya en los postes del columpio.

—No tengo ganas. —Alza la mirada a las copas de los árboles, sus brazos cruzados sobre su camiseta, que se ve un poco extraña con la bufanda—. No sabría ni qué cantar.

Es como haber retrocedido todos los pasos. Pero no es así todo el tiempo, solo es demasiado pedirle que llore frente a Lee.

—¿Cuándo vas al laboratorio? —sigue Lee, que estos dos días casi no aguanta el silencio.

—Mañana. Estaba esperando... —Detengo el ligero vaivén del columpio—. No sé qué estaba esperando.

Una buena noticia. Tina y Tirso estaban buscando a Fran en las bases de datos, tal vez tenía la esperanza de escuchar algo. Ya ni siquiera espero que no tenga las gafas, con saber algo me basta.

He perdido ya a demasiadas personas.

—¿Y tú te vas también? —dice Lee y le da un puntapié a Damon para que le responda.

—¿Quieres que me quede? —pregunta él en vez.

—No, quiero que vayas y que no le dejes sola. Yo me quedo con Tirso. —Lee patea los guijarros del suelo.

De vez en cuando lágrimas de cristal y mejillas rojas aparecen como un espejismo sobre su rostro, como un reflejo del caos que lleva por dentro. Damon la mira tratando de ayudar, pero los adolescentes no son fáciles de entender. Trata de llegar a ella y se encuentra con un océano inmenso o peor, un muro.

Ahora es uno de esos momentos en que su rostro entero se enciende como las ascuas del fuego.

—Pero no me dejes —le advierte con la amenaza de nubes de tormenta.

Damon se ardilla frente a ella en el columpio. Cuando creé las gafas este era el dolor que quería evitar, pero ahora creo que mi humanidad se esconde en lo resquebrajado de mi corazón y el de aquellos que amo.

Damon ha dicho siempre que amar es sufrir, y tal vez tiene razón, pero hay algo en ese dolor que es delicado, dulce y tan ridículamente humano; es lo que nos conecta. No cables, ni siquiera la risa: Es el deseo innato de compartir, los puentes que se hacen solo cuando podemos ver el dolor, la inmensa oscuridad del otro, y extendemos una mano sabiendo que podemos acabar en pedazos. Amamos solo cuando nos dejamos romper y cuando nos encontraos hechos poco más que polvo y ceniza, descubrimos que no hemos dejado de amar, ni de sonreír, ni de llorar, todas a la vez.

—No pienso romper la misma promesa dos veces. —Damon abraza a la niña que ya no es tan niña.

Lee me mira sobre el hombro de Damon y me saca la lengua. No sé a qué viene el cambio de humor, pero me hace reír, esa risa que casi es una sonrisa y aire. Me pongo en pie y le extiendo una mano a cada uno.

Lee camina frente a nosotros de regreso por los caminos del parque. El calor del verano hace que sea imposible estar con chaqueta, pero Damon aún usa su bufanda. Su mano encuentra la mía. Con las mil veces que hemos venido nos aprendimos los caminos sin muñecos, o con los menos posibles.

—Solo estamos nosotros, no tienes que usar la bufanda —sugiero, mi mano aferrada a su brazo.

—Me gusta usarla—Pero hasta él sabe que esa respuesta está muy a medias para que yo me la crea—. Fue un regalo de mi mamá y la cicatriz no es agradable.

Error 410: Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora