Me acomodo la cazadora de cuero viejo. Es una de mis favoritas y probablemente no la usaría en otras ocaciones más que en esta. Mirándome al espejo, me peino el cabello con los dedos con el objetido de que luzca aceptable. Al mismo tiempo repaso en mi cabeza la lista de cosas que debo hacer y que deben estar hechas. Pero es difícil. Es que jamás he organizo algo como esto en toda mi vida. No voy a negarlo, estoy ligeramente nerviosa y me sudan las manos como a una niña pequeña antes de navidad. Tengo a Camila en la mente, intentando decifrar la reacción que tendrá cuando sepa que he reservado una mesa para nosotras en una restaurant con música en vivo. Y verdaderamente me he lucido. El lugar es caro y la mesa está prácticamente alejada de las demás. Algo que para ser honestas, también me conviene.
También me he asegurado de dejar a Elisabeth en casa de Emily esta noche. Las dos se llevan bastante bien, así que no tuve problema.
Sin embargo, aunque creo tenerlo todo planeado, me siento como una estúpida adolescente nerviosa. Como si fuera una primera cita. Como si fuera la primera vez que voy a tenerla a solas, cuando sé perfectamente que es todo lo contrario. Que si de momentos a solas se trata, nosotros ya tenemos bastante experiencia.
Los minutos pasan y está a punto de llegar al departamento después de trabajar unas horas en la cafetería.
¿Cómo es que tengo que decírselo? Estos detalles siempre suelen ser uno de los más difíciles. Al menos para alguien como yo, que no pasaba de cogerse a las mujeres hace unos años. Sin embargo con Keana aprendí mucho. Tuve varias citas con ella. Pero nunca experimenté este jodido revolcón que estoy sintiendo en el estómago en este momento. Nunca tuve tantas ganas de pasar tiempo a solas con alguien como con Camila.
Y hablando de tiempo a solas... creo que ambas lo necesitamos...
Escucho la llave girar en la cerradura del departamento. Mi corazón late rápido y ruge tanto como el motor de una motocicleta. Mierda, de verdad estoy nerviosa.
Cierra la puerta principal y escucho sus pasos acercarse a la habitación. Trago saliva y me alejo del espejo para poder esperarla con la mejor pinta posible. He hecho un gran trabajo, sinceramente.
Camila abre la puerta, de inmediato la siento colocar sus ojos sobre mí. Sobre toda mi anatomía. Está mirándome y sé que se pregunta qué me traigo en las manos. Conozco su mirada. Empieza sonriendo lentamente, hasta formar una gran sonrisa en los labios que me hace poner aún nerviosa.- ¿Hay algo que quieras decirme?
¿Cómo demonios lo sabe?
- Mnh... tal vez. – le digo y bajo la mirada de inmediato. Mis ojos se clavan en el piso, pero puedo reconocer que Camila está sonriendo.
- Que guapa estás. – cierra la puerta de nuestra habitación y puedo escucharla acercarse a mí. - ¿Dónde está Elisabeth? – pregunta calmada.
- La he dejado en casa de Emily.
- Oh... ¿por qué? – subo la mirada y la encuentro enarcando una ceja. Está preciosa. Hasta para irse a esa cafetería está preciosa. Trae unos jeans pegados al cuerpo y una camiseta escarlata con los dos primeros botones desabrochados.
Respiro hondo. Vamos, concéntrate.
- Pensé que sería buena idea.
Camila frunce el ceño, todavía con una sonrisa en los labios. Sé que no entiende nada y el hecho me reconforta, quiero que todo salga bien. Así que me acercó a ella a pasos lentos. Muy lentos. Cada centímetro va desapareciendo y su proximidad hace que quiera perder los papeles. Hace que me sienta en el paraíso del que estoy acostumbrada.
Camila va alargando su sonrisa a medida que me voy a acercando. Es tan sublime. Por fin estiro los brazos y toco sus caderas, empujándola para que quede junto a mí. Nuestros cuerpos se juntan. Toco. Acaricio. Me deleito varios segundos donde me gustaría tanto ser la palma de mi mano. Hundo mi rostro en su cabello, embriagándome con el olor de este. Sin embargo, mis labios buscan su piel muy desesperadamente.
Y al así hacerlo, le beso la boca lento. Abriendo lento. Mordiendo lento. Sintiendo lento. Camila enreda sus dedos entre mi cabello y en un acto de demostración, lo jala y lo despeina a su gusto. Toda mi faena se ha ido al agua gracias a las manos de la chica para la cual quiero lucir bien. Así que... todo bien. La verdad no me importa. Toda las ganas que he tenido de verla por la mañana y por la tarde se vuelven una sola. Estoy desesperada. Ardiendo Gimiendo por dentro. Camila tiene un poder tan grande sobre mí... y aunque podría completar este beso y terminarlo en nuestro lugar favorito, necesito concentrarme.- Oye... - le susurro en medio de nuestros alientos. Camila abre los ojos. – es que tengo que decirte algo. – acaricio su espalda. Subiendo y bajando.
- ¿De qué se trata? – frunce el ceño.
- Llevé a Elisabeth a casa de Emily porque... tú y yo tenemos una cita. – me quedo callada y la veo abrir los labios lentamente. Su rostro cambia de color, al igual que sus ojos. Está emocionada.
¿Por qué a algunas personas les gustan tanto este tipo de cosas?
- ¿Una cita? – me pregunta ilusionada.
- Sí. Tú. Yo. Comida. Música. Y algunas cosas más que no puedo decirte. – alzo los hombros y me fijo en su reacción. Camila suelta un gemido de felicidad y alza sus brazos para acomodarlos en mis hombros. Se cuelga de mí, colocándose de puntillas. Mi cuerpo se tensa. Me estoy riendo y no sé por qué. Su risa me hace reír a mí también, es contagiosa, es preciosa. Podría escucharla todos los días y estaría bien. Le abrazo la cintura, mientras ella hace lo mismo con mi cuello.
- Por Dios... - dice de repente. Deja de abrazarme y veo su rostro preocupado.
- ¿Qué sucede?
- Tengo que cambiarme.
Oh. Debí suponerlo.
- Sí... cla... - se pone de puntillas una vez más y alcanza mis labios con los suyos. Me besa bastante suave, pero hay cierto nivel de calentura en sus labios. ¿O tan solo soy yo?
- Dame unos minutos. – sonríe y coloca ambas manos sobre mi pecho, empujándome hasta la salida.
Inocentemente, de verdad espero unos minutos sentado sobre el sofá de la sala. Pero sucede que espero más o menos una media hora a que Camila termine de arreglarse.Mientras espero, puedo escuchar el sonido de sus tacones dentro de la habitación. Me la imagino arreglándose frente al espejo. Luciendo preciosa. Maquillándose. Peinándose. Cambiándose. Haciéndose ese no sé qué que tanto me pone. Tiene una habilidad alucinante para hacerme perder la cabeza con solo verla. Es entonces en ese momento donde me doy cuenta que amo todos sus detalles. Cuando se pone esos vestidos cortos. Cuando está en pijama. Ropa interior. O lo que lleve puesto. Cada pequeña cosa me hace desearla muchísimo. Me hace quererla más. Sus gustos. Sus preocupaciones. Sus miedos. Todo en ella me gusta tanto. Y aunque a veces se me hace tan difícil aceptarlo, sé que ella ama todos mis lados también.
Segundos después, la puerta de nuestra habitación se abre. Me pongo de pie y abro los ojos todavía más al verla salir caminando con unos zapatos de taco ancho color marrón, pantalones a la cadera del mismo color y una camiseta blanca que ha amarrado en su espalda y que deja ver su deliciosa piel. Tiene el cabello suelto, las ondas suaves caen por sus hombros y está maquillada ligeramente. Y es que ni siquiera le hace falta. Su escote llama mis ojos y no puedo evitar mirárselo. Y no me detengo, miro cada parte de su cuerpo. Está radiante. Y no la he hecho falta ningún vestido caro o algo brillante para llamar la atención.
Maldición, ¿podríamos dejar la cita para otro día?
- Ya está. – me dice satisfecha.
- Sí...
- ¿Si qué? – ríe y se me acerca. Sus tacones resuenan en el piso.
- Nada es que... no sé que decir.
- ¿Y eso es bueno o malo?
Nos miramos. Maldición Camila, detente...
- Bueno. – murmuro y mi lengua moja mis labios, mirando los de Camila. – bastante bueno. – digo una vez más. Doblando el sentido. Ahora yo soy quién da unos pasos, la tengo lo suficientemente cerca, y aunque piensa que voy a tocarla, no lo hago. – estás preciosa. – murmuro y le acomodo el cabello tras la espalda. La veo sonreír. – y verte así me hace pensar cosas muy malas. – sonrío al terminar de hablarle.
Camila me empuja suavemente y yo finjo estar adolorida. Tomo sus muñecas antes de que ella pueda alejarse de mí y nuestros cuerpos vuelven a estar juntos. Piel con piel. Mirándonos. – será una gran cita, lo prometo.