CAPÍTULO 3

26 4 1
                                    

Silencio.

Debería haber gritos, llanto, algo, pensó Louis.

Pero solo había silencio.

Había una oscuridad tan densa que era como estar cubierto por una manta gruesa.

Por un momento, lleno de pánico, creyó estar ciego. Intento con frenesí agitar una mano frente a su rostro. No vio nada, pero se las ingenio para meterse un dedo en el ojo. El dolor lo hizo pensar.

Estaba en un túnel, por eso estaba oscuro.

Sus ojos no divisaban siquiera un puntito de luz. Intentó levantarse, pues había caído de costado sobre el asiento contiguo, pero algo se lo impidió. Se retorció hacia la derecha y logró bajar al suelo, entre los asientos. Su mano izquierda se apoyó en algo tibio y pegajoso. Apartó la mano al instante y se la limpio en los jeans, tratando de no pensar que podía ser aquello pegajoso. Su mano derecha dio con un objeto pequeño: el móvil que tenía en la mano cuando el mundo se había vuelto del revés. Lo recogió con ansiedad y le dio la vuelta. Sintió un gran alivio, pero pronto este dio paso a la decepción. La pantalla estaba en blanco. Golpeó con los dedos la pantalla táctil, y su esperanza se desvaneció. No funcionaba. 

Louis salió al pasillo y logró ponerse de pie, y al hacerlo se golpeó la cabeza con algo.

“¡Mierda! ¡Ay!”, exclamó, al tiempo que volvió a agacharse.

Se llevó la mano a la sien, donde sentía un dolor palpitante y feroz. No parecía estar sangrando, pero le dolía muchísimo. Esta vez con cuidado, volvió a enderezarse, utilizando las manos para guiar su cabeza a un lugar seguro. Estaba tan oscuro que ni siquiera pudo ver con que se había golpeado.

“¿Hola?”, llamó tímidamente.

Nadie le respondió, ni se oían movimientos de otros pasajeros.

El vagón iba lleno, ¿donde demonios estaban todos? Recordó el charco que había en el suelo junto a su asiento, pero lo apartó de su mente.

“¿Hola?”, repitió, más fuerte esta vez. “¿Alguien puede oirme?” “¡Hola!”.

Se le quebró un poco la voz en la última palabra, mientras el pánico empezaba a invadirlo. Su respiración se aceleró, y Louis se esforzó por pensar en medio del miedo que lo invadía. La oscuridad le resultaba claustrofóbica, y se llevó una mano a la garganta como si algo estuviera estrangulandolo. Estaba solo, rodeado por…por…No quería pensar eso. Solo sabía que no soportaba quedarse en el vagón ni un segundo más. 

Sin pensar, empezó a avanzar, tropezando y pasando por encima de los objetos que había en su camino. Apoyo el pie en algo blando y resbaladizo. La suela de su calzado no hallo fricción y resbaló. Horrorizado, intentó volver a levantar la pierna para alejarla de aquel objeto sospechosamente esponjoso, pero su otro pie no encontró un punto seguro y firme en el que apoyarse. Como en cámara lenta, sintió que caía hacia el suelo y hacía las cosas horrendas que allí se escondían. ¡No! Desesperado, bajó las manos para protegerse mientras se desplomaba. Sus brazos agitados dieron con un pasamanos, y sus dedos se aferraron a él, con lo cual se detuvo con un tirón abrupto que forzó los músculos de su hombro. El envión que llevaba lo impulsó hacia adelante, y se golpeó dolorosamente el cuello contra el frío metal.

Haciendo caso omiso del dolor que sentía en el cuello, Louis se aferró al pasamanos con ferocidad y con ambas manos, como si fuera lo único que lo anclara a la realidad. Pasamanos, le dijo su cerebro. El pasamanos está al lado de la puerta. Debes estar al lado de la puerta. Esa idea lo llenó de alivio y le permitió pensar con un poco más de claridad. Por eso estaba solo. Seguramente todos los demás habían salido ya, y no lo habían visto porque estaba debajo de las bolsas de aquella estúpida mujer. “Debería haberme sentado con los fanáticos de los Rangers”, pensó, con una risa débil.

"EL BARQUERO DE ALMAS" (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora