CAPÍTULO 21

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Mientras Harry caminaba, el paisaje que lo rodeaba fue difuminándose poco a poco hasta que todo quedó blanco

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Mientras Harry caminaba, el paisaje que lo rodeaba fue difuminándose poco a poco hasta que todo quedó blanco. Él casi no se percató. Las colinas desaparecieron: fueron desintegrándose y reduciéndose a arena que flotaba y se evaporaba como una neblina. El sendero por el que iba fue reemplazado por una superficie uniforme que se extendía hacia todas las direcciones hasta donde alcanzaba la vista. Se encendió una luz blanca que lo cegó en su cenit.

A medida que la luz se arenuaba, empezaron a formarse particulas de color, que giraban en torno a la cabeza de Harry y descendian al suelo. Así se fue creando el entorno, el mundo que su próxima misión, la próxima alma, estaba a punto de abandonar. Mientras caminaba, bajo sus pies se formó pavimento, negro y mojado por la lluvia. Surgieron edificios del suelo a ambos lados del ojiverde, con ventanas iluminadas que alumbraban jardines descuidados, con malezas crecidas y cercas rotas. Los automóviles estacionados junto a la acera y en algún que otro jardín con entrada estaban viejos y oxidados, de las puertas abiertas salían ritmos musicales pesados y risotadas. Todo el lugar tenía un aire de pobreza y descuido. Era un cuadro deprimente.

Harry no sentía entusiasmo alguno ante la perspectiva de recoger a la siguiente alma. Ni siquiera sentía el desdén y la indiferencia que se le habían hecho habituales en los últimos años, lo único que sentía era el dolor lacerante de la pérdida.

Se detuvo frente a la penúltima casa al final de la calle. Entre los edificios descuidados y semiderruidos, esa casa sorprendía por su buen estado. Tenía un patio con césped cuidado rodeado de flores. Los escalones con aves talladas eran como una invitación a la puerta roja recién pintada. Había una sola ventana con luz: la de una habitación en la planta alta. Harry sabía que allí se encontraba la próxima alma, a punto de separarse de su cuerpo. No entró a la casa, sino que esperó afuera.

Varias personas que pasaban observaron al extraño que esperaba frente al número veinticuatro. Se daban cuenta de que no era de por allí. Sin embargo, no era la clase de lugar donde se podía cuestionar a un desconocido, de modo que seguían su camino sin hacer ningún comentario. Harry, con la mirada perdida, no reparaba en las miradas perplejas, no registraba que podían verlo. Estaba ciego a los ojos curiosos de los transeúntes y sordo a los murmullos que se iniciaban un paso o dos antes de que se alejaran lo suficiente.

Ya sabía todo lo que necesitaba saber acerca de la persona que había vivido allí. Era una mujer que llevaba diez años viviendo sola, que salía poco salvo para trabajar y hacer visitas semanales a su madre, que vivía al otro lado de la ciudad. No se mezclaba con los vecinos, y estos la consideraban altanera y distante, cuando en realidad ella les tenía miedo. Acababa de apuñalarla en su cama un ladrón que había esperado encontrar más objetos de valor que los que ella poseía y la había asesinado lleno de ira. Pronto, ella despertaría, se levantaría y se dedicaría a su rutina matinal como de costumbre. No repararía en que faltaba su joyero, ni en que la cámara digital que había comprado tras ahorrar todo un año ya no estaba a salvo en el cajón de su cómoda. Decidiría no desayunar, pensando que se le había hecho un poco tarde. Cuando saliera, la recibiría Harry y, de un modo u otro, ella lo seguiría.

"EL BARQUERO DE ALMAS" (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora