CAPÍTULO 14

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Louis no sabía cuánto tiempo llevaba tendido en el suelo. No podía apartar los ojos de la puerta. En cualquier momento, Harry entraría, despeinado por el viento, agitado pero bien. Aparecería, estaría bien y se haría cargo de la situación. Tenía que hacerlo. Sentía que su corazón iba a estallar, de tanto batallar contra músculos que parecían de piedra. Completamente agotado por el esfuerzo, su cuerpo empezó a temblar. Al cabo de un lapso que debió de ser de algunos minutos, pero que le pareció una eternidad, el frío del suelo se filtró hasta sus huesos. Sus piernas temblorosas empezaron a agarrotarse y supo que tenía que moverse. 

Sus músculos protestaron, doloridos, y Louis gimió al incorporarse hasta quedar sentado. Aún no se atrevía a apartar la mirada de la puerta. Harry llegaría en cualquier momento, siempre que el siguiera mirando. Desde alguna parte en el fondo de su mente, una vocecita le dijo que eso era ridículo, pero se aferró a esa convicción, porque era lo único que impedía que el pánico subiera por su garganta y estallara en gritos incontrolables. 

Louis logró apoyarse en sus piernas inseguras y, sosteniéndose en el marco de la puerta, se puso de pie. Se aferró con firmeza a la madera podrida mientras se tambaleaba peligrosamente, el miedo y la fatiga le habían robado toda su energía. De pie en el umbral, oyó los susurros y los gritos que llegaban desde fuera, aunque había algo en la casa que parecía apagar el sonido. Sin pisar más allá de la línea, asomó la cabeza y escudriñó la noche en busca de unos ojos verdes o una cabeza rizada despeinada. No vio nada, pero sus oídos fueron atacados por un bombardeo de ruido, gritos furiosos de los demonios, que intentaban acometerlo, pero cuyos intentos eran frustrados por algún encantamiento sobrenatural que tenía la casa. Ahogó una exclamación de asombro y metió la cabeza, y el ruido cesó al instante. 

Louis retrocedió lentamente hacia el interior de la casa, Sus pies se toparon con algo que había en el suelo y casi tropezó. Apartó los ojos de la puerta por una fracción de segundo, pero la negrura era casi total y no pudo distinguir qué era lo que acababa de pisar. Eso volvió a llenarlo de terror. No soportaba pasar una noche solo allí en la oscuridad. Se volvería loco. 

Fuego. Siempre había un hogar en esas casas. Pero iba a tener que apartarse de la puerta, y eso significaba aceptar que tal vez Harryy no volvería. No, se dijo. Él vendría. Simplemente decidió preparar el fuego para cuando el rizado llegara. Cruzó la casa a tientas y, en efecto, del otro lado de la habitación había un hogar de piedra. Se arrodilló y tanteó con las puntas de los dedos. Sus manos rozaron cenizas y algunos trozos de madera que quedaban en la chimenea. A la izquierda, encontró algunos leños secos, pero no había cerillas, ni un interruptor electrónico como el que había en su casa, que levantaba y hacía danzar unas llamas falsas mientras un calefactor soplaba un aire caliente casi tan apreciado como la luz. 

«Por favor», susurró, consciente de que estaba rogándole a un objeto inanimado que funcionara, pero no pudo evitarlo. «Por favor, necesito esto». 

Con la última palabra, su compostura se desmoronó y Louis lanzó unos sollozos ahogados. Su pecho se sacudió y sus párpados se cerraron con fuerza, y la primera lágrima se deslizó por sus mejillas. 

Volvió a abrirlos cuando oyó un crepitar, temeroso por un momento, pero lo que vio lo dejó boquiabierto. Había llamas en el hogar. Eran pequeñas y vacilaban por la corriente de aire que llegaba por la puerta abierta, pero se negaban a apagarse. Como si actuaran por voluntad propia, las manos de Louis se extendieron y tomaron un par de leños. Los puso con delicadeza en el fuego, conteniendo el aliento por si su torpeza sofocaba las llamas incipientes. 

Resistieron, pero siguieron chisporroteando por la corriente de aire. Louis se volvió y miró la puerta. Sintió que cerrarla sería como cerrar su esperanza, y como cerrarle la puerta a Harry. Pero no podía perder el fuego. Como si estuviera moviéndose a cámara lenta, se puso de pie y se dirigió a la puerta. Allí se detuvo, conteniendo el deseo de salir y correr hacia la noche en un intento desesperado de hallar al de ojos verdes. Pero eso significaría entregarse a los demonios, y Harry no querría eso. Sin poder mirar, cerró los ojos, y luego la puerta. 

"EL BARQUERO DE ALMAS" (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora