Capítulo veinticinco

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Cierro la puerta principal y la bloqueo con llave

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Cierro la puerta principal y la bloqueo con llave. Cuando me giro, él ya está subiendo las escaleras.

Frunzo el ceño mientras lo veo y hago una mueca, desilusionada. En mi interior, deseaba que me acorralara contra la pared como aquella vez y me besara. Pero, en cambio, solo se fue con indiferencia. Me pregunto si su método de seducción en el restaurante fue solo para darme mi merecido y, si fuera así, siento la rabia aparecer. Me ha dejado con ganas. ¡Cómo se atreve!

A paso pesado, subo las escaleras y cuando paso por su puerta, me detengo en medio del pasillo.

Una parte de mí grita que entre a mi habitación pero la otra muere por meterse en la suya y hacerlo terminar lo que empezó. Así que, como siempre cuando se trata de Zack, la cordura es dejada de lado y toco su puerta con mis nudillos. Al oír su voz diciendo que pase, lo hago.

Está sentado en el pie de la cama, su camisa blanca tiene los primeros dos botones sueltos y puede ver un poco la piel de su pecho. Su cabello está despeinado, no tan estirado como en el restaurante. Me mira con sus cejas alzadas, como si esperara que le explicara porque he tocado a su puerta. Como si no fuera obvio a que he venido.

-¿Solo eso querías? ¿"Darme mi merecido"?- Me cruzo de brazos.

-¿Por qué más pensabas que lo hice?- Se hace el desentendido.

Aprieto mis labios, rabiada.

-Eres un idiota, ¿Lo sabías?- Una sonrisa pícara aparece en sus labios.

-Me lo has dicho muchas veces así que supongo que sí, lo sabía.

Me giro sobre mis talones para irme, pisando fuerte.

-Ven aquí.- Su voz autoritaria me detiene. Lo miro por sobre mi hombro.

-¿Ahora qué?

Palmea sus muslos en respuesta a mi pregunta. Vacilo un segundo aunque no me toma más de eso volverme y acercarme. Quedo de pie frente a él pero eso no parece gustarle.

-Aquí dije.- Vuelve a palmear sus piernas. No me toma de la muñeca o jala de mi brazo como otras veces, lo cual pensé que haría. Solo espera, paciente, a que haga lo que pide.

Me he convertido una de esas colegialas -que tanto critiqué- que piensan que sus piernas son el mejor lugar para apoyar sus traseros, pues no dudo en sentarme sobre su regazo cuando noto que él no va a hacer más que esperar. En el instante en que lo hago, sus manos se colocan en mi cintura y me acerca un poco más a su anatomía.

Sus ojos se clavan en los míos, tan intensos que me encienden.

-¿Tú qué estabas esperando?

Esperaba que me diera vuelta y me besara en el segundo en que estemos solos, esperaba que me jalara contra él, esperaba que me tomara en cualquier lugar de esta casa, esperaba que hiciera lo que sus caricias prometían.

Bésame, ódiameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora