XXXVI

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Soy muy pero que muy consciente de que Darren me dijo que cuando dos personas se besan no tiene que cambiar nada en la forma en la que interactúan. Sin embargo, me encuentro que busco cualquier excusa para estar cerca de él.

¿En qué momento pasé de casi repudiar el contacto humano a estar tan cómoda como para buscarlo directamente? Definitivamente no soy la Brielle que llegó a Nottingham hace unos meses, y no podría estar más feliz.

Mamá sabe que nos hemos besado, pegó tal grito por teléfono que se ve que asustó a Andrew. No tengo ninguna duda de que mi madre directamente llamó a la señora Dawsey para contárselo. Quizás me sonrojé demasiado al explicarlo, a ver, no se lo conté con todo lujo de detalles, pero le dije que fue un beso bonito, y con eso ya dejo que se quede contenta. Me gusta saber que puedo contárselo, aunque después me avergüence un poco su reacción.

Esta última semana ha sido extraña.

Y no porque sea raro, sino porque a momentos, al cruzarnos por el pasillo del piso, aún cuando los demás estaban por ahí, nuestras manos se chocaban, y su roce me hacía recordar cada segundo del beso de la fiesta. Ha sido extraño porque ha habido un cambio. Un cambio en la forma en la que lo veo. Antes, que me gustara, era algo irreal, algo que no sabía que pudiese suceder. Y, ahora, después del beso, sé a ciencia cierta que a él también le gusto. No obstante, no nos lo hemos dicho. Se ha quedado en el aire, pero los dos lo sabemos.

Estos días, al ver películas o lo que fuera en la televisión mientras estábamos tumbados en el sofá, quizás, solo quizás nuestras manos se han buscado bajo la manta. Pero el día que ha quedado grabado con fuerza en mi mente ha sido el jueves de la semana pasada. Ryker estaba a dos segundos de rogar que lo dejáramos ver el fútbol y, aunque hubiese disfrutado muchísimo esa imagen, Willow cedió. Así que estábamos los cuatro tumbados en el sofá, con mantas, pijama y todo.

No obstante, un momento concreto fue lo que desató que mis mejillas se tornaran rosadas y mi corazón diera un vuelco. No fue un beso. No, fue algo distinto y, aun así, increíble. Aunque no soy una gran fanática del fútbol, Darren me iba contando algunas cosas básicas a partir de susurros, porque todos sabemos que Ryker nunca comenta los partidos, quiere silencio. Quizás se dio cuenta de mi aburrimiento, pues me dio un suave codazo por debajo de la manta para que mis ojos se abrieran.

—Agresivo —susurré entrecerrando los ojos.

—¿Te he hecho daño? —finge preocupación y se acerca a mí—. Ay, pobreta nuestra quesito, ¿te doy un besito en la pupa? —preguntó rodeándome con los brazos y acercándome a su pecho, dando palmaditas a mi cabeza, como si de un bebé se tratara.

—Eres un musculitos idiota, ¿lo sabías? —ataqué en voz baja.

—Con ojos miel de abejita —dijo, recordando mis palabras.

Puse los ojos en blanco, aunque él no me viera.

Cuando las palmaditas en la cabeza cesaron, pensé en separarme. Sin embargo, su mano viajó por mi espalda y me acercó mucho más a él, quedando medio tumbada encima de él.

—Están ahí —dije, recordándole lo de la norma.

—Están dormidos —susurró en mi oreja.

—¿Estás seguro? —pregunté, pero giré la cabeza directamente para asegurarme. Willow estaba durmiendo con la cabeza en el regazo del pelinegro, quien roncaba casi imperceptiblemente con la boca abierta y ojos cerrados.

Al volver a concentrarme en Darren me acerqué un poco más a él.

—Así no podrás ver el partido —acarició mi pelo mientras dejaba mi mejilla en su pecho, con la cabeza en dirección a la puerta del piso.

Cállame con besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora