Capítulo 1

305 9 6
                                    

—¿Cuánto por este? — me pregunta la simpática mujer señalando uno de mis cuadros más recientes.

–Quince dólares. — respondo con una sonrisa, ansiosa ante la posible primera venta del día.

— Quizá vuelva mañana, — dice, pero algo en su voz me hace pensar que no volverá —, tengo que asegurarme de que a mi hija le guste.

Y sin más se va. Suelto un suspiro derrotado mientras veo el sol sobresalir por encima de los edificios y miro mi reloj. Son casi las doce, lo que significa que apenas me quedan dieciocho horas más para irme de Nueva York. Vuelvo a pasearme por enésima vez por la pequeña exhibición que he montado en medio de Central Park. Finalmente decido esperar diez minutos, "solo hasta en punto", pienso, recordando que tendré que volver a Florida de madrugada, buscar un trabajo "de verdad", y escuchar muchos "te lo dije" que no estoy dispuesta a escuchar. Cinco minutos después estoy negando con la cabeza mientras comienzo a recoger las figuritas de arcilla, peluches de ganchillo y grabados de cristal que decoran la mesa plegable cuando siento un cosquilleo en mi tobillo. Miro hacia el suelo solo para encontrarme con un pequeño gato atigrado que se sienta a apenas unos centímetros.

— Hola amigo... — Le saludo alargando la mano, aunque la retiro en cuanto se eriza y enseña los dientes.

Quizá pertenezca a un reconocido crítico de arte que esté a punto de sacarme de mi miseria, o un millonario al que le embriague mi arte. Sí, luego podríamos hacernos más ricos aún y viajar por el mundo... ¡Y nos enamoraríamos por el camino! Vale, mi madre tenía razón, soy una romántica empedernida y una soñadora descerebrada. Sonrío al recordarla justo cuando una figura me tapa la luz del sol y vuelvo a alzar mi mirada, que cae sobre un hombre alto, delgado, de pelo oscuro y ondulado perfectamente peinado hacia atrás. Tiene los brazos cruzados sobre su pecho, arrugando ligeramente su traje azul oscuro mientras mira lo que queda en la mesa de forma desinteresada.

— Hola. — decido saludar saliendo de mi fantasía, no puedo desperdiciar la oportunidad de vender algo —. ¿Ve algo que le guste? ¿Quizá alguna pregunta?

— Esto ya me dice todo lo que quiero saber. — responde señalando mis artesanías con la mano enguantada y lentamente la dirige a un grupo de cuadros —. Recién graduada. Estos lienzos, son tus primeras pinturas al óleo, ¿verdad? Tus pinceladas son dudosas, supongo que tu familia no te apoyaba, pero mira como has avanzado. — señala al otro lado, un par de cuadros que terminé ayer —. Serías todo un prodigio si no te faltase enfoque.

¿Qué? Frunzo ligeramente el ceño antes de responder.

— ¿Enfoque?

— Eres experta en todo, pero maestra de nada, eres de las que no pueden decidirse por nada en concreto. Y por la suavidad de las líneas y la audacia en el uso del color...

— Se llama impresionismo. — interrumpo inútilmente, pues sigue hablando.

— Eres una idealista, romántica.

— No tiene por qué ser algo malo. — replico.

Y de nuevo me ignora, continuando su camino como si buscase algo en concreto.

— Este... No copias como tal, pero intentas replicar el arte de Amelia Peláez.

— Sí. — respondo, demasiado emocionada porque alguien reconozca el cuadro como para importarme alguna más de sus críticas — ¿Conoces el arte vanguardista cubano? Ese pertenece a un estudio que hice hace poco, quería mezclar mi estilo con algo de mi propia herencia y...

— Tu enfoque idealista te ha dado problemas con respecto al trabajo, ¿no? Ningún empleo se ajusta a tu idea de cómo debería ser la vida de un artista y ahora tendrás que volver a una pequeña y aburrida ciudad con el amargo sabor de la derrota. Mañana, — añade con la misma voz fría y monótona —, a juzgar por la desesperación en tus movimientos.

Rey de ladronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora