Capítulo 21

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Actualidad. Hong Kong.

La noche llega con rapidez, todos estamos demasiado ansiosos por ver cómo acaba. Lev y yo, como ya es habitual, hacemos unas cuantas rondas entre las diversas mesas, algunas juntos y otras por separado, hasta que vemos al Barón acercándose.

—Aquí están, —dice abriendo los brazos—, las personas que quería ver. Venid, vamos a charlar un segundo.

Se da la vuelta y echa a andar sin esperar siquiera una respuesta, por lo que debemos apresurarnos tras él para no quedarnos atrás. Llegamos a una mesa apartada del resto y observo que ya hay un par de vasos de licor para nosotros, junto a otros dos a medio vaciar.

—No tenías por qué, Barón. —finjo ruborizarme mientras tomo asiento junto a Lev, frente al anfitrión y el que supongo será su guardaespaldas.

—Claro que sí, ambos me gustáis. Me gusta vuestra forma de jugar y me gusta lo que os vais jugando en cada apuesta. —hace una pausa y sonríe con ese aire siniestro que te pone los pelos de punta—. Por lo que parece, tenéis una extensa colección de arte, ¿me equivoco?

—Nos gusta creer que sí. —afirma el Señor Ladrón, aumentando la curiosidad del mafioso.

—Quiero que estéis en mi mesa de la timba de mañana. Habrá apuestas mucho más altas de lo que acostumbrais a ver por aquí. Solo quiero lo mejor de lo mejor en esa mesa, así que debo agradeceros que hayáis dejado fuera de combate al Carnicero. Para ser sinceros, lo único por lo que aún sigue conmigo es por sus músculos. —apoya los codos sobre la mesa mientras se inclina hacia delante-. ¿Qué decís?

—Si las apuestas son tan buenas como prometes... quizá. —responde vagamente Lev.

—¿Sabes por lo que realmente jugaría? —digo con cierta emoción, mirando a ambos hombres—: Tu colección de arte entera, las escrituras del edificio donde lo guardas.

—Ahora sí que estamos hablando. —ríe con un brillo afilado en los ojos—. Pero entonces tendréis que igualar la apuesta...

—Pide lo que quieras. Nuestra colección, como sabes, es muy amplia...

—Quiero un Van Gogh. —sonríe, aquí viene la trampa—. Pero no cualquiera, no. Busco uno que se cree destruido en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial.

—¿Quizá te refieres al Pintor camino al Tarascón? —observa Lev, consiguiendo que el Barón parezca emocionado—. Lo encontramos en nuestro último viaje por Francia. Al parecer, nunca llegó a enviárselo a su hermano...

—Barón, disculpe la interrupción pero... —interviene el hombre que hasta ahora ha estado callado—. ¿Merece la pena una colección entera por una sola pieza?

—No he pedido tu opinión, Yuang. —corta bruscamente sin mirarle siquiera, sonriéndonos ampliamente—. Entonces, ¿lo traerás pasado mañana a la timba?

—Aquí tendrás el Van Gogh, al menos por unas horas. —digo con cierta arrogancia, con la seguridad de que Lev y yo seremos los ganadores.

Nos levantamos, dispuestos a irnos por fin y el Barón se acerca a Lev para estrecharle el brazo, aprovechando la cercanía para lanzar una de sus sutiles amenazas:

—Ten cuidado, Jim. No juegues con nada que no puedas soportar perder.

Y con una sonrisa afilada se despide, dándonos permiso para retirarnos. Me cuesta contener la emoción hasta que salimos al frío nocturno de las calles mercantiles.

—Es toda una ventaja que justamente ese cuadro esté entre nuestras posesiones. ¡Pensé que había desaparecido o que lo destruyeron!

—¿Qué? Oh, sí. —afirma Lev, mirándome con diversión—. Está muy destruido. Pero eso no es un problema para nosotros, porque tú lo falsificarás.

Rey de ladronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora