Capítulo 27

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Nora

La sorpresa en mi voz divierte al rubio, como cabría esperar. Pero a pesar de que él habla con naturalidad, como si no hubieran pasado casi tres días desde que me fuí de madrugada sin despedirme de nadie, no puedo evitar mirarle atónita.

—¿Ya pensabas que te habías deshecho de mí? —bromea.

—¿Quién es ese, ambia? —pregunta Red a mi espalda, empezando a tomar una postura defensiva.

—No hay que preocuparse, asere. Es un amigo.

—Yo diría que soy más bien un buen amigo. —Me guiña el ojo.

Tampoco soy capaz de contener la pequeña risa que se escapa entre mis labios como era habitual cuando Remy se pasaba de narcisista, pero no olvido que no ha venido solo. Si él está aquí, apuesto a que el resto de la Rosa Negra está esperando al otro lado de la puerta.

—La jugada está apretá. —Me recuerda Red tras decidir que el rubio no presenta ninguna amenaza.

—No te irás si te lo pido, ¿verdad? —pregunto sabiendo la respuesta.

—No. —niega Remy, sonriente.

Y poniendo mi cara más fría en un intento de provocar su marcha, me giro hacia el cubano y comenzamos a repartirnos los explosivos que ha fabricado, ignorando la presencia del francés.

—¿Recuerdas dónde hay que colocarlos? —inquiere Red.

—Claro que sí.

—¿Vais a explotar la nave entera? —Se sorprende Remy.

—¿Qué?

Y esa última voz la reconozco incluso antes de mirarle. Con su pelo negro y sus ojos azules como el hielo, Lev sigue igual que lo dejé. La única diferencia es que se le han acentuado las ojeras.

A su entrada en el almacén, le siguen de cerca Tyago y Celine, que observan la escena con cierto asombro mientras pasan los ojos de Lev a mí y viceversa.

Nadie se mueve durante unos segundos. Nos limitamos a mirarnos los unos a los otros, sin saber cómo reaccionar o más bien, al menos en mi caso, conteniendo nuestros impulsos. Es Red quien me devuelve a la realidad y aparta mis ganas de correr a abrazarle:

—El tiempo, ambia.

—Largaos. —pido antes de empezar a corretear hacia los puntos estratégicos para colocar los explosivos.

Me centro en recordar como encenderlos de forma que se accionen con el detonador que controlará el cubano, pero no puedo obviar la presencia de la Rosa Negra. Solo falta Reiko, por lo que deduzco que se habrá quedado fuera, quizá en el coche o en el lugar donde estén viviendo y les dirigirá desde ahí por los pinganillos.

—No sabía que eras fan de los explosivos. —comenta Lev desde detrás.

—Yo tampoco. —confieso.

"Pero en situaciones desesperadas...", pienso para mí.

—¿Es esto lo que te han ordenado hacer? —pregunta.

—No exactamente.

—¿Entonces?

—Agradecería que dejases de preguntar.

—Sabes que tengo que saberlo todo.

—No, lo que quieres es intentar controlarlo todo. —Le corrijo.

Eso basta para callarlo, al menos hasta que Remy se interpone en mi camino, con una sonrisa de oreja a oreja y las manos extendidas.

—Déjame participar en este maravilloso espectáculo. —pide, haciendo un gesto de súplica.

Rey de ladronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora