Capítulo 24

93 6 41
                                    

Me quedo bloqueada unos minutos, observando la nota sin poder creérmelo. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo ha sido capaz de encontrarme Dimitri antes que Lev? Sacudo la cabeza, sabiendo que no llegaré a ninguna parte imaginando todos los posibles datos que puede contener esta nota, y me decido a leerla, aunque cuesta por lo apretujadas que están las palabras unas con otras:

"Hola Nora,

Supongo que no sabes por qué te estoy escribiendo esta carta, y la verdad es que ni yo mismo lo sé. Bueno, sí lo sé, pero no tengo muy claro qué pretendo decirte exactamente y en tan poco espacio. Mírame, ya he ocupado un cuarto del puñetero espacio y no he dicho nada interesante. El caso es que... espero que no te moleste que me dirija a ti, fue mi terapeuta quien me lo recomendó. Decido escribirte porque estoy preocupado por Al, no te menciona en sus cartas desde hace bastante tiempo... Y eso me preocupa, porque sé que te está alejando del mismo modo que hice yo con mi propia pareja antes de viajar a Venecia. Vi lo que significáis el uno para el otro, me enseñasteis por lo que merece la pena vivir, y quiero devolveros el favor. Pregúntame lo que quieras sobre Al, estaré encantado de responderte. Considera esto mi disculpa.

D.V"

Tengo que releerlo varias veces para comprender lo que está diciendo. Intento buscar el truco bajo toda esta palabrería, pero no soy capaz de encontrarlo y las preguntas no hacen más que amontonarse en mi cabeza, una tras otra, aunque la que más me preocupa se repite incesante en un letrero de neón: ¿Cómo me ha encontrado?

El sonido del timbre me saca de mis pensamientos y me apresuro a arrugar la nota y dejarla junto al colgante, sobre la encimera de la cocina. Cojo las llaves y termino de ponerme la chaqueta cuando abro la puerta y me encuentro a Red esperando al otro lado.

Asere cuanto tiempo. —saludo sonriente.

—A Martín no le va a gustar nada que vayas así vestida, ambia. —rie, sabiendo que no me importa en absoluto la opinión que pueda tener de las pintas con las que acudo a la reunión.

—Bueno, pues va a tener que aguantarse —Me encojo de hombros, cerrando la puerta tras de mí—. ¿Nos vamos?

El cubano ha traído el Cadillac Escalade de color negro que les hace conducir Morales cuando les encomienda una tarea que él considera importante. Cristales tintados y reforzados a prueba de balas, llantas a prueba de pinchazos, un sistema de atención a la conducción de los más precisos e incluso algunos añadidos como un dispensador de gas pimienta.

En cuanto a seguridad, Martín Morales no escatima ni un solo centavo.

—Pensé que utilizabas el Cadillac Deville. —digo mientras ocupo el asiento de copiloto.

—Sí, pero Martín me repitió un burujón de veces que te recogiera con este armatoste.

–Así que accediste para que se callara.

—Me conoces bien, ambia.

Compartimos unas risas y me deja elegir las canciones que quiero escuchar mientras conduce hacia las afueras de Santa Mónica. Me decido por una que escuchaba bastante hace algunos años, obra de Amaral, y me relajo en el asiento de cuero negro.

Salir corriendo —adivina Red el nombre de la canción, con una media sonrisa—. La última vez que escuché esta canción, estabas sumergida entre docenas de papeles refinando los últimos detalles de tu huida.

—Tienes buena memoria.

—Y tú estás a punto de repetir ese momento —Cambia del inglés al español con rapidez—. ¿De verdad no piensas decirme cuándo vas a marcharte?

Rey de ladronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora