Capítulo 11

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Dos días después, tengo todo lo que he encontrado para preparar la falsificación sobre el escritorio de Lev. ¿Qué puedo utilizar para demostrar la procedencia? Quizá el artículo del periódico que habla sobre la pintura, o una falsa factura de compra... Suspiro, sacudiendo la cabeza al recordar que no tengo que preocuparme por volverme loca, ya que el Señor Ladrón está justo detrás de mí, al otro lado de la habitación trabajando en la nueva mesa. Está tan concentrado que ni siquiera nota que he empezado a divagar sin saber muy bien dónde detenerme...

Apoyo mis manos sobre mis caderas y miro de nuevo los papeles extendidos por el escritorio. Voy a falsificarlo... Todo. Si Lev quiere ponerme a prueba, voy a mostrarle cómo de bien lo hago.

Tomo asiento por tercera vez en la tarde, la luz nocturna empieza a reemplazar los rayos de sol cuando por fin utilizo el bolígrafo para bocetar las primeras declaraciones de propiedad y diseñar los sellos al ritmo de Lluéveme un río, de Veintiuno. También empiezo a redactar una lista incluyendo las "otras pinturas" que posee Otto James, de forma que cuando los corredores de la subasta lo lean, le dejen entrar sin pensárselo dos veces.

— ...James también posee el esquivo cuadro de El hombre tumbado, de Jan van Eyck. — pienso en murmullos —. Según los expertos, este se habría hundido junto al Titanic, aunque nunca llegó a estar a bordo debido a un percance con el envío, lo cual verificaron mucho más tarde los historiadores, basándose en algunas cartas de la época.

Inventar una historia es sencillo, pero... ¿cómo se supone que es este cuadro? Si tuviera que dibujar algo ahora mismo que se pareciese... Alzo la vista y observo a Lev, que suspira al otro lado de la habitación, centrado aún en sus propios papeles. Minutos más tarde y sin darme cuenta, el documento falsificado está listo. Describe el cuadro de un hombre desnudo plácidamente tumbado entre sábanas de terciopelo, descrito con gran cantidad de detalles: Pelo negro, fibroso sin ser excesivo y unos increibles y penetrantes ojos azules...

Levanto de nuevo la vista para observar a Lev, solo para encontrar que ya me está mirando, exactamente de la misma forma que he imaginado en la pintura. Ignoro como se empieza a erizar la piel de mi cuello y me centro en bromear con él después de una jornada de trabajo.

— ¿Ves algo que te guste, Señor Ladrón?

— Sí. Tenía razón, antes.

— ¿Sobre qué?

— Realmente disfruto viéndote trabajar.

Se levanta de su sitio y camina despacio, disfrutando del momento, avanzando hacia mí... Sabe que tengo algo que preguntar.

— ¿Qué pasa? — inquiero de forma inocente.

— Tu postura cambia cuando tienes una idea rondando. Y el entusiasmo que rezumas es tan... tangible. — está tan cerca que tengo que mirar hacia arriba para verle, podría incluso tocarme, pero coloca su mano en el respaldo de mi silla en su lugar —. Bien, ¿qué es eso en lo que trabajas que te tiene tan entusiasmada?

Me paralizo al darme cuenta de que, obviamente, va a ver todo lo que he escrito sobre una pintura imaginaria de él desnudo, pero es demasiado tarde para tratar de cambiar algo. Ya está leyendo.

— Este hombre parece cautivador. — comenta mientras avanza y sus ojos se abren cada vez más con sorpresa —. Es increible como has descrito sus ojos con tanta cantidad de detalle...sin mencionar el estado de desnudez del caballero. Tienes una imaginación muy vívida, señorita Murphy.

— No actúes como si no lo supieras ya. — entrecierro los ojos, imaginando que habría ocurrido esa noche en París si Gallard no nos hubiera interrumpido.

— Te estás sonrojando. ¿En qué estarás pensando ahora?

Desvío la mirada, centrándome en el papel repleto de palabras, intentando ignorar lo ronco de su voz. Está claro que no va a permitírmelo, porque de repente siento su mano rozando mi pelo y más tarde mi cuello. Noto sus manos templadas y estoy segura de que él puede sentir como se ha calentado la zona que está acariciando.

Rey de ladronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora