El ruido proveniente fuera de la habitación te hizo despertar, rodando por toda la cama con tal de conciliar el sueño pero parecía algo imposible. Viste el reloj sobre la mesita de noche y marcaban las dos de la madrugada, estirándote sobre la cama con tal de sentir alguna clase de alivio en tu cuerpo. Dormir sola no era de tu agrado, mucho menos cuando estabas embarazada y tu bebé constantemente pateaba si no sentía el calor de su padre.
A regañadientes te sentaste sobre la cama y buscaste tus pantunflas, tu intención era bajar a buscarlo y posiblemente comer alguna extraña combinación ahora que tu apetito había despertado de igual manera que tú. Te pusiste una sudadera encima que encontraste y que era de lo poco que aún te quedaba sin apretarte y saliste de la habitación en tu búsqueda.
Era diciembre y el frío calaba en tu piel, pero tu apetito y tus deseos de saciar las necesidades de tu bebé te hacían actuar de manera impulsiva. Bajaste con cuidado el tramo de escalones y fuiste hasta donde provenía el ruido; el pequeño estudio improvisado de tu prometido era su lugar seguro cuando no podía dormir y se quedaba hasta altas horas de la noche componiendo.
Sí, a él le encantaba componer música. Había sido su sueño frustrado, y aunque fuera su pasión, admitía que era mejor no haberlo seguido o de lo contrario no tendría la vida que ahora tenía. Se reconfortaba que le compondría a su único fan y ese sería su bebé, su musa para sus composiciones e ideas.
Tocaste con cuidado antes de escuchar como el sonido del piano se detenía y la puerta se abría, encontrándote con él.
—Hey, amor. ¿Qué haces despierta a esta hora? Debe de ser muy tarde, deberías de estar descansando.—Murmuró por lo bajo como si alguien más pudiera escucharlos.—¿O es que te desperté? Perdón, acabo de encontrar la nota que tanto estaba buscando.
—Son las dos de la mañana, sabes que el bebé no me deja dormir si no estás conmigo, se pone testarudo si no te siente.—Regañaste severamente, buscando sus manos en busca de contacto.—No fue exactamente que me hayas despertado, solo que me es inevitable no ponerme inquieta si no estás en la cama.
—¿Qué tal si vamos a dormir ahora? En un par de horas debemos de prepararnos para el ultrasonido del bebé.—Se inclinó hacía ti, besando tu frente.
—Quiero escuchar lo que encontraste para tu composición, sabes que me gusta escucharte.—Y era la verdad, verlo tan sumido en su propio mundo de composición mientras tocaba cada nota con perfecta armonía, en ocasiones su voz le acompañaba pero era rara la ocasión donde él mismo cantaba. La pura melodía los hacía envolverse en un momento perfecto.
—¿Qué tal si te la enseño cuando esté terminada? Quiero que la disfrutes cuando por fin logre terminarla, te prometo que valdrá la pena.—Sonrió ante tu evidente puchero de disconformidad, pero asentiste.
—¿Falta mucho para eso?
Negó, divertido.—Te prometo que será muy pronto, antes de que nazca.
Estabas entrando al octavo mes, no era sorprendente que ya sintiera el día muy cercano, por lo que ya estaban afinando los últimos detalles para su llegada y terminando los preparativos de su habitación.
—Entonces deberías de apurarte, puedo sentir que en cualquier momento nace.—Le sacaste la lengua divertida y caminaron agarrados de la mano hasta la cocina, dirigiéndote ahí de manera discreta.
—¿A dónde crees que vas? Es hora de dormir.—Entrecerró los ojos, encontrando la trampa en tus pasos.
—El bebé tiene hambre, fue tu culpa habernos despertado y de paso abrirnos el apetito también, deberías de hacerte responsable de tal cosa.—Lo acusaste una vez que terminaron de adentrarse a la cocina, yendo hacia el congelador donde sabías que aguardaba aquel helado de galleta que tanto saboreabas en ese momento.
Un poco de nieve servido en un tazón, acompañado de salsa picante y posiblemente un poco de limón... Estabas saboreando tu creación imaginaria cuando la puerta del congelador fue cerrada bruscamente.
—Nada de helado a esta hora, es tarde y además hace demasiado frío, inclusive no debiste de haber bajado solo con la pijama y la sudadera, podrías enfermarte.—Te regañó, abriendo uno de los gabinetes que se encontraban en alto en busca de algún paquete que contuviera algo para que pudieras saciar tu apetito.
Hiciste un leve puchero ante el regaño, encogiéndote de hombros. Al final de todo, habías conseguido tu paquete de galletas favoritas, una cucharada de helado que lograste convencerlo y dormir entre sus brazos con tu bebé cesando las pequeñas patadas que daba cada cierto tiempo. Eras feliz y te sentías plena, no pensabas que podías pedir otra cosa más de lo que ya tenías a tu alrededor.