Capítulo 15

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El haber estado una semana en coma llegó a ser una motivación para mí, y durante la siguiente semana estuve entrenando como si mi vida dependiera de ello, que la verdad, si dependía de ello.

Había aumentado las horas de entrenamiento al día, tenía que tener la seguridad de que mi poder no se volvería a descontrolar. Al principio, James se solía pasar a entrenar conmigo en alguna de esas horas, pero acabé echándolo por dos razones: la primera era que tenía miedo de que la Cronoquinésis saliera de mi capacidad de control y la segunda era que no me podía concentrar teniéndolo a él tan cerca, así que, por el bien de la humanidad, lo eché de la sala.

Había decidido cambiar todas las horas de mis entrenamientos gracias también a la ayuda de Max, prácticamente le supliqué que me dejara entrenar sola pues yo podía llegar a ser un peligro. Él aceptó el trato tan solo si prometía que cuando ya controlara mejor mis poderes volvería a unirme al grupo. Era un trato justo.

Hoy, decidí probar el mismo poder que utilicé en Max el día del accidente, pero en vez de probarlo con personas, porque obviamente no lo iba a hacer, decidí probarlo con manzanas. Y os preguntaréis, Harriet, ¿por qué manzanas? Bien, eso es simple, porque las odio.

La verdad, tendría que poner un nombre a este poder, Cronoquinésis envuelve más a la magnitud del tiempo, pero este último poder, aparte del tiempo se centra más en la vida. Nota personal, buscar un nombre guay al poder para que así de menos miedo.

Canalicé la energía y dejé fluir el tiempo. Me centré en una manzana consumida por los años, sin color y básicamente descompuesta. La imagen solo duró unos minutos, porque no era capaz de canalizar tanto poder en una misma cosa y mantenerlo durante un determinado tiempo. Supongo que, con Max, la adrenalina y el hecho de que estaba furiosa con él sirvió para incentivar mi energía. Pero tenía que aprender a utilizar los poderes sin tener que estar recurriendo siempre a una persona que me haga enfadar, de lo contrario, podía incluso atacar sin querer a esa persona.

Justo cuando estaba a punto de perderme entre mis pensamientos, golpearon a la puerta de manera insistente. Suspiré frustrada porque supuse que el entrenamiento había acabado por hoy.

Me acerqué hasta la puerta y la abrí con una llave metálica, la había cerrado para evitar interrupciones como esta, la verdad, no sé para qué cerraba la puerta si al final iba a acabar abriéndola para ver de quién se trataba. Misterios de la vida.

Abrí la puerta, y para mi sorpresa me encontré a Nayara. Para quien no se acuerde, compartía habitación conmigo, tenía el pelo negro, largo y lacio, delgada y con el poder de la velocidad, ¿os suena? El caso es que hacía tiempo que no la había visto, desde todo el asunto de que casi mato a una persona y de que prácticamente había pasado la semana en estas cuatro paredes, no tuve mucho tiempo de hablar con ella.

Tan solo fue a visitarme aquel día en la enfermería disculpándose por lo ajetreada que había estado durante toda la semana. Además que, cuando llegaba a la habitación o ella estaba dormida o yo caía antes en un sueño profundo agotada de todo el día.

–¡Nayara! ¿Qué haces tú aquí?

–No te atrevas a pedirme explicaciones Harri, hace una eternidad que no nos vemos así que hazme el favor de salir de aquí y vamos a comer juntas.

Hice una mueca al escuchar cómo me había llamado y al parecer esta se dio cuenta por lo que rio estruendosamente.

–Venga, tengo que contarte algo interesante. –dijo mientras se apresuraba para salir por la puerta.

Una vez ya sentadas y con nuestra comida en la mesa esperé a que hablara.

–¿No me tenías que decir algo interesante? –pregunté para que lo dijera de una vez por todas.

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