Capítulo 16

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Las alarmas empezaron a sonar de forma estruendosa. La gente corría de un lugar a otro, pero el pánico no era lo que veía reflejado en sus rostros sino la determinación.

Los más jóvenes habían subido a la planta de arriba a monitorizar todo el sistema de seguridad mientras que todos los demás se repartían estratégicamente por todas las posibles entradas a este lugar.

Corrí hacia la entrada principal, pero con todo el mar de gente, me choqué contra la espalda de alguien. Max me miró preocupado y gritó un par de instrucciones que no logré comprender a un grupo de chicos que salían disparados con armas hacia la azotea del edificio.

–¡Max! -grité para hacerme oír.

Él me miró agitado. –¡Tú puedes hacerlo Harriet, confiamos en ti! Acuérdate de todo lo aprendido y mata a esos cabrones.

Asentí convencida y fui a las puertas principales que se encontraban en la recepción. Allí estaba Nayara, con un par de chicas con armas, ella no estaba armada, según ella, bastaba con su poder.

Sonreí hacia ella intentando transmitir seguridad. No era una heroína, no había valentía corriendo por mis venas, no era la salvación que todos estaban esperando.

Era la unión, era el puente de todas estas personas, era la conexión que lograba que todo funcionase. Hacía que todos se convirtieran en uno solo. Yo no iba a ganar la guerra. Nosotros íbamos a ganar la guerra.

Un fuerte sonido se escuchó desde la azotea, la onda expansiva provocó que las puertas y las paredes temblaran. Ya habían llegado.

–¡Que abran las puertas a mi señal! –dije a nadie en particular. No tenía la más mínima idea de si alguien me habría escuchado o siquiera harían caso a esta idea suicida, pero confiaba en ellos, tan solo esperaba que ellos confiasen en mí.

–¡Uno, dos...! –esperé hasta que el ejército enemigo estuviera más cerca de las puertas mirando hacia una de las pantallas de control que se situaban cerca de mí. –¡Levantad las armas! –grité a los de mi alrededor. –¡Tres!

La puerta se abrió y vi a Ethan desde el panel de control, había pulsado el botón y me guiñaba un ojo sonriendo.

La guerra había empezado.

–¡Atacad! –grité desgarrándome la garganta.

....

Decidí actuar con prudencia y coger un arco cargado de flechas con un veneno especial que había estado utilizando en mi entrenamiento individual cuando lo utilizaba en un gran muñeco que simulaba ser el enemigo.

No era idiota, no utilizaría mis poderes desde el principio, ahorraría la energía hasta el momento en el que decidiera que ya era suficiente. Podría jurar que mi poder era más poderoso que todos los de aquí y no sería nada prudente ir malgastándolo.

Hacía alrededor de diez minutos que había empezado la batalla, o eso creía, ya que no era muy consciente de cuánto tiempo había pasado realmente, por ahora, me las había ido arreglando. Un par de rasguños en la cara y nada grave.

Me giré para detectar si alguien necesitaba ayuda y vi a dos personas de mi grupo que estaban luchando contra un hombre robusto, eran Lena y Ava, dos chicas con las que anteriormente había estado entrenando. Ava se encargaba de lanzar trozos de hielo a su enemigo que esquivaba con gran agilidad mientras que Lena luchaba por levantarse, estaba tirada en el suelo en posición fetal y se agarraba la cabeza con gran dolor.

Me acerqué por detrás, esquivé a un par de personas que luchaban con armas y clavé de una estocada la flecha envenenada contra su espalda, a continuación, un golpe sordo acabó con la vida de ese imbécil al estampar su cráneo contra el suelo. Con la ayuda de Ava arrastré a Lena a uno de los ascensores de la planta de arriba.

–No salgas de aquí hasta que te encuentres mejor. –Dije mirándola preocupada para después bloquear el ascensor. Nadie podría abrirlo desde fuera, y no creo que nadie más echara en falta un ascensor, había un par más que también conducían a la siguiente planta.

–¡Tú! –dijo alguien susurrando en mi oído. Fui a darme la vuelta, pero enseguida un arma me apuntó en la espalda. Me dolía la columna de tanto tensarla, el sudor caía por mi frente y respiraba con dificultad.

Miré por el rabillo de mi ojo, la persona tenía una especie de máscara que le modulaba la voz, y entonces caí en que era el infiltrado, pues a las demás personas poco les importaba que se les vieran las caras. Estaban convencidos de que iban a ganar, harían todo lo posible para que volviéramos a estar encerrados en Paradise, en aquella jaula espeluznantemente similar a la sensación de una vida mejor.

No pensaba permitir que aquello sucediera.

–Muéstrate. –gruñí escupiendo mis palabras. –Eres un maldito cobarde traidor. ¡Cómo has podido! ¿Acaso no sabes que cuando obtengan lo que quieren te van a encerrar también como a nosotros? ¡Te van a desechar porque no les importas! Eres un jodido imbécil. –grité y pataleé, pero su agarre aumentó.

Escaneé la planta de arriba. Ethan estaba luchando con dos mujeres y tres hombres. Me preocupé al instante al ver la pelea tan desequilibrada. Parpadeé y ya no vi a un Ethan, sino a seis, creí que me había vuelto loca hasta que me acordé que podía hacer réplicas de él mismo. El alivio se hizo presente.

En la planta de abajo, todos estaban ocupados peleando, destellos de colores iban de un lado a otro. Por un momento crucé miradas con James, el cual trataba de cortocircuitar a dos personas que venían hacia él. Guiñé un ojo haciéndole saber que no se preocupara, que estaba bien, pero ni yo me lo creía. Al parecer, él tampoco lo creyó porque aumentó sus movimientos como si su energía se hubiera recargado. Trataba de librarse de ellos para llegar hacia mí. Pero yo aún no quería que viniese, necesitaba saber quién era mi opresor.

–No me desecharán Harriet. –habló riendo. –Mi padre fue una de las mentes de este proyecto, yo sólo entré a Paradise y me hice pasar por una víctima más. Ya todos los que trabajaban en el proyecto sabían que había gente que consiguió escapar de allí y que ayudaba a escapar a los demás. ¿Creíais que éramos tan idiotas?

Nosotros solo decidimos estudiar su mente, sus estrategias, así que decidimos dejar que se escaparan para ver de lo que eran capaces. –dijo apretando más el arma contra mí.

El hierro se clavaba y parecía que estuviera ardiendo. Podría utilizar la cronoquinésis, pero necesitaba que me contara aquella historia. La razón de su locura.

–No tiene sentido. –dije haciendo que se frustrara. –¿Por qué nos querrían estudiar? No somos tan importantes.

–Sois la salvación a la superpoblación. –añadió con una enfermiza voz de entusiasmo. – Los científicos se han ido cargando poco a poco a las personas de más de treinta años que aún seguían viviendo en este asqueroso mundo de miseria y contaminación. Los demás eran utilizados para engendrar niños que eran arrancados de los brazos de sus padres, los llevaban al laboratorio y con un poco de variación en los genes salía gente como tú Harriet, con poderes. –Tu padre solo vivió porque necesitábamos hacerte fuerte Harriet, él era como un reto para ti, te trataba mal, sí, ¿pero no era ese el objetivo? Hacerte más fuerte.

–Eso es antinatural. –dije con desprecio.

–Bueno, la gente tiene diferentes puntos de vista, no es mi culpa que la sociedad no sepa que nuestro punto de vista es el mejor y el más razonable.

Y cuando vosotros crezcáis un poco más, se llevará acabo la siguiente fase, las personas de menos de treinta años que vivían en la Tierra morirán, total, su función ya la habrán cumplido, dejando así a la gente con poder para repoblar entre ellos el mundo. Una raza más poderosa, una nueva vida, un nuevo comienzo. Tendrás que sentirte orgullosa Harriet, tú formarás parte de ese nuevo comienzo.

Sus palabras me llenaron de rabia. Se acabó, iba a utilizar mi poder. No podía seguir aguantando sus tonterías. La cronoquinésis le pilló por sorpresa, y antes de que pudiera hacer algo, sus movimientos se ralentizaron. Le quité la máscara intentando concentrarme para seguir manteniendo mi poder, pero, ¿cómo concentrarme si no podía creer lo que estaban viendo mis ojos?

Me sentí engañada, humillada y decepcionada, sentía que todo lo que había vivido era un sueño, y es que delante de mí se encontraba mi mejor amiga, Nayara.

Mi poder se resquebrajó delante de mí y Nayara llevó sus manos hacia mi garganta. Sentí que ya había sufrido demasiados golpes emocionales, sentí que ya no podía más.

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