Capítulo 19

1 0 0
                                    

El paso de la guerra se hacía presente entre los escombros del lugar. Mi hermana Clara ayudaba a recogerlo todo junto a unas amigas suyas. Ellas, al igual que los más jóvenes se refugiaron en la tercera planta, no podíamos arriesgarnos a que también murieran, seguían siendo unos niños inexpertos. El lugar estaba tan lleno, pero tan vacío a la vez...Lleno de gente moviéndose de un lugar a otro, atendiendo heridos, intentando infundir calma, recogiendo aquel caos. Y vacío, porque era muy notable que nos habíamos reducido en número.

Si ponías atención, podías ver unos cuantos cadáveres en el suelo que aún no habían sido recogidos, y eso me recordaba todo lo vivido hacía un par de horas.

Me levanté con un poco de esfuerzo, me dolían todos los músculos existentes y por existir. Sentí un punzante dolor en el hombro, y creí que me lo había dislocado a causa de una de mis tantas caídas, pero había decidido no ir a la enfermería por ahora, allí dentro había personas que se encontraban en una situación más grave que la mía. Personas como Harriet.

Cuando fui a dejarla en la enfermería prácticamente me cerraron la puerta en las narices.

–Está muy grave. ¡Traed una camilla! –fue lo único que escuché antes de que mi mundo se desmoronara.

Sentí un gran vacío en el pecho, sentí tantas pérdidas, tantas mentiras, que mi cabeza no paraba de dar vueltas perdiéndome entre mis pensamientos.

Tendría que haber sido más inteligente, más estratégico, me dejé llevar y eso me ha hundido por completo.

Me encantaría ayudar, pero tenía tanto miedo de derrumbarme si por casualidad veía uno de sus cuerpos. No sabía cómo reaccionaría al ver al pobre Ethan tirado en el suelo, como si nunca hubiera sido nadie.

¿Y Max? ¿Sentiría satisfacción al verle muerto tras saber que nunca había estado de mi parte? Tal vez no, pero esa pequeña posibilidad aun me atormentaba.

–Creo que deberías descansar. –dijo mi hermana posando una de sus pálidas manos en mi hombro.

Estaba tan absorto que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba a mi lado, recordándome que ella seguía allí y que no me pensaba dejar.

–Descansaré cuando sepa que Harriet está bien.

Ella suspiró agotada y se pasó las manos por su cabello lila alborotándolo.

–Ambos sabemos que si supieras que ella está bien te quedarías toda la noche en vela hasta que se despertara, y eso no es sano. –adoptó la típica pose de madre enfadada cruzándose de brazos e hizo que yo añorara una figura materna.

–Estoy bien. –insistí mirándola fijamente como para demostrar que aún podía mantenerme en pie.

–Hagamos una cosa, cuando ella despierte serás el primero en ir a visitarla y cuando yo me entere de que está bien iré a contártelo, ¿vale?

Yo asentí conforme, sin saber que al día siguiente no se iba a despertar, ni al otro, ni al otro...

Toc toc toc

El sonido de la puerta retumbó en mis oídos. Levanté la cabeza y entre la oscuridad entrecerré los ojos tratando de ver la hora iluminada del despertador. Las cinco de la mañana. Mi cabeza cayó de nuevo al colchón tras ver la hora. Quería dormir, quienquiera que fuera, que viniera a una hora decente por la mañana.

Toctoctoctoctoc toctoctoc

Los golpes esta vez fueron más rápidos e insistentes, me acerqué con pasos pesados hasta la puerta y la abrí.

–¿Clara? –pregunté sorprendido rascándome los ojos.

–A buenas horas abres...

–¿Se puede saber qué haces a las cinco de la mañana tocando como una desesperada a mi puerta? Vas a despertar a los demás. Después de todo esto creo que nos merecemos unos días de tranquilidad, ¿no crees?

–Este chiquillo es idiota. –susurró Clara para nadie en concreto. Arrugué el entrecejo frustrado. –Te dije que cuando tuviera noticias serías el primero en visitarla, pues bien, ha despertado.

...

Ha despertado. Ha despertado.

Una alegría inmediata me recorrió todo el cuerpo, y la energía que había gastado se recargó de la nada.

Corrí, corrí como si lo más importante de mi vida estuviera a unos simples metros de distancia, y es que lo estaba.

La gran puerta que daba a la enfermería estaba cerrada, pero había aún gente dentro a altas horas de la madrugada, escuchaba el sonido que provenía del otro lado de la puerta.

Toqué con determinación evitando el sentimiento de abrir la puerta de golpe y buscarla entre la multitud.

Cuando abrieron la puerta, salí disparado hacia el lugar donde sabía que estaba su camilla, mientras que algunas miradas curiosas se posaban en mí unos instantes y volvían a lo que estaban haciendo.

Me paré en su sección. Había tan solo una cortina que nos separaba, estaba tan cerca...

Mis manos temblaron cuando agarraron la cortina y tragué saliva con dificultad. Estaba despierta sí, pero aún no sabía en qué estado se encontraba.

–¿Harriet? –pregunté abriendo la cortina nervioso.

–Creo que te has equivocado de camilla. –dijo la voz de una chica con un toque de gracia, aquella voz que conocía tan bien.

Giré sobre mí mismo y en frente de mí, con una sonrisa en su rostro se encontraba Harriet incorporada con la ayuda de unos cojines sobre su cama y mirándome con un brillo especial en los ojos.

Me acerqué hasta la camilla estando lo más cerca posible de ella.

Tras la emoción inicial, me di cuenta de sus heridas. Tenía el cuello amoratado y el labio partido, junto con varios rasguños en la barbilla y en los brazos, y eso era lo que podía ver a simple vista, no me podía imaginar las otras heridas que escondía tras esa sonrisa.

–Eh, quita esa cara de susto, tú tampoco es que estés como un modelo ahora mismo. –habló formando una sonrisa sincera.

–Incluso con estas heridas estoy jodidamente hermoso. –dije guiñándole en un ojo.

Ella rio a carcajadas y su risa inundó el lugar. Era la risa más hermosa que había escuchado en mi vida y reía para mí.

Durante los últimos días había estado preocupado por no volver a escuchar su risa, por no escuchar sus estúpidas ideas o por no volver a abrazarla, pero no había tenido en cuenta de que era la mejor luchadora de su generación, era increíblemente fuerte, había logrado miles de cosas y esta sólo fue una que resistió con más fuerza, pero ella, ella tenía toda la fuerza que se necesitaba para partirle la cara al destino, al tiempo y a la muerte.

En el fondo sentía no haber sido el típico príncipe azul de las historias infantiles que salvaba a su querida princesa cuando estaba en apuros apareciendo de la nada y acabando con el dragón. Sentía no haber sido el héroe de su película ni el misterio de su vida, pero Harriet no necesitaba ningún héroe para saber que ella era una heroína, una luchadora, era una vida entre miles de vidas que brillaba por su propia luz, era la chica de mis sueños, mi mejor amiga, era el puente que nos unió a todos.

Harriet fue y será el alma de su propia película.

ParadiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora