Capítulo 2

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Mis párpados despertaron de su anhelada y relajante oscuridad, parpadearon y vuelven a cerrarse, pues aún no están preparados para despertar.

Volvieron a abrirse inseguros ya que la cegadora luz que desprendía el gran astro del exterior les dañaba, aunque ya desvelados, saludaban a la mañana como a una vieja amiga, llenos de entusiasmo y energía.

Miré a mi alrededor ensimismada puesto que horas antes mis párpados se cerraron en mi pequeña habitación oscura, ahora, un gran bosque me daba la bienvenida agitando sus ramas al son del cálido viento del verano.

Mi mirada cayó en torno al húmedo césped que acariciaba mis pies desnudos con suavidad, mi piel lo recibió con naturalidad y mis pies se encaminaron hasta el árbol más próximo.

Su tronco actuaba como un pilar que lo sujetaba feroz, pues su más temible temor era caer.

Sus verdes hojas formaban una gran copa en la zona más alta, protegiéndole de las fuertes lágrimas que arrojaban las nubes en sus días de irritación.

Y sus ramas acogían deseosas a cualquier pequeño animal que necesitara de su protección.

Curiosa, seguí adentrándome por el frondoso y espeso bosque, las ramas bailaban con otras retorciéndose, llegando a formar una cúpula por la que pasaban pequeños haces de luz solar que penetraban en los fuertes cimientos deseosos de que su belleza se apreciara por igual.

Seguí caminando con pasos más fuertes y seguros pues la curiosidad que me embargaba de llegar hasta el final del bosque y ver lo que me aguardaba era demasiado grande que pensar en el hecho de no poder encontrar la salida.

Mis rizos dorados se adherían a mi espalda empapada de sudor, y mis labios pedían a gritos un agua en el que poderse sumergirse. No sabía durante cuánto tiempo mis pies llevaban en funcionamiento, tampoco tenía la certeza de que estos se dirigieran hasta el destino que anhelaba por descubrir, pues todavía no descartaba el hecho de que mis pasos se estuvieran entrecruzando durante todo este tiempo.

Una luz desde el final del frondoso bosque me recibió ajetreada, pues me indicaba que mi sufrimiento había finalizado.

Mis labios forman una sonrisa de abatimiento y superación, mientras que con las pocas fuerzas que tengo, me dirijo hacia la resplandeciente luz del exterior.

Cuando ya me faltaban menos de dos kilómetros, un ruido logra hacerme parar en seco, mi cerebro embargado por el pánico me suplica que huya de allí, pero mi instinto común me ordena que no haga caso a las decisiones partidarias del temor, pues el hecho de echar a correr tan sólo despertaría aún más el entusiasmo de mi presa.

Así que, mi cuerpo se giró suavemente hacia donde creía que mis oídos habían capturado el sonido atemorizador, y esperé impaciente que detrás de ese espeso arbusto saltara un depredador hacia mí.

Pasado los minutos, al notar que el silencio reinaba el bosque, me acerqué hacia el arbusto, aún temerosa, alcé con la ayuda de mi brazo un delgado palo que descansaba sin ser visto en el camino y lo dirigí amenazante hasta allí.

Mi mano temblaba de miedo, mientras que mi cerebro se autoengañaba explicando que posiblemente mi imaginación me había pasado factura en el momento menos indicado, pero cuando estaba empezando a bajar mi absurda arma, la aparición de dos ojos oscuros entre las hojas verdes me sorprendió tanto que mi garganta dejó escapar un chillido de temor.

El arbusto se seguía moviendo y mis pies clavados en la tierra se negaban a marcharse y casi sin poder apreciarlo logré ver como una figura humana salía de allí a gran velocidad.

Mis pies lograron responder esta vez y se dirigieron hasta esa figura que había salido de su escondite, mis pies aumentaron más el ritmo mientras que de mi garganta salían palabras entrecortadas. Espera, vuelve, te puedo ayudar.

En esta última palabra el chico que se lanzó a correr paró en seco, provocando que mis pulmones tuvieran un momento de tregua que no hicieron más que agradecer.

Me dirigí hasta él, y miré hacia atrás, pues no me había percatado que había salido del bosque conduciéndome hasta un gran claro en el que se sumergía una laguna de agua cristalina.

Me acerqué hasta el chico pelirrojo, y le observé detenidamente, sus ojos eran parecidos al color de la laguna que se encontraba a unos pasos de nosotros, sus pecas salpicaban su rostro dándole un aspecto de armonía, su delgado cuerpo se sostenía firme en el suelo y sus extraños ropajes lucían desgastados, como si estuviera retenido desde hace ya tiempo.

Lo miré a los ojos y me sonrió apenado por el espectáculo que acababa de dar, abrió sus labios y me relató la historia de su llegada, pero sus palabras se perdían en mis oídos. Desesperada, le dije que intentara hablar más fuerte pues no llegaba a comprender lo que me decía. Él extrañado, abrió más los labios y habló exagerando su vocalización, pero no podía escuchar ningún sonido que saliera de su garganta.

Extrañada, lo miré, sin comprender que es lo que estaba pasando, pero mis ojos se encontraron con su figura distorsionada y borrosa, miré a mi alrededor, los árboles, el césped y la laguna eran ahora manchas borrosas que impactaban en mis ojos.

Lo volví a mirar, pero ya no estaba.

Todo el paisaje daba vueltas y mis ojos giraban descontrolados, intentando volver a capturar la belleza que antes embargaba en este.

Mi cabeza daba vueltas y mis párpados, angustiados por volver a recobrar la calma se cerraron y se sumergieron en la oscuridad.

Mis párpados se volvieron a abrir, pero en lugar de encontrarme con el frondoso bosque que una vez estuvo ante mis ojos, ahora me encontraba en mi habitación. Los rayos de luz azotaban mi ventana, logrando que los más afortunados entraran en mi habitación.

Mi cerebro repasó los acontecimientos que ocurrieron y llegué a la conclusión de que solo era un hermoso sueño.

Bajé las escaleras apesadumbrada al mismo tiempo que escuché el timbre de la puerta. Pensé en no contestar y en volver a sumergirme en ese mundo de los sueños, pero el sonido del timbre siendo tocado por segunda vez interrumpió cualquier pensamiento y decidí abrir.

Ante mis ojos una figura delgada se tambaleaba nerviosa y me miraba a los ojos tímido. Su pelo rojo y vivo como el fuego se esparcía hacia todos lados y sus ojos azules brillaban esperanzados.

Mis ojos se abrieron sin poder creer lo que estaba viendo, volví a pensar que estaba soñando, pero ya no estaba tan segura.

Le miré a los ojos entre confundida y expectante, incitándole a que hablara. Él se aclaró la garganta y procedió a ello.

–Perdón por lo de antes, no suelo esconderme detrás de los arbustos. Soy Max. –dice mientras me tendía la mano en un gesto amable.

Desconcertada, se la estreché sin saber que decir.

Era la misma persona que había visto minutos antes, esa misma persona que ahora se encontraba enfrente de la puerta sonriendo como si nada, él también me había visto en aquel lugar, así que me hizo plantearme la pregunta de: "¿qué es lo que fue real?"

Las sensaciones que había vivido se sentían lo suficientemente reales como para creer que estaba en medio de la nada.

–Tenemos muchas cosas de las que hablar, me temo que Paradise te ha abierto la puerta de su propia jaula, y ahora te toca a ti dar una esperanza a los demás. –habló Max mirándome con seriedad.

ParadiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora