Capítulo 5: una aprovechadora y una justa

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Daren

Dos semanas después estaba listo para ofrecerle el trato a Gabriela.

El abogado había hecho el contrato a base todas mis exigencias, pero si había algo en lo que ella no estuviera de acuerdo se haría uno nuevo en donde ambas partes estuvieras de acuerdo.

Los días siguientes fui al restaurante casi todos los días, pero era como si el universo me estuviera mandando una señal. No había rastro de aquella chica y comenzaba a preguntarme si no me había imaginado que ella trabajaba aquí.

Siempre me encontraba con la mesera traviesa y con otra chica que era bastante habladora y agradable, me imagino que ella fue la chica con la que habló Alex cuando vino averiguar sobre Gabriela.

Al día siguiente, iba resignado a que no la encontraría y me senté en la mesa más cercana al mesón para verla. Pero mientras trataba de espiar si la chica estaba, mis ojos se terminaron cruzando con unos enormes pechos bajo una blusa rosa casi translúcida.

—¿Hay algo que le guste? —preguntó sonriendo. Por supuesto que no se refiere a la carta o alguna decoración del restaurante.

—Un café negro —como tu conciencia, pensé—. Eso es todo.

La mesera con disgusto se dio media vuelta y de mala manera fue por ese café.

Estaba llegando a un punto en donde ya estaba desesperado por saber de ella.

¿Cómo diablos era posible que desapareciera de esa manera?

Preguntar sería demasiado sospechoso, así que pese a todas mis ganas de querer saber de la chica, me quedé sentado esperando.



Me había terminado bebiendo dos tazas de café esperando a que llegara, y me había aprendido el nombre de las meseras, ambas tenían un pasador con su nombre al lado derecho de la blusa. La rubia habladora era Abigail, y la coqueta que se paseaba cada dos minutos meneando la cola era Adriana.

Estaba por pagar la cuenta cuando vi que la futura señora De Villiers cruzó la puerta de la entrada. Tenía ojeras tan oscuras como un pozo sin fondo y el cansancio se reflejaba por todo su cuerpo. Con desgano saludó a sus compañeras y se perdió por un pasillo.

A los minutos regresó con ese maldito uniforme que se estaba volviendo mi maldición, y comenzó a trabajar al igual que las otras.

En la media hora que había observado como se movían las chicas, noté como Adriana era la más vaga, solo atendía cuando entraban hombres y siempre y cuando fueran visiblemente atractivos.

El trabajo cayó sobre los hombros de Gabriela en cuanto su compañera Abigail se fue, la pobre corría de un lado a otro con platos y pedidos, mientras que Adriana estaba escondida detrás del mostrador limándose las uñas.

—Señorita —digo fuerte para que Gabriela me escuche, ella se gira con una bandeja en las manos y noto como se sonroja levemente al verme—. ¿Puede traerme la cuenta?

—Claro, deme un minuto —dice para irse a dejar los platos a la mesa que está a unas cuantas de la mía.

Al ver su reacción me doy cuenta de que no le soy indiferente, lo que pone mi orgullo en la cima.

Pero mi emoción se desvanece en cuanto la que se para a mi lado con la cuenta es la otra.

—Aquí está la cuenta —sonríe descaradamente sacando el pecho.

Hasta que el contrato nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora