Capítulo 49: Visitas inesperadas

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♫ Are You With Me - Nilu

Gabriela

Los siguientes días habían pasado borrosos y por alguna razón mi conciencia se quedó enganchada al día exacto en que Daren me sacó del departamento.

Cuando llegué a la cárcel papá ya estaba ahí y por más que intenté hablarle él no dijo una sola palabra. Se quedó en la misma posición en que llegó desde entonces.

El zumbido de mis oídos era cada vez más fuerte y todo lo que hice fue sentarme sobre la cama que estaba en la celda, con las piernas pegadas al estómago con la cabeza escondida.

En un par de ocasiones mi cerebro salía de las divagaciones y lograba oír al mismo idiota que me sacó del departamento, tenía un fetiche por pasar cada treinta minutos frente a mi celda golpeando los barrotes, y vigilar cada movimiento que hiciera. Mi único consuelo era que papá estaba un par de celdas más allá encerrado con otros presos y desde la distancia se mantenía alerta a cualquier movimiento extraño del hombre.

Por suerte, yo me encontraba sola con la única compañera que podía desahogar mis penas en estos días. Mi cama, con sábanas tan sucias que cada noche rogaba para que no me provocara ninguna enfermedad venérea.

Llevaba tres días en una mugrosa celda con barrotes oxidados, comiendo pan duro y agua de dudosa procedencia, sin derecho a siquiera a curarme las heridas que tenía en los pies. El día que llegué, con dolor me retiré los trozos más grandes como pude, pero los más pequeños seguían ahí recordándome una y otra vez como es que habían terminado allí.

Día tras día me desperté con las mismas preguntas rondando en la cabeza.

¿Cómo pasó esto?

¿Quién nos hizo esto?

¿Por qué quiere inculparnos?

Eran las preguntas que se repetían una y otra vez tratando de hallar una respuesta.

Todo lo que sabía es que estábamos peor que cuando casi nos embarga el banco, solo que esta vez, todo apuntaba a que no teníamos escapatoria.

—Hola, pajarito —dijo mi tormento de todos los días—. ¿Cómo amaneciste hoy?

Silencio.

Me mantuve en un rotundo silencio, odiaba que este hombre que se dedicaba a pavonearse como ley y justicia quisiera pasarse de listo. Tampoco dirigí mi atención hacia él, me quedé con la mirada fija en la pared de concreto que carecía de todo color.

—No seas mala, solo vine a decirte que viene la enfermera a verte esas heridas —apuntó con el garrote a los pies que tenía envueltos con parte de la tela de mi chaqueta—. Pórtate bien y no hagas nada malo ¿ok?

Los ruidos de la reja me pusieron en alerta y rápidamente me senté en la cama preparada a lo que fuera, sabía que él quería poseerme, pero si lo intentaba le iba a costar muy caro.

Grande fue mi sorpresa cuando en lugar de entrar el policía, entró una mujer a mi celda, y no cualquier desconocida, sino que fue una que conocía y muy bien. Se sentó a un lado de la cama esperando a que reaccionara y el perfume dulce a frutas que traía me recordó cuanto extrañaba darme una ducha.

—Supe que estabas herida.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con extrañeza, hacía meses que no la veía.

Elena solo me miró con ternura e ignoró mi pregunta y sin esperar reacción de mi parte comenzó a sacar pinzas, gaza y alcohol del botiquín que llevaba.

—Bueno, pasaron muchas cosas desde la última vez que te vi —dijo acercándose hasta las heridas evidentes en mis pies—. Comencé de voluntaria aquí hace un par de meses, estudié enfermería, pero nunca lo ejercí, siempre ayudé a mis padres con el negocio familiar, pero nunca olvidé mi sueño de querer ayudar a los demás.

Hasta que el contrato nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora