Capítulo 53: Etapas

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Gabriela

La burbuja en la que viví durante los últimos meses de pronto se rompió y me dejó caer de la nube de sueños de golpe.

Abigail me llevó a su casa y me quedé con ella todas las noches llorando hasta la madrugada, no podía olvidar la pesadilla en la que se transformó mi vida.

No fui capaz de entrar en la casa en la que viví desde niña, me recordaba al padre cariñoso que me despertaba cada mañana con un beso en la frente, diciendo "buenos días, hija".

Mi padre era un mentiroso, siempre me inculcó valores que no tenía él mismo, pero agradecía que al menos me haya enseñado bien a mí. Ahora entendía por qué estuvo tantos años hundiéndose en el alcohol, no solo lloraba la partida inevitable de mi madre, sino que estaba deprimido al recordarse a sí mismo el gran error que cometió.

Aceptó dinero sucio, que estaba bañado en sangre y el precio de la vida del padre de Daren fue alto, porque aun así no logró salvar a mi madre. Ella estaba en la última etapa del cáncer y los médicos dijeron que ya no le quedaban esperanzas de vida, solo había que esperar a que dios se acordara de su dolor y se la llevara para que no sufriera más.

Todo cambió cuando a papá le prometieron una nueva terapia para mi madre, era una quimioterapia muy fuerte, mucho más que el resto y también costaba demasiado dinero.

El banco se negó a darle otro préstamo a mi padre, ya debía mucho dinero y no querían apostar a que él podría devolverlo, porque apenas podía con las cuotas mensuales del primero.

Ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de regresarle a mi madre su vitalidad, asi que ambos decidimos trabajar día y noche. Trabajé turnos de día y tarde en el hotel que estaba en ese entonces y por las noches me quedaba a cuidar a mamá, mientras que papá en el día hacía turnos en el taller de autos y por las noches trabajaba de conserje en el mismo hotel que yo.

Cansados y desgastados, tratábamos desesperadamente de conseguir el sustento para sobrevivir, pagar deudas y salvar a mamá de las garras de la muerte.

Una de las tantas madrugadas en vela cuidando a mamá desperté angustiada al oír que le costaba respirar y estaba sangrando por la nariz. El sueño y el cansancio se fueron al cuarto de al lado para dejarle espacio a la desesperación y al miedo, corrí por alguna enfermera que socorriera a mamá, pero todos los trucos para estabilizarla no estaban sirviendo.

Mi madre al ver que las enfermeras no conseguían encontrar solución a su dolor me llamó como pudo a su lado.

Sé fuerte —dijo sujetando mi mano sin fuerza.

No hables mamá —contuve las lágrimas al verla sufrir.

Vive tu vida hija mía, vive tu vida como si fuera el último día —su respiración errática me asustaba, pero más me aterraban sus palabras—. No le temas a lo que depara el mañana, solo vive un día a la vez y nunca pienses en el hubiera, porque es una palabra poderosa que te puede perseguir el resto de tu vida, y no quiero que te arrepientas de no haber hecho todo lo que estaba en tus manos para ser feliz.

De la nada comenzó a sonreír, como si por un momento todo el dolor y el sufrimiento de su cuerpo desapareciera.

Cuídate mucho, mi amor.

Mamá no me digas eso, me estás asustando —lloré sin soltar su mano.

Cuida de tu padre, dile que lo amé y que lo voy a seguir amando después de la muerte.

El médico de mi madre entró por la puerta corriendo, mientras que las enfermeras trataban de hacer lo posible para mantener su alma en la camilla.

Ella me dio una caricia, me dedicó una sonrisa y un "Hasta luego mi niña" antes de cerrar los ojos.

Hasta que el contrato nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora