Capítulo 13: El ring y la tanga negra

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Nota: Escuchen Can-Can de Offenbach, es más divertido con esa canción de fondo.

Gabriela

Adriana me provocaba cada vez más, y me miraba con una sonrisa llena de burla, mientras que con lentitud sacó su teléfono y me mostró la grabación con cada una de las palabras que había dicho.

No estaba dispuesta a irse con las manos vacías, sabía que Daren tenía mucho dinero y estaría dispuesto a pagar lo que sea porque mantuviera la boca cerrada.

—Sigo esperando Gabriela, que me darás a cambio de que no revele que te vas a casar con un millonario que te va a mantener a ti y a tu miserable padre.

Me estaba costando trabajo mantenerme tranquila.

—Como vuelvas a hablar así de mi padre, te vas a arrepentir toda tu vida.

Abigail me sujetaba del brazo cada vez más fuerte, sabía perfectamente que la tensión se rompería con tan solo una palabra más.

—¿Así? ¿Y qué vas a hacer? Si no eres más que una miserable, está claro que te vendiste al mejor postor como una prostituta.

No pude más.

Con fuerza me solté del brazo de Abi y salté sobre la desgraciada de Adriana que en cuanto me vio libre su rostro se desfiguró. El puño de mi mano en su rostro no tardó en llegar, Adriana retrocedió unos pasos recuperando el equilibrio y me devolvió el golpe en una cachetada tan fuerte que me hizo girar el rostro.

—voy a dejarte sin cabello, perra —dije sujetándola de la escoba pajosa que tenía por cabello y la arrastré por todo el restaurante.

—¡Gabi, déjala! ¡La vas a matar!

Los débiles intentos de Abi no me convencían en absoluto, mi coraje era demasiado fuerte para oír razones.

Una vez que me cansé de barrer el piso con su pelo de escoba, volví a lanzarme sobre ella y le di tantas cachetadas como pude, se merecía eso y mucho más.

—¡déjame ya, prostituta!

Eso nunca, prometí que la dejaría calva.

Los gritos constantes de Abi y los de la pelea comenzaron a escucharse en el salón principal, así que no tardó en reunirse gente a nuestro alrededor.

Maldecía eternamente a la persona que me estaba jalando de la cintura, pero a pesar de la fuerza con la que me tiraba no solté el cabello de Adriana. Finalmente, terminó por llevarme gracias a que Abigail me quitó la cabeza de la víbora y solo por eso sobrevivió.

—¡suéltame! —grité pataleando sobre el hombre que ya había reconocido, su perfume lo delataba—. ¡Aún no acabo con esa zorra!

El fuerte golpe en mi trasero sonó tan fuerte que sentía que se había llevado parte de mi carne con su mano.

—¡qué haces pelafustán! —dije golpeándolo por la espalda, que se había creído ese imbécil para golpearme.

Daren sin decirme nada me arrastró hasta la terraza y como si fuera una niña regañada me sentó para juzgarme.

—necesitas calmarte. La gran señora De Villiers, no puede agarrarse a golpes como una verdulera cuando alguien la molesta.

No quería oír razones, solo quería volver y terminar de dejar calva a Adriana, y de paso darle una patada en las bolas a este idiota por osar a tocarme.

—tú... no vuelvas a tocarme —recuperé el aliento y lo advertí apuntándolo como si el acusado fuera él—. Y no te atrevas a criticarme, esa víbora se merecía cada golpe.

Hasta que el contrato nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora