Capítulo 35

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Tras despedirse de su esposa con un casto beso en los labios, Pablo tomó mi mano para ayudarme a subir de forma caballerosa a la camioneta y subirse él. Cada uno miraba a la ventanilla que le quedaba cerca, giré para admirar sus facciones, no mostraban ningún sentimiento, sin embargo, me aterraba.

Quería disculparme por marchame de forma repentina sin mostrar gratitud por recibirme en su hogar y protegerme, pero con su primo en el asiento delantero me era imposible, podrían mis palabras ser malinterpretadas causando más drama. Por el espejo retrovisor caché la mirada espía de Gonzalo, le dediqué una sonrisa que fue correspondida con una media sonrisa.

La cumbre se llevó a cabo en el restaurante de la charrería de los Motoa, Pablo y yo caminábamos tomados de la mano, me pareció extraño pero no mencioné palabra alguna, Gonzalo nos seguía el paso por detrás.

Soltó mi mano al mismo tiempo que se acercó a un señor de edad avanzada y una joven peli negra de mi edad, halagó al padre de los Motoa por el lugar, nos presentó y tomó mi mano nuevamente para llegar a la mesa donde ya estaban los socios. Gonzalo se quedó admirando a la joven que estaba asombrada por el espectáculo del caballo.

En un acto caballeroso, el patrón abrió una silla para que me sentará, quedando a la derecha de Graciela, en la punta estaba un apuesto castaño en sus treintas, aún desconocido para mí.

—Que mujer tan hermosa se consiguió, Pablito—habló el hombre sentado frente a mí.

La sonrisa en mis labios se borró, para ellos no era la hija de Marcus Greene sino el trofeo de Pablo Escobar.

—Ella es la Diabla, hija de Marcus Greene—habló el castaño a mi derecha, giré con ligereza la cabeza, él ya había extendido su mano hacia mí. Por los nervios mis manos estaban heladas, sin embargo, estreché su mano

—Pedro Motoa—pronunció con su voz varonil sin emoción alguna, el hombre me pareció atractivo

—Támara Greene—mencioné con autoridad

El hermano de Pedro se miraba avergonzado y Herber se burlaba de él.

—Si yo fuera usted Julio, trataría a la Diabla con respeto. Asesinó a su esposo a sangre fría, no se deje engañar por esos ojos inocentes—miré a Pedro, él ni siquiera se dignó a mirar hacia mi dirección.

—Gracias por la presentación Marcos—protesté

—Dejemos las bromas para otro momento, si Pablo nos reunió acá con tanto afán para algo importante será—Mariachi finalizó el incómodo momento.

—Así es Mariachi, vamos a tratar el tema de la extradición—hizo una pausa—El señor presidente de la República, acaba de firmar un decreto que no le conviene a ningún colombiano en ejercicio y muchísimo menos a nosotros

—Ningún colombiano debería arrodillarse ante el imperio de los gringos—protestó Herbert

—Totalmente de acuerdo—dijo Pedro—Nadie en esta mesa está dispuesto a pagar un canazo con los americanos—aseguró, miré su perfil, el contacto visual que mantenía con el líder del cártel de Medellín nunca fue interrumpido para mirarme, por el contrario, me era imposible apartar la mirada de él aunque la indiferencia estuviera matándome. Herbert se persinó

—Dios nos libre—intervino Germán, el mayor de los Motoa

—Por eso estamos acá Pedro, para organizar un plan de acción efectivo que nos libre de esos problemas—el ambiente estaba tenso

—Yo no voy a vivir con temor, mi familia les ha demostrado que se gana la plata de forma honrada con ganado—alegó Julio —Mariachi con la minería, Herbert con los hoteles...—Graciela interrumpió

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