EPÍLOGO

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— ¿En serio has tomado esa decisión? —pregunto hacia Midas.

— No tuve opción. Una vez más debo hacer lo mismo. Espero que ésta vez sea la victoria. Mi victoria. De lo contrario, tendré que cambiar mi táctica —responde desde su silla, mientras bebe su café de la tarde.

— No deberías quejarte, ésto es tu culpa —respondo de forma burlona.

— Hey. ¿Te ríes de mí?

—Evidentemente. Atenea está jugando con tu paciencia. Y eso es tu culpa. La consientes demasiado.

—Discúlpeme, señora Novikov. Pero si mal no recuerdo, ella es idéntica a usted cuando estaba en la secundaria. No es mi culpa que mi pequeña hija haya sacado el carácter y genio de su madre.

— ¿Ah, ahora es mi culpa? —pregunto.

— En teoría, su rebeldía proviene de tus genes. Pero me temo que al ser tan consentida por mí, cree que puede hacer lo que quiera. Entonces, creo que ambos somos culpables.

— Tu definitivamente estás buscando quedarte sin tener sexo por un mes —amenazo de manera divertida.

— Eso sería trágico para mí. Podría morir si haces eso. En pocas palabras, tú misma me estarías matando. ¿No crees que es eso demasiado cruel? —me sigue la corriente.

Me río abiertamente.

— ¿Vas a darle un castigo a Atenea? —cuestiono.

— No debería. Mi pequeña no tiene culpa de que existan personas tan imbéciles. Sin embargo, ella debe aprender controlar su tolerancia —me hace saber—. Cambiarla de escuela ya es suficiente castigo, cuando sabemos que ya estaba aprendiendo a adaptarse.

— Se supone que el castigo es para Atenea. Pero siento como si también me estuvieras castigando a mí, por su culpa — una voz masculina se hace presente en el comedor. Giro mi rostro y veo al alto pelinegro entrando de manera desinteresada para luego tomar asiento. Él eleva su mirada grisácea y me mira — ¿Tú qué opinas al respecto, mamá?

Ver a Misha es como ver a una copia casi exacta de Midas. A sus dieciocho años recién cumplidos es de la misma estatura de Midas, no es igual de musculoso, pero su contextura física se asemeja un poco. Por lo general Misha suele ser muy tranquilo y relajado. Completamente diferente a Atenea.

— Creo que tal vez no es justo para tí. Sin  embargo; tengo la leve sensación de que ésta vez será diferente. Si tú y Atenea se encuentran en el mismo lugar, ella se comportará mejor —respondo.

— No es mi responsabilidad que ella se comporte. Atenea ya tiene diecisiete años, sabe lo que debe y no hacer —menciona Misha.

— Claramente lo sé —la voz seria de la pelirroja de ojos grises también se hace presente—. Lamento molestarte, hermano mayor. No es mi culpa que a la gente popular como tú los traten como a dioses y a los remedios sin causa como a mí nos traten como un estorbo —ella camina con gran confianza y se planta frente a la mesa viendo a Midas—. ¿Cuál será mi castigo ésta vez, papá?

— Dentro de dos días comenzarás a asistir a una nueva institución —anuncia Midas observándola.

—¿Tengo derecho a objeción? —cuestiona ella con firmeza. No titubea.

— Ninguno.

— Bien —eleva su cabeza de manera orgullosa y luego se vuelve—. Acepto la consecuencia de mis actos —luego da un vistazo hacia Misha—. Sin embargo... Prometo que voy a atormentarte, Misha. Quizás tus quejas sean justificadas.

Ella sale con seguridad y nos deja a todos allí viéndonos las caras.

— Ella no lo hará. No va a molestarme —dice Misha al levantarse tranquilamente—. Sabe que no ganará nada bueno si cruza mis límites de tolerancia.

NO TODO ES LO QUE PARECE ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora