Capítulo II

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Al día siguiente, el sol estaba en su punto más alto y en cuanto todos se encontraban ocupados con el cambio de guardia al mediodía, me decidí por visitar al príncipe Hendery en su castillo escondido detrás de los árboles.

Dalmi, la muchacha que estaba encargada de cuidarme, me ayudó a salir del palacio por la parte por donde salían quienes servían al palacio. Esa parte era la menos resguardada.

—Su majestad, no es una buena idea que salga.— aconsejo por tercera vez Dalmi.

Ella decía que ir a visitar al príncipe Hendery estaba totalmente prohibido y si iba a verlo me metería en problemas.

Si el príncipe podía venir y visitarme estando prohibido ¿por que no podría hacer yo lo mismo?

—Estaré bien. Regresaré rápido y no me pasará nada, tranquila. — volví a confirmar por tercera vez, esperando que la dejara un poco menos nerviosa.

Las manos intranquilas de Dalmi sujetaban el borde de mi vestido. No había de qué preocuparse porque no tenía miedo a que me pase algo. En realidad, decidí que no me quedaría sin hacer lo que realmente quería.

Una vez que salí y Dalmi se quedó en la puerta mordiendo sus pequeñas uñas me escabullí de la mirada de los guardias quienes se encontraban rondando por la puerta principal y corrí. Una vez dentro del bosque gire y Dalmi me señaló con su tembloroso dedo la dirección por la que debía de ir.

"Tranquila, tranquila" me repetía una y otra vez. Estaba intranquila, o quizás nerviosa o emocionada, no lo sabía, pero a medida que más me adentraba en el bosque mi corazón latía con más fuerza. Sujete el borde de mi vestido amarillo pálido para que no se ensuciara. Si se llegaba a ensuciar y la jefa del palacio se enteraba que salí, Dalmi sería la responsable.

Dalmi tenía veintidós años y su nombre significaba luna. Su familia tenía problemas económicos cuando ella era más pequeña y no tuvieron más opción que entregarla a ella para saldar la deuda que sus padres tenían con unos hombres que hacían préstamos dentro del mercado. Esos hombres la vendieron y entregaron al palacio convirtiéndose en lo que es ahora, una doncella que servía a la futura esposa de unos de los príncipes herederos.

Entre los grandes árboles había un pequeño camino que no se notaba del todo. Ese era el camino del que Dalmi escuchó de las otras doncellas y el que me sugirió que siguiera para encontrar a Hendery. Aún no sabía si lo podría ver o incluso si él quería hablar conmigo, pero lo intentaría.

Terminando el pequeño camino, casi al final, una gran cantidad de flores me dio la bienvenida y me condujo a la entrada de un pequeño palacio idéntico al principal. Las puertas estaban abiertas, sin embargo, no parecía haber alguien en los alrededores. Ni siquiera había guardias ¿o también estarían en su cambio? de todas formas me arme de valor e ingrese.

Mi corazón aun latía desbocado seguramente provocado por la emoción y el miedo de verlo y ser descubierta por algún guardia. Rodeé la pequeña fuente que había en el medio de lo que parecía ser un patio y me senté en ella. Casi en la punta de la fuente había un bebedero para pájaros. En ella habían dos pequeñas gorriones, pero ante el ruido proveniente de unas pisadas ellas se apresuraron en armar vuelo e irse.

Era Hendery quien cruzaba la gran puerta sosteniendo un ramo pequeño de distintas flores.

—¡Ya recogí las flo...—se quedó a medias en cuanto me vio sentada en la fuente. Las pequeñas gotas de agua caían en mi vestido marcando su huella.

Su expresión era de sorpresa al dar con mi presencia y seguramente la mía también porque después de todo no me esperaba encontrarlo y escucharlo anunciar que ya había recogido unas flores a la nada sobre todo porque Dalmi me contó que nadie dentro del palacio había hablado con el príncipe Hendery y por eso creí que quizás no sabía hablar y que esa era la razón por la que nadie había intercambiado palabra alguna con él.

El jardín de las mariposas muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora