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—¿Se puede saber cuando pensabas decírmelo? .—me enojo, mientras me llevo las manos a la cara intentando retener las lágrimas.

Todo volvía a irse a la mierda, otra vez. Y yo no tenía descanso alguno, ni siquiera para ser feliz.

Era consciente de que él ya no vivía acá, el vivía en Lisboa por el momento, pero no iban a tardar en llegar las ofertas y quizá él tomaba la decisión de irse de allí y mudarse a otro país, donde quizá estemos más lejos que antes, o más juntos.

—¿Podemos hablarlo en casa? —evade la pregunta y yo siento que me está tomando el pelo.

—No, quiero hablarlo ahora.—exijo al mismo tiempo que el se acerca a mí.

—No seas caprichosa, hablarlo en privado va a ser mejor...

—Que me lo digas ahora, Enzo.—vuelvo a decir ya sin paciencia y el suspira.

—Te lo iba a decir en el auto, pero me dijiste que te lo diga después.—explica.

Con que por eso su mirada en el auto, como estaba tenso pero a la misma vez la expresión de su cara mostraba cierta nostalgia. Fui tan tonta al no darme cuenta.

—No llores Matu, sabías que esto iba a pasar.—me acaricia la cara.

El mismo sentimiento de vacío volvía a instalarse en mi cuerpo, y en mi mente miles de pensamientos inseguros envolvían mi ser.

—Pero no pensé que tan rápido.—lo miro y me muerdo el labio intentando no llorar más.—Voy a volver a estar sola.—digo más para mí que para él.

Sólo yo, de vuelta, sin nadie más. Me daba tanto miedo que me producía escalofríos.

— No Matilda.—me habla decidido.—Escuchame bien, por nada en el mundo vas a volver a estar sola, voy a estar para lo que necesites, lejos, pero voy a estar.—su tono de voz me demostraba que era sincero, ¿pero por que sentía que esto era el final de todo?

Las voces en mi cabeza siempre haciendome sentir la persona más insuficiente del mundo, no podia con esto, era un peso, una carga para Enzo.

—Matilda basta.—me para él.—No te hagas la cabeza, ¿confias en mi?

—Mas que a nadie en este mundo.—pronuncio sincera, porque era así, confiaba en él.

Enzo esboza una sonrisa de esas que me vuelven loca, envuelve sus manos en mi cintura y me acerca a él.

—Así me gusta.—me aprieta la cintura con sus grandes y fuertes manos.—Nos va a ir bien, cuando menos te lo esperes ya vamos a estar juntitos de vuelta.

—¿Y vas a quedarte a dormirte conmigo en mi casa? —le pregunto haciendo un leve puchero, evitando volver a llorar.

Dios mío, lo iba a extrañar horrores.

—Ese es otra cosita que quería contarte...—su cara de travieso hace que lo quede mirando fijamente.

—¿Qué te mandaste ahora, Enzo? —le pregunto alarmada otra vez.

—Nada malo, te lo prometo.—levanta las manos en símbolo de rendición, arqueo una ceja.—Era una sorpresa.—rueda los ojos y yo veo como sigue dando vueltas para contarme.

—Enzo Jeremías Fernández.—le advierto.

—Digamos que tu departamento es chiquito para nosotros dos...—empieza a hablar y no quiero ni siquiera imaginarme para donde va esta conversación.

—Yo lo veo bien.

—Yo no lo veo bien, Matilda.—me interrumpe.—La cama nos queda chica y siempre estoy al borde de caerme.

mundial ; enzo fernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora