CAPÍTULO III. Obras de arte.

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Había algo que rondaba por su cabeza desde la mañana, justo desde el momento que apuntó el número de Harry en su teléfono. El escritor llegó hasta él como cada mañana después de que la clase de ballet finalizase, sin embargo, no le recibió con ninguna frase amistosa para hacer tiempo mientras esperaba a Babi, puesto que le tendió su móvil para que intercambiasen los números.

Según Harry, tan solo era para pasarle la dirección de la villa donde se había mudado temporalmente.

Louis tenía unas hipótesis de sí mismo, las cuales se quedarían aparcadas a un lado de su loca cabecita.

En ese instante se dirigía a casa el pianista, mentiría al decir que no estaba un poco nervioso; también emocionado. Pues aprender de un profesional con las palabras, era una oportunidad única que se le había posado delante de sus ojos de forma fortuita.

Sobre su hombro colgaba una bolsa de tela que resguardaba sus dibujos junto a las descripciones suspendidas. Le causaba un poco de vergüenza que Harry viese sus nefastas oraciones, unas, las cuales, podría haber escrito un niño de primaria para resumir el libro obligatorio del trimestre.

Louis no era una persona de letras, lo suyo era plasmar en pintura lo que creaba en su mente. Había muchos tipos de arte, muchos escribían lo que sentían, otros podían crear una canción con ello, pero Louis pertenecía a los que pintaban sus emociones.

Junto a las cavilaciones que le hicieron disociar hasta su destino, no evitó tragar saliva en el instante que hizo presión sobre el timbre de la casa. Desde el exterior se veía sencilla, igual de coqueta que las villas vecinas de la pequeña calle; tenía bastante curiosidad en saber cómo sería el interior de la misma, saber cómo vivía Harry.

—Que puntual eres, Louis —llevó sus azules ojos hasta la silueta del rizado cuando la puerta fue abierta.

—Hola, Harry —respondió de forma dulzona.

Se adentró al interior de la casa tan pronto como el pianista se hizo a un lado para permitirle el acceso. Había un penetrante olor a perfume masculino con un toque de vainilla, todo su cuerpo se estremeció de gusto.

—Vamos al salón, estaremos más tranquilos —propuso Harry antes de dirigirse al lugar mencionado. Louis siguió sus pasos mientras observaba toda la pulcra decoración, no era un lugar acogedor en el que poder sentarse a ver la televisión con los pies sobre la mesa central, pero le gustaba ver la personalidad de Harry plasmada en cada rincón—. Topanga está en el jardín, no nos molestará.

—¿Puedo saludarla? —Quizá fue el brillo que desprendieron sus índigos, pero no importó demasiado saberlo en el instante que Harry accedió a ello—. Nunca he tenido animales en casa.

—Te la regalo —bromeó Harry, abriendo las puertas de vidrio que daban al enorme jardín.

Louis soltó una pequeña risilla, agachando su cuerpo a la altura de la golden retriever para acariciar su lomo cuando Topanga llegó hasta ellos. La perrita no era muy mayor, aún tenía cara de cachorro. También podía saberse por cómo le brindaba toda su confianza a Louis a pesar de solo haberle visto una vez.

—¿Por qué le pusiste ese nombre? Mucha gente lo odia bastante.

Harry se agachó al lado de Louis y tomó a Topanga en brazos con algo de esfuerzo, tan solo le vio encogerse de hombros con una mueca neutra.

—A veces me apetece cambiárselo.

—Pero si es preciosos, suena genial —rebatió, alzando su mano para rascar la cabeza del cachorro—. Topanga... —vocalizó, haciendo que el nombre sonase maravillosamente—. ¿No lo crees? Suena genial.

HISTORIA DE VERANODonde viven las historias. Descúbrelo ahora