Capítulo V: La persecución de la muerte

18 4 44
                                    

Raiver levantó la cabeza hacia el cielo, inspirando hondo, pues, tras la oscuridad del piso, moverse a la luz del día resultaba una especie de bendición. El paisaje de Slindex, no obstante, objetaba lo contrario, con sus altos rascacielos rasgados como cadáveres, mostrando sus entrañas de habitaciones y salas derruidas, las carreteras agrietadas, con pocas plantas naciendo de ellas, y otros grandes edificios totalmente desplomados al suelo, dejando caminos enteros de polvo y escombros.

La luz de la cámara de WIRIN relampagueó ligeramente en su hombro, mientras dejaba de observar el paisaje con sus ojos gélidos, pensativo. La figura de Caleb cerró la puerta del piso y se le aproximó, con andares apurados...

—Tenemos que movernos, chico. Cada segundo aquí fuera aumenta la probabilidad de que acabemos asesinados por un Alongado o incluso que ellos nos encuentren. —Murmuró. El hombre llevaba una mochila con provisiones, herramientas y materiales de escalada, pues nunca se sabía qué obstáculos tendrían que cruzar. Aparte de ello, cargaba con su escopeta corredera y seguramente llevaba una cajilla de munición. —Vamos a ponernos en camino. Esto de que los bichos modulados esos me arruinaran el huerto me pone de muy mal humor.

—Calculo que encontraremos comida de sobra en las tiendas de Galery, volviendo al centro de Slindex por el camino cerca de la autovía y el parque de atracciones. Es una vía algo peligrosa, pero la he recorrido de antemano y creo que podría ir recto al objetivo.—Comentó Raiver, con su característica precisión. —Otra posibilidad es moverse al este y, siguiendo las filas de edificios, buscar en los grandes restos de un almacén de supermercado... Suponiendo, claro está, que con el asalto extraterrestre no agotaran todas sus reservas. La población mundial era muy alta, y seguro que no se han consumido la totalidad de las existencias. Los productos que nos encontraremos serán seguramente latas, arroz, frutos secos, cereales y agua.

—¿Y todo eso lo has buscado en internet o te ha salido de la mente? —Interrogó el residente del piso, con una mueca divertida.

—No, simplemente pensaba en alto. —Repuso el joven, como ido.

—Venga, vamos a ello. —Afirmó Caleb, poniéndose en camino junto a él, mientras murmuraba por lo bajo "je, qué raro que eres".

Caminaron largo y tendido por las calles derruidas, siempre moviéndose cerca de los edificios pese al existente peligro de derrumbamiento. El hombre demostraba conocimiento del terreno, y, desde luego, se notaba que había estado luchando por su supervivencia durante mucho tiempo. Raiver, no obstante, no se quedaba atrás, y sus movimientos eran calculados, manteniendo un ojo avizor a los alrededores, y parecía saber qué ruta seguir simplemente al analizar el entorno.

Pasaron bajo otro de los grandes rascacielos que antaño habría permanecido a una compañía floreciente, cruzando una plaza de escombros, restos de metal y escasos elementos reconocibles de lo que antes habrían sido columpios y otros elementos recreativos para niños. El ambiente parecía tranquilo de momento, sin rastro de ninguna criatura anormal en las cercanías, para alivio de ambos viajeros.

De cuando en cuando veían sobrevolar un pequeño pájaro sobre ellos, o percibían en la lejanía a un grupo de ratas escabullirse, pero todo indicaba a que la vida animal se encontraba demasiada acostumbrada a no dejarse ver, para no caer en las garras de ningún ser desagradable. En cambio, aquel silencio sepulcral resultaba impactante frente a las colosales edificaciones urbanas, como si fueran dos elementos que nunca tendrían que coexistir. El aire vibraba frío por entre los escombros, causando susurros fantasmales.

El camino era largo, pero no por ello tedioso. Los destrozos no habían llegado a tal punto como para impedir el paso, aunque en más de una ocasión tuvieron que escalar restos metálicos y de piedra para acceder a otra calle. Anduvieron sin decir nada durante una hora, centrados en el terreno, Caleb respirando con cierta dificultad, pues, pese a su complexión delgaducha y el hecho de que estaba sometido a situaciones de vida o muerte, no salía muy a menudo (sumado al detalle de que la edad comenzaba a notarse) y largos recorridos como aquel le costaban. Raiver, por su parte, no parecía demasiado perturbado por los obstáculos, pero tampoco es que estuviera en forma.

EL PROTOCOLO INVERTANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora