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"Estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida."
— Arthur Schnitzler

Cuando recuperó la conciencia, un dolor punzante en su cabeza lo mareó, su vista estaba borrosa y simplemente lograba ver sombras a su alrededor. Sentía un líquido caliente y espeso bajando por su mejilla, pasó su lengua por su labio inferior y cerca de la comisura notó una cortadura que le dejó un sabor metálico en la boca. Cerró los ojos por varios segundos hasta que su vista mejoró y pudo enfocar el lugar a su alrededor.

Se hallaba en una habitación desordenada y polvorienta, sólo alcanzaba a ver un poco del lugar por la tenue luz que entraba por las ventanas cubiertas por tablas. El ambiente estaba impregnado de un aroma a moho y humedad. Las paredes de madera estaba negras y cubiertas de hongos. Varias cortinas estaban colgadas del techo, deshilachadas y manchadas de mugre. La pared frente a él, se veía como la más estable de la estancia. Una cortina de terciopelo de color carmesí colgaba en la pared, cubriendo algo detrás de la misma. A un lado de la que parecía ser la única puerta de la habitación había una mesita de madera.

Él se encontraba sentado en el suelo contra la pared, sus muñecas estaban siendo aprisionadas detrás de su espalda por unas esposas que lastimaban su piel, dejándola de una tonalidad rojiza. Su camisa estaba un poco rasgada por sobre su hombro,
Paseó su mirada por la habitación, buscando alguna salida. No sabía en dónde se encontraba, pero sabía que su mejor oportunidad era escapar de ahí y correr lo más rápido que pudiera hasta encontrar algún lugar conocido.

Cerró los ojos con fuerza una vez escuchó unos pasos acercándose hacia donde él se encontraba. Escuchó la madera crujir bajo las firmes pisadas, vio una luz haciéndose pasó por las rendijas de la puerta, con un estruendo, la puerta se abrió de par en para, dando paso al hombre que tanto daño había causado en el pueblo donde había vivido toda su vida.

Unos ojos negros muy conocidos para él lo observaron desde el rellano de la puerta, una sonrisa haciéndose paso por sus labios rojizos. Su rostro estaba iluminado por la luz de una vela. Paseó su mano por la mugrosa pared a su lado hasta que encontró el interruptor para encender la luz. Sus ojos dolieron por la repentina luz que se hizo presente en cada rincón oscuro de la habitación.

—Hola, Tae, que bueno que despiertas. Ya me había comenzado a preocupar.

Ignoro lo antes dicho y exclamó con duras palabras—: ¿por qué haces esto, Jiyong?

Él sonrió, dejó la vela en la mesa junto a la ventana y se acercó hasta él. Se colocó en cuclillas frente al menor. El rubio lo miró con el ceño fruncido, dentro de él sentía un miedo penetrante, un temor a la muerte a la que podría enfrentarse dentro de poco, no obstante dejó su semblante impune, sin expresar ningún tipo de emoción. 

Un escalofrío recorrió su espina dorsal en cuanto el de ojos oscuros se acercó más hasta él. El rostro del mayor estaba marcado por una sínica sonrisa, las cuencas de sus ojos estaban marcadas por unas profundas ojeras, opacando sus ojos negros. Sus orbes estaban ensombrecidos, ya no llevaban el mismo brillo alegre que resaltaba en su iris.

El mayor levantó su brazo y acercó su mano a la mejilla blanquecina del rubio. Taehyung trató de alejarse del contacto, más sin embargo el estar contra la pared no le dejó mayores opciones. El de cabello castaño lo observó con tristeza y algo de cariño, que lo dejó aturdido, acarició su mejilla con tal delicadeza que él no sabía qué decir. Se suponía que él era un asesino muy inteligente y sanguinario, entonces, ¿por qué tocaba su rostro tan suavemente que apenas y percibía el delicado roce? como si su piel fuera de la porcelana más fina del mundo y con solo su toque se iba a romper.

El hijo de la luna (Vkook) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora