Capítulo #13: Verdades como casas

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Adriano

Dicen que si posees dinero, puedes hacer cualquier cosa. He descubierto que esa afirmación no es del todo cierta luego de pasar todo el día intentando conseguir un vuelo a Francia. Casi pierdo la paciencia y conduzco hasta allá, pero eso tardaría más. Por fin, consigo un vuelo a mediados de la tarde y repaso mentalmente lo que diré a Camille mientras observo el cielo por la ventana del avión.Ni siquiera sé qué le diré, no puedo ordenar las ideas de lo que quiero transmitirle. Algo sí es claro, la quiero de vuelta. Mi amor por ella no ha disminuido ni siquiera una milésima de intensidad, al contrario, la necesito conmigo casi tanto como necesito aire en los pulmones. Sé que ella tiene una vida, una relación, dudas y rencores hacia mí. Pero lo que pasó entre los dos ayer, el amor que nos demostramos no es algo que pueda ocultar. Sé que siente lo mismo que yo, estoy cien por cien seguro. Solo que es demasiado buena como para dejarlo todo por mí. Es demasiado buena para hacerle daño a su relación para hacer lo que en verdad quiere.

                                                ...

Al aterrizar en la tierra que no he visitado por dos años enteros, una sentimiento de nostalgia me invade y millones de recuerdos pasan por mis ojos como ráfagas de viento. Recuerdos con mis abuelos, mis padres, Juliette y yo peleando. Me siento mal por no haber venido a visitar al abuelo en todo este tiempo, pero me prometí no venir jamás a Francia por Camille y resulta que precisamente por ella es que regreso el día de hoy. Las ironías de la vida.

Un taxi, me deja frente a su apartamento, que no ha cambiado nada. Subo las familiares escaleras y suspiro al tocar el timbre, estoy nervioso. La puerta se abre, pero no me recibe Cami, sino su padre.Alexandre sí que está muy cambiado. Ya no es aquel hombre mayor, elegante y de expresión dura que alguna vez conocí. Ese hombre se ha ido y fue sustituido por esta versión delgada, arrugada y de ojeras pronunciada. También puedo ver que tiene un pómulo morado e hinchado.

—Hola, Alex—lo saludo y él no parece inmutarse con mi presencia.

—Camille no está—espeta y camina dentro de la estancia, dejando la puerta abierta para que me una a él.

—¿Qué te ocurrió en el rostro?—pregunto entrando despacio a la sala de estar. Este sitio es un desastre. Todo desordenado y sucio, como si aquí habitara un indigente.

—Problemas que no creo sean de tu incumbencia, italiano—responde con un irritante intento de sarcasmo.

—Si hieren a Camille, claro que lo son—hablo muy despacio y me acerco a él—. Por cierto, ¿Dónde está ella?

—No lo sé—se encoge de hombros—. ¿Para qué quieres saber? ¿Resulta que ahora te preocupas por ella?—pregunta y se sienta en un polvoriento sofá, guiándome con la mano para que me siente al frente.

—Necesito que hablar con ella—resumo y tomo asiento, mirándolo con seriedad.

—¿Sabes? Cuando me dijo que iría a Italia, sabía que tarde o temprano se encontraría contigo. Solo que no sé por qué vienes a buscarla hasta aquí. ¿Qué le hiciste esta vez?—pregunta con ironía y arrugo mis cejas.

—¿Esta vez?

—Bueno, la última vez le destrozaste la vida al marcharte para siempre y dejarla de lado. Supongo que algo parecido o peor habrás hecho ahora—al escucharlo decir eso, aprieto mis puños para llenarme de paciencia y sonrío un poco.

—La última vez, recuerdo que fue usted quien me aconsejó que debía dejarla ir—le recuerdo nuestras desagradable conversación.

—Que yo te lo sugiriera fue muy conveniente para ti, ¿No?—pregunta con una sonrisa—. Actuaste bastante rápido. Pareciera que tenías planeado abandonarla y te agarraste de nuestra conversación como excusa—propone sin dejar de mirarme y aprieto mi mandíbula.

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