3. El Callejón Diagon

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¿Hechicera... mitad hada?

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Hoy era el día. 

Hoy por fin iría al Callejón Diagon a comprar mis útiles para el colegio. 

Era primero de agosto. Fue el día en que acordamos ir ya que mi abuela dijo que no había prisa en ir por las cosas. Yo estaba emocionada. En la noche casi ni pude conciliar el sueño, pero logré solo dormir dos horas. 

Cuando me levanté, eran apenas las 5:30 de la mañana. Me quedé despierta, mirando un punto fijo en el techo de mi habitación, esperando a que el sol empezará a salir y mis abuelos se despertaran. Ellos siempre se despiertan al alba, para aprovechar el día al máximo. Yo he intentado seguir esa costumbre, pero nunca puedo. Y creo que es mejor así. Después me podría dormir atendiendo a un Cangrejo de Fuego y podría quemarme o peor, quedarme calva. 

Me estremecí de solo pensar aquello y miré por la ventana. El sol ya estaba saliendo. Me quedé estática y mi corazón empezó a latir rápido y con fuerza. "Ya van a despertar, por fin... ¡Por fin!" -pensé emocionada y me levanté de un salto de la cama. Corrí hacia mi armario y saqué la ropa que iba a ponerme. 

Agarré unos jeans azules sueltos por debajo de mis rodillas junto con una camisa negra ajustada que decía: I am the Queen of this World en letras blancas. Justo cuando me dirigía a bañarme, escuché la puerta del cuarto de mis abuelos abrirse y no pude evitar saltar de la emoción. Me metí al cuarto de baño y empecé a asearme. Cuando salí, ya estaba vestida con la ropa que ya había elegido. Abrí otra vez mi armario y decidí usar la chaqueta de cuero negro que mi abuela me compro para mi cumpleaños. Me remangué un poco las mangas de la chaqueta y opté por dejarlas abierta. Peiné un poco mi cabello mojado y salí de mi habitación y bajé las escaleras descalza, saltando de la emoción cada escalón hasta llegar a la planta baja. Pasé por el frente de la sala y giré dando vueltas hasta la cocina, donde ya se encontraban mis abuelos esperándome. 

- Te lo dije -dijo mi abuelo a mi abuela, alzando sus cejas en son de burla mientras mi abuela resoplaba.

- ¡Ay, Amaris! -resopló mi abuela, dándose la vuelta hacia la estufa- ¿Por qué no te demoraste un poco más?

Miré sin entender a mi abuelo y el simplemente me guiño un ojo.

- No me digan que hicieron una apuesta -dije, mirando con diversión a ambos.

- ¿Qué comes que adivinas? -dijo mi abuelo, revolviéndome el cabello mojado y escapando de la cocina.

- Esta me las pagará -murmuraba mi abuela sin dejar de hacer lo que hacía. 

Esperé pacientemente en la silla mientras veía a mi abuela mandar a volar varias cosas alrededor. Después de varios minutos, el desayuno por fin estaba listo. Mi abuelo llegó justo a tiempo cuando mi abuela puso la comida en la mesa y se sentó, sin dejar de refunfuñar. Mi abuelo soltó una pequeña carcajada y empezó a comer felizmente sus panqueques con arándano. 

❃🔮❃

Ya eran las 11:00 de la mañana cuando mi abuela me dijo que dentro de diez minutos nos iríamos al Callejón Diagon. Me sorprendió que no dijera que almorzáramos antes de ir, pues a ella no le gusta que esté comiendo en la calle. Justo cuando iba a preguntar, mi abuelo apareció en la sala con los abrigos de mi abuela y él. Mi abuela refunfuño y llamó su cartera con su varita y salió antes que mi abuelo. 

- Apostamos que, si te levantabas justo en el alba, yo te llevaría comer afuera -dijo, alzando los hombros con simpleza y yo me reí, poniéndome las botas negras que hallé en el séptimo piso. 

𝙰𝚖𝚊𝚛𝚒𝚜 𝙷𝚎𝚕𝚕𝚖𝚊𝚗 𝚢 𝚕𝚊 𝙿𝚒𝚎𝚍𝚛𝚊 𝙵𝚒𝚕𝚘𝚜𝚘𝚏𝚊𝚕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora