«Izena duenak, izana du» ('Todo lo que tiene su nombre tiene su ser, existe')

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Todos esperaban impacientes noticias de Amaya, la eathel mayor que había irrumpido en la tienda los había obligado a abandonar el lugar mientras recuperaba las piedras del bolsillo de la curandera. Los habían bloqueado, los habían dejado fuera literal y metafóricamente. De eso hacía ya casi una hora y nadie había salido para decirles qué pasaba. —¿Qué hacen con ella? —preguntó Lisi, que no paraba de dar vueltas. Jugaba con su puñal, que se le había caído ya varias veces, y maldecía cada vez que sucedía. A pesar de eso, era incapaz de detener sus acciones, puesto que la tensión que sentía debía salir por algún lado. —Reprenderán a Amaya y harán una ceremonia por la muerte de... —La voz de la mercenaria perdió fuerza hasta desvanecerse, incapaz de verbalizar la verdad—... bueno, de una de las suyas. —¿Entonces esperaba un hijo? —preguntó Danilo extrañado. Amirah asintió, su mirada melancólica clavada donde presumían que se encontraban las brujas. Todos excepto dos lanzaron sus dudas a la guerrera del sur, que parecía perdida en sus pensamientos. Botero, quien se había encargado de hacer desaparecer los cuerpos y del interrogatorio, no había abierto la boca en todo ese rato. Los ojos de Vic no habían abandonado el suelo desde que la eathel mayor lo había arrastrado fuera de la tienda, deseaba estar con Amaya, no quería que estuviese sola frente a un grupo de brujas que, incluso al verla consternada, habían disparado reproches. Se estaba centrando en ese único aspecto de lo sucedido, la alternativa... No se atrevía a ir allí. Rigo observaba todo con mucha atención. A pesar de su carácter dicharachero, su deber de proteger a la princesa lo instaba a registrar cualquier información que caía en sus manos y llegaba a sus oídos. «Cualquier dato puede significar la vida o la muerte de la princesa Elisabeth», le había repetido cada mañana el padre del adolescente desde que cumplió siete años. El joven escolta no paraba de darle vueltas a los últimos acontecimientos. Repasaba el día una y otra vez, en la búsqueda de cualquier anomalía, algún rastro que explicase lo sucedido.Una mujer mayor apareció de la nada, fuera ya de la protección de las piedras. Su rostro arrugado presentaba unos rasgos mucho más amables que la que todos intuían era la eathel de mayor rango.—¿Quién es Vic? —El aludido dio unos pasos hacia adelante, fue a preguntar por el estado de la bruja; pero ella no le dejó al añadir—: Ella desea que entre, cree que debe estar dentro, junto a ella. El escolta asintió. —¿Está bien? —preguntó Amirah antes de que ambos desaparecieran. La eathel se volvió. —Físicamente, está bien. Con esas tres palabras, volvió dentro de la protección y Vic la siguió en silencio. El escolta contempló absorto que la tienda que ellos utilizaban había sido reemplazada por una de mayor envergadura, la eathel le pidió que aguardase unos segundos antes de entrar. En el interior de la tienda, excepto por la eathel mayor —que se encontraba al lado de Amaia, tumbada en una especie de alto jergón—, el resto mostraba sus respetos a la bruja que no había llegado a nacer. Sin importar que jamás hubiesen deseado su creación, era una de las suyas y había que despedirla como tal. Vic tubo que contener todo los sentimientos que lo invadían... A cada respiración que tomaba, un cierre se creaba en su rostro y, lo más importante, en su corazón. —¿Alguna vez había sucedido antes? —preguntó con voz temblorosa la joven, con la garganta a carne viva después del llanto. —No hay constancia, aunque deberíamos darle las gracias a Amalur. Amaya asintió, sin fuerzas, destrozada. Acababa de perder a su hija, aquella que siempre había jurado no tener. Su corazón estaba hecho pedazos y la bruja mayor del clan —el rango más alto dentro del aquelarre— le aseguraba que ese dolor que la perforaba valía la pena, que era lo mejor, que las eathel debían acabar con ella. La joven deseaba desaparecer, que todo se acabara de una vez por todas, tener en sus manos a la Matrona y ponerle fin. Tres semanas, su cuerpo había albergado el germen de una nueva vida por veintiún días y en ese mismo cuerpo había hallado muerte. «Portadora de vida y de muerte, incluso de mi propia hija», pensó y abundantes lágrimas volvieron a inundar sus ojos, que rápidamente rodaron por sus mejillas. La bruja mayor se las limpió, el primer y único gesto maternal que le había otorgado desde su encuentro.—¿Estáis seguras de que ya se había anclado un alma? La bruja mayor mostró por primera vez pesadumbre en sus ojos. —Estamos aquí, Amaya —le respondió, como si hablara con un niño que pregunta por qué el sol no brilla por las noches—. Además, debiste sentirla, la fría presencia de Ada.—Era muy pronto —sollozó. —No debió haber pasado. Lo juraste. —Tomé precauciones —protestó la joven, su respiración agitada le entorpecía la voz. Demasiados, había demasiados sentimientos y pensamientos en su ser—. La poción...—No hay método cien por cien seguro, excepto no unirte a nadie. Otra eathel, un poco más joven que la bruja mayor, se acercó a ellas y, mientras se sentaba a su lado, comentó:—Con todo mi respeto, Irune, no creo que sea el mejor momento para tener esta conversación. Amaya acaba de sufrir una gran pérdida, deberíamos dejarla despedirse y descansar. —Gracias, tía —murmuró con un hilo de voz la joven después de que la bruja mayor se dirigiese al resto del clan.Las miradas de ambas chocaron, ver a su tía significaba contemplar los ojos verdes de su madre, antes de que la locura se los arrebatara igual que le había robado la conciencia. A veces, Amaya se preguntaba cómo habría sido pasar toda su vida con el clan, a sabiendas que su mera existencia sería el recordatorio de una promesa incumplida. Promesa que ella había estado a punto de romper. —No me las des, no por esto. Sin importar la carga y el dolor que debes estar sufriendo, y que desearía que no tuvieras que vivir, todas nos encontramos aliviadas de que el linaje no germine de nuevo.Y, sin embargo, nunca se sintió tan cercana a su madre como en aquel momento. Le hubiera gustado saber si así se sintió su progenitora cuando descubrió que la llevaba en su vientre y su hermana, en vez de alegrarse, le había arrojado las mismas palabras que ahora le lanzaba a ella, o parecidas. Rechazada por aquellas personas que eran su familia. Posó una mano en su vientre, su hija se había ido antes de saber que existía. «¿Tendría mis ojos? ¿Los de Vic?», preguntas sin sentido que la atormentaban. Se había marchitado antes de florecer, de sentir el sol tocándole la piel. Más lágrimas brotaron, no tenían fin. Su tía negó y fue a alcanzarle la mano, pero Amaya la retiró. No quería palabras vacías de consuelo, no quería falsas muestras de amor. La eathel mayor suspiró y le depositó un beso en la frente, a pesar de la mueca de la joven, y le susurró: —Ya hemos acabado de presentar nuestros respetos, Vic entrará cuando nosotras salgamos. Despídete, despedíos los dos. —Amaya asintió completamente ida, por ella podrían marcharse todos—. Lamento tu pérdida, aunque no lo creas.Las eathel salieron de la tienda una por una, antes de desaparecer murmuraban «Amalur la acoja» y se inclinaban. La curandera no prestó atención a la despedida, solo deseaba estar sola, no las soportaba, las odiaba a ellas igual que a la diosa, lamentaba que ella hubiese llegado al mundo cuando su hija no había podido, ¿por qué la había perdido? ¿No representaba que las eathel eran invulnerables? Y al instante se recriminaba por pensar así, ya que ella no había deseado traer una nueva vida a ese mundo que era cruel por partida doble con su clan. Sin embargo, su hija no era una idea hipotética, había existido, pero ya no y ese pensamiento era suficiente para sentir espinas rodeándola por fuera, por dentro, asfixiándola. Vic observó la salida de las eathel, ninguna se dignó a mirarlo, solo lo hizo la última, la misma que había ido a buscarlo. Entonces se dio cuenta de que sus ojos le resultaban familiares, pero donde en Amaya veía un profundo dolor permanente escondido en las profundidades, cuando no lo abarcaba todo, en aquella eathel solo veía absoluto cansancio.—Ya puedes entrar —le avisó. Y él no esperó ni un segundo para hacerlo.A Vic, el corazón se le detuvo al contemplar la escena, Amaya seguía tumbada, sin muestras de reconocer su presencia, rota, con la respiración agitada, temblando. Había visto sufrir a su compañera varias veces a lo largo del tiempo que habían estado juntos... «El mismo que nuestra hija ha existido», relegó ese pensamiento en el mismo momento en el que apareció, tragó para deshacer el nudo que insistía en formarse en su garganta, sin importar que ello conllevase dolor. Tenía una prioridad en ese momento y no era el sonido de su corazón haciéndose pedazos. Se acercó a ella poco a poco hasta que estuvo a su lado, entonces se dejó caer en la silla. Solo entonces ella pareció percibir su presencia. Cuando sus miradas conectaron, el escolta reconoció en ella el desconsuelo que se había apoderado de él al comprender lo que había sucedido, lo que aquello significaba. Él había creído antes de este suceso que los ojos marrones de ella no podían albergar más dolor, pero la visión sin color y sin vida demostraba su error. Se preguntó si ella podía ver el suyo en su mirada, si podía reconocer lo devastado que se sentía.Pasaron largos minutos en los que ninguno de los dos rompió el silencio. —¿Estás bien?La respuesta de Amaya fue colocar una mano en la mejilla y susurrar: —Tres semanas. —Vic pensó que se derrumbaría, cerró los ojos, que ya empezaban a escocer de las lágrimas acumuladas—. Era tuya... nuestra. Y ya no está.—Amaya... —¿Por qué duele tanto? ¿Por qué siento que he muerto junto con ella? ¿Por qué... por qué...? ¿Crees que sabía que no quería tenerla? —Con cada palabra, los nervios se apoderan más de ella hasta el punto de que su voz aumentó de volumen. Su mano aún sobre su vientre, se tensó—. ¿Por qué no está? ¡Es una eathel! ¡No debería morir! ¿Por qué...? La joven rompió a llorar, atrás se habían quedado las silenciosas lágrimas, sus sollozos resonaban en la tienda, unidos a las respiraciones entrecortadas. Vic la abrazó, si existían palabras de consuelo que pudieran detener aquel momento de profundo dolor, él no las pudo encontrar, así que la apretujo entre sus brazos y dejó que llorara hasta que se quedara sin lágrimas, hasta que estas se llevaran parte de la tristeza y desazón con ellas. Y, mientras Amaya se desmoronaba, él se permitió bajar las defensas, dejar caer dos únicas lágrimas, sufrir por aquello que pudo ser, pero que no había sido. —Shh —le susurraba cuando el llanto volvía a subir de intensidad, preocupado por la agitada respiración.El escolta podía imaginar parte de lo que sentía, porque incluso él que nunca había pensado en tener hijos... familia, que vivía dedicado a su trabajo, sentía que algo se había roto en su interior y las imágenes de un futuro que no podría ser lo atormentaban. La apretó con más fuerza, quería demostrarle que no pasaba nada por dejar que las paredes cayeran, él no dejaría que los escombros fueran demasiado lejos, y luego ella podría armarse de nuevo, construirse, quizá la estructura no sería la misma, pero sería igual de fuerte. «¿Habría tenido mi cabello o el suyo? ¿Su sonrisa?», preguntas que provocaban un profundo dolor. Recordó las palabras de Amaya: «Era muy pronto». Él estaba de acuerdo, era irracional, tres semanas, pensar que un ser habitaba en la joven, si se lo hubieran dicho, habría creído que mentían; pero no era así, había existido, era padre. —Necesita un nombre —declaró Vic. Amaia levantó el rostro y lo miró tan vulnerable que él volvió a apretujarla aún más, se la veía tan rota. Le limpió las últimas lágrimas que adornaban su rostro. —Pero... —Ha existido, nos despediremos de ella y, para eso, necesita un nombre. —Ha existido —repitió Amaya, como si las mismas palabras que ella había pensado ahora fueran demasiado. Tragó y con más fuerza volvió a decir—: Ha existido... Nuestra hija ha existido.—Sí. —La voz de Vic sonaba ronca y áspera, insegura—. ¿Qué te parece Kaela? Significa 'amada'. —¿Amada? —La eathel frunció el ceño y sus rasgos volvieron a llenarse de ese dolor seco y profundo—. ¿Ella era amada? —Sí, Amaya, ella es amada, por ti y por mí. Si no le hubieras dado un pedazo de tu corazón, no estarías tan desconsolada y no sufrirías tanto. No necesitaste saber de su existencia o desearla para llorarla, sucede lo mismo con amarla. La amamos incluso ahora, tras perderla, por eso nos duele tanto. La joven lo contempló por unos largos segundos, procesando la verdad en sus palabras. Se sentía tan débil y se preguntó cómo él podía ser tan fuerte para sostenerla cuando él también se caía a pedazos, lo podía ver solo con mirarlo: sus ojos rojos, la tensión en sus músculos, las comisuras de sus labios apuntando hacia abajo... Incluso así, él estaba ahí para ella.—Kaela... es perfecto.—Sí, lo es. Estuvo de acuerdo Vic. Siguieron abrazados un tiempo, recomponiéndose. Darle un nombre era significativo, él creía que los ayudaría a sanar, a recordar que había existido aunque nunca pudieran sostenerla entre sus brazos, esperaba sinceramente no equivocarse. Al final, la respiración de la joven recuperó su velocidad normal. —¿Estás mejor? —Amaya asintió—. Vamos a despedirnos de ella, entonces. Vic soltó a la eathel y ella se puso de pie. —¿Cómo quieres hacerlo? —preguntó ella—. ¿Cómo lo hace tu familia? —Se escoge un lugar bonito y se entierra allí, con sus pertenencias de más valor sentimental. ¿Y tu clan? —Se recoge un poco de tierra del lugar donde ha... caído, se entierra cerca de la cueva y se ruega a Amalur que la acoja, que envíe a Ada a buscarla y llevarla a su lugar especial. El escolta asintió. A pesar de lo fuerte que deseaba parecer, él también estaba descompuesto y temía que cualquier palabra lo tumbase, hiciera pedazos su control. Se percató que Amaia volvía a temblar, así que le agarró la mano. —¿Tienes algún frasco? Los ojos de ella se desviaron a su bolsa de cuero. Él extendió la mano para acércasela, la eathel revisó su contenido hasta que se hizo con un recipiente alargado, en su interior, un maletín de piel. —Es irrompible —advirtió con la voz temblorosa, su autocontrol también pendía de un hilo. Lo vació con cuidado, el sonido de vidrio chocando entre sí rebotó en el silencio del lugar, y se lo tendió. Amaya observaba cómo, después de soltarle la mano, el escolta se agachó para coger un puñado de tierra e introducirla en el frasco. Ella presenciaba la escena casi sin respirar, como si tuviera miedo de romper el momento, de romperse ella, no sabía qué opción era peor. El joven de Tarsilia no se detuvo hasta que llenó todo el fondo, más de dos dedos de profundidad, solo entonces estuvo satisfecho con su empresa. Acarició el vidrío, por su cabeza pasaron imágenes de sus manos recreando ese movimiento, pero el tacto no sería frío, sino caliente, sus dedos arrullando unos pequeños mofletes. Cerró los ojos para deshacer esa cruel fantasía. —Es el momento de las pertenencias. Amaya soltó una risa temblorosa, llena de dolor e incredulidad. —Ella no tenía posesiones. —Sí que tenía, Kaela habría heredado algunos objetos nuestros. Por ejemplo... —Vic buscó entre su ropa, pasados unos segundos sacó una medalla y un guardapelo con unos garabatos. Cogió aire, los besó y con manos temblorosas los dejó caer dentro del recipiente—... esto. —Amaya lo interrogó con la mirada—. La medalla que me concedieron en mi primera batalla, no me la otorgó el rey, fue un obsequio de un superior, por salvarle la vida, me entregó su primera medalla y luego me propuso para proteger a Lisi, sin él no estaría aquí, es justo que ella la tenga. Y el guardapelo es de mi madre, creí que podría escribir mi nombre con herramientas, pero no, así que tuve que hacer unos trabajos hasta poder comprarle uno nuevo, yo me quedé con este. La curandera se estremeció, todavía le parecía irreal lo que estaba viviendo. ¿Iban a despedirse de su hija, que no había nacido? Le habían puesto nombre, pero eso no cambiaba nada, la había perdido. —No tienes que depositar nada, no es ninguna obligación. —Volvió a agarrarle la mano para transmitirle su calor y apoyo—. Solo haz aquello para lo que te sientas preparada. Amaya se deshizo de la mano del escolta, este pensó que la situación podría haberla superado de nuevo; sin embargo, ella se acercó a la mochila donde guardaba todas sus cosas y rebuscó hasta hacerse con el puñal, la pareja del que Lisi había empuñado ese mismo día para defenderla. Quizá su hija no conocería el mundo y ella nunca podría saber cómo habría sido, pero había existido y merecía una despedida. —Amirah lo entenderá. —Seguro que sí. Y entonces deslizó el puñal hasta clavarlo en la arena. —Que Amalur la acoja. —Que Ada venga a buscarla —prosiguió la joven. Entonces Vic cerró el recipiente. Él iba a preguntarle dónde quería enterrarla, pero ella se adelantó: —No quiero que esté en la cueva. ¿Le buscarás un lugar bonito para descansar? Amaya había recobrado parte de sus fuerzas y parecía haberse recompuesto, aunque la vulnerabilidad empapaba sus palabras. Se mantenía en pie, incluso con la mitad de sus paredes derrumbadas. —Sí, te lo prometo. Le buscaré un lugar bonito, rodeado de flores. —Donde le dé el sol —exigió. —De acuerdo. E iré a visitarla y le hablaré de ti, de lo valiente que es su madre.Ella negó con la cabeza, se cubrió la boca cuando un sollozo quiso escapar de ella. Él se acercó y la rodeó con sus brazos después de dejar el frasco en el extraño jubón. La calmó cuando volvió a romper a llorar, a tiritar sin control.—Duele... muchísimo. —Lo sé. Pero no será para siempre. Esas últimas cinco palabras de Vic detuvieron el mundo de la eathel, todo desapareció, también el dolor por un instante. Si tenía alma, algún día se encontrarían, su alma la hallaría. Y con ese pensamiento vino más dolor. —Kaela es amada —repitió ella como un mantra mientras sus piernas fallaban, se dejó caer—. Kaela es amada.—Sí, sus padres la aman. Él se sentó a su lado y la arrulló. Y la joven volvió a romper a llorar, lloró por mucho tiempo, tanto que cuando ambos salieron de aquella tienda, Eguzki los saludó. Desgraciadamente, sus amigos no eran los únicos que los aguardaban.

La heredera de AmalurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora