Capítulo 01. Gato negro y Golden Retriever

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—Tal vez Tara pueda quedarse conmigo —ofreció Day, la mejor amiga de mamá, cuando terminé de quejarme de la distancia entre mi casa y la universidad y de cómo había tenido que soportar esto por un año—. No tendría problemas en tomar el autobús y solo sería media hora de camino, es mejor que casi hora y media, ¿no?

Asentí fingiendo desinterés y mirando a mamá, que al final siempre tendría la última palabra. Ella solo miraba a la tía Day como si hubiera dicho lo peor del mundo.

—Ella aún es muy joven para vivir lejos de su mamá.

Mamá recibió una mirada burlona de parte de su mejor amiga. Supongo que porque yo ya tenía 19 años y mamá seguía tratándome como una niña en ciertos aspectos con la excusa de que no había vivido lo suficiente para saber cómo funciona el mundo.

—Tiene diecinueve, estoy segura de que puede arreglárselas —mamá volteó a verme y como si el destino estuviera en mi contra, un pedazo de pastel voló del tenedor a mi regazo, haciéndome ver como una niña estúpida.

Mamá le alzó una ceja a Day, conteniéndose de decirle que ni siquiera puedo comer sola y me hubiera quejado de no ser porque estaba demasiado ocupada limpiando la mancha que había quedado en mi pantalón con una servilleta y saliva.

—Además no estaría viviendo sola, estaría conmigo —agregó la mejor amiga de mamá, deteniendo mi mano que tallaba bruscamente la mancha en mi pantalón.

—Esa es otra cosa, no quisiera molestarte aventándote a mi hija de un día para otro. Las clases inician en dos días.

Mi mirada viajó de mi madre a Day, que debatían si debería quedarme o no, como si no fuera yo la que debería decidir.

—No digas tonterías, Gaby, sabes que quiero a Tara como a una hija, adoraría tenerla aquí —me dio una sonrisa dulce.

Dayana había sido amiga de mamá desde la universidad y fue la única que la apoyó cuando se embarazó de mí y desde que nací, se encargó de tomar el papel que le correspondía al imbécil de mi padre. Incluso eligió mi nombre.

Nuestra relación solo se volvió más fuerte cuando salí del closet porque Day decidió contarme que ella también era lesbiana. Ahí entendí porque esa mujer tan maravillosa jamás nos había presentado a algún hombre, pero luego me extrañé porque tampoco nos había presentado a alguna mujer.

Day era increíble, era valiente, fuerte, bonita y libre. Pasó por cosas que de vivirlas yo, probablemente me hubiera matado.

Vivió la experiencia “Emily Dickinson” cuando se enamoró de su mejor amiga y la vio casarse con su hermano. Casi fue enviada a un campamento de conversión, pero sus padres jamás lograron doblegarla y un día simplemente se fue de su casa.

Ahora vivía sola en una casa acogedora a las afueras de la ciudad, cosechando sus propias frutas y verduras y criando animalitos. Sin vecinos chismosos, porque el más cercano estaba suficientemente lejos para que su casa no se alcanzara a ver, y sin nadie que le dijera que hacer. No conocía a nadie más feliz y libre que ella.

—¿Sabes qué? Es una adulta, dejemos que decida.

No sé por cuanto tiempo estuvieron discutiendo para que Day llegara a la conclusión de que eso era buena idea.

Miré a mamá tratando de ver en sus ojos lo que debía hacer, pero ella solo esperaba atenta mi respuesta.

¿Qué debo hacer? ¿Complazco a mamá o hago lo que quiero?

Mi vida podía resumirse en esa pregunta.

—No mires a tu mamá, Tara, mira en tu corazón.

Abrí mi boca. Quería quedarme con Day, era la mejor opción y me daría un poco más de libertad, pero las palabras no salían.

Ella: Amar y ProtegerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora