Valentina Moretti

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Milán
Aunque esté acostumbrada a este entorno, todavía me cuesta no sentirme nerviosa ante tanta gente.

Han pasado 7 meses desde que mis padres me dejaron en este mundo, 5 desde que me lesioné, y una semana desde que terminé la temporada 22-23 en mi equipo.

Los gritos y vítores del público se escuchan incluso a través de los cascos que llevo puestos. Me remuevo nerviosa esperando en el túnel para salir a la pista, donde disputaremos un importante partido con nuestra selección.

Mi entrenador me mira y gesticula para que me acerque, a pesar de intentar hacerme la loca no funciona, por lo que me veo en la obligación de hacerle un flaco favor y moverme junto al equipo.
De nuevo, el ruido es ensordecedor, tanto que mis pies me están haciendo retroceder lentamente hacia dentro del túnel. Me niego, por lo que trato de respirar pausadamente y caminar hacia delante, aunque se me haga un mundo.

En cuanto me visualizo en las grandes pantallas que cuelgan sobre nosotros, el público comienza a hacer más ruido, si es posible, creándome un sentimiento tanto de incomodidad como de nostalgia. Veo como la gente se levanta saltando con gorras o banderas de nuestra nación cuando la foto grupal del equipo italiano aparece en la gran pantalla.

Ni dos segundos después se escucha el pitido del micrófono que da paso a la voz del comentarista del partido de hoy. Aunque no lleve música puesta, los cascos evitan que mis nervios aumenten pero no que mis oídos estén palpitando produciéndome un leve dolor de cabeza. 

Cuando el maremágnum va bajando el volumen, el presentador decide que es momento de hablar y comienza a nombrarnos una por una a las jugadoras del equipo, tanto nuestro como del contrario.

Mis ojos, inconscientemente se dirigen a la esquina derecha de nuestro lado del campo, donde solía sentarse mi madre para animarnos.
No puedo evitar sentir un pinchazo fuerte en la garganta que por unos segundos me deja sin respiración, mas no dejo que el dolor se apodere de mi mente, cierro los ojos y me concentro en la voz del comentarista.

Tan solo son necesarios cinco minutos para que tras la pequeña charla de nuestro entrenador y el árbitro principal, de comienzo el partido.

Mis 6 compañeras se posicionan para dar comienzo al primer saque, que termina como punto para Italia. 

Me siento en un banco junto a la mitad de las jugadoras de mi nación, y ahora si me doy la libertad de poner en marcha mis cascos.
La melodiosa voz de The Weeknd inunda mis oídos y me doy el capricho de poder cerrar los ojos tan solo unos segundos.

Aunque intento no pensar en nada de lo ocurrido desde hace siete meses, no puedo olvidar en la situación en la que me vi envuelta tras la pérdida de mis padres. Mi hermano mayor Theo no está en mejor situación que yo.

Todo esto fue un gran balde de agua fría para nosotros, quizá, pero solo quizá, todavía más fría para mi.

Todavía recuerdo y anhelo el tacto de mi madre cada día, con cada uno de los abrazos de oso que me daba o todos los momentos divertidos entre mi padre y yo. También, cada vacaciones familiares que tuvimos y que nunca olvidaré.

Pero ahora solo son recuerdos, y son los que me ayudan a seguir adelante día a día, aun sabiendo que no los veré nunca más.

Siento una suave presión en el hombro, por lo que salgo de mi ensimismamiento y presto atención.

Tras una corta charla con mi entrenador, en la que me dice que me prepare porque voy a salir, me pongo en pie, me quito los cascos y la chaqueta y comienzo a calentar alrededor de la pista.

La presión se acumula en mi cabeza por lo que me veo obligada a parar un momento, mirar hacia arriba y rezar una oración.

Tras un minuto decidí que ya es momento de seguir con el trabajo y sigo con los estiramientos sin forzar demasiado los músculos.

Tras el pitido de descanso, me reúno con mi equipo y nuestro entrenador traza en una pizarra blanca portátil nuestros próximos movimientos.

La jugadora de nuestro equipo que sale se me acerca y me desea suerte, solamente asiento mientras ella va a por una botella de agua. Solo me queda mirarla ya que en los últimos meses, durante mi ausencia se cerraron contratos donde traían nuevas jugadoras al equipo, y por ende yo no me sé su nombre.

Suspiro antes de entrar a la pista y tras persinarme, escucho el ruido rompe-tímpanos del público y la gruesa voz del comentarista.

- El medio tiempo acaba querido público, en el equipo italiano, sale Andrea Fenneti y entra la muy esperada rematadora Valentina Moretti. -espeta el locutor.

Tras la breve presentación el público se vuelve loco lo que me provoca todavía más agonía. 

Mis compañeras se acercan sigilosas a mi mientras hacemos un pequeño corro donde nos deseamos suerte mutuamente, tras esto, comienza el partido.

En cuanto suena el silbato, olvido mi nombre, quien soy y lo mal que me encuentro para centrarme al cien por ciento en el partido. Juego sin importar el dolor, tanto de mis rodillas como de mis antebrazos, juego sin dudar ni un segundo en lo importante que es este partido para nosotras y me sacrifico en cuerpo y alma para demostrar que soy capaz de esto y de mucho más y para recordarme a mi misma lo mucho que valgo.

Es en estos momentos en los que olvido mis penas y concentro toda mi rabia y tristeza en la pelota.

Cuando el pitido final suena, me doy cuenta de nuestro resultado, 3-0 por lo que junto a mis compañeras cogemos a nuestro entrenador y lo lanzamos en volandas como signo de felicidad.

A penas son dos horas las que tardo en llegar a casa y todavía la adrenalina recorre mis venas.

Aunque me he golpeado en la pantorrilla derecha y me han dicho que me tome unos días, eso no puede quitarme la alegria.

Recibo cientos de mensajes en mis redes sociales y a penas unos cuantos en mi Whatsapp, me tomo la libertad de responde cada uno de ellos en un largo rato, pero es el ultimo el que me deja estupefacta.

Mi hermano, de quien llevaba sin saber, mínimo 7 meses, me ha llamado 3 veces y me ha dejado una cantidad inmensa de mensajes.

Malo.

Algo me gusta de ti | ERIC GARCÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora