Fin. Natalie

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Tras unos días, Loreen, Ale y Käärijä se habían marchado y yo volví a Londres junto a Kamila. Ya en Londres, había pasado poco más de una semana desde que Zahra y yo nos habíamos despedido, habiéndose quedado ella en París. Habíamos decidido ir poco a poco, no queríamos volver a hacernos daño. La herida era reciente y pensé que necesitaríamos digerir todo lo que había pasado.

Mi casa seguía igual, la flores en su sitio, su imán en la nevera y nuestra foto en el salón. Aunque sentía que nada era igual, me habría gustado que lo fuera. Que las cosas se hubieran dado de otro modo. Seguir siendo las de hacía ya unos meses...

—¿En qué piensas? —me preguntó Kamila sentándose a mi lado en en sofá mientras yo miraba mi foto con Zahra.
—No es nada Kam...
—¿La echas de menos?
—Un poco... Quizá fue un error decirle que nos diéramos algo de espacio... Creí que era lo mejor...
—Pero...
—Pero me encantaría tenerla aquí, siento que la distancia me mata... Soy incapaz de dejar de pensar en ella. Ojalá ese imbécil no se hubiera metido.
—Le ha despedido.
—Lo sé, me lo dijo... Se merece no volver a conseguir trabajo en su vida.
—Estoy de acuerdo. ¿Has visto lo que ha hecho?
—Sorpréndeme...
—Ha concedido una entrevista repleta de mentiras dejándola por los suelos.
—¿Y ella ha contestado?
—Ha subido algún post cómico. En la industria se sabe que Julian solo está mi entiendo por rencor, nadie le hace demasiado caso.
—Es como un niño pequeño intentando llamar la atención.
—Exactamente. Lo que diga ese imbécil no le repercutirá, sus fans la quieren y sus amigos también.
—Sí...
—Y tú también.
—Pues sí... Es mi penitencia.
—¿Penitencia?
—No me gusta sentir que tengo debilidades, Kam.
—¿La consideras una debilidad?
—Sí... Algo así... Es que no recordaba lo que era querer de este modo.
—¿Y por qué no vas a buscarla?
—Porque creo que necesitamos espacio.
—Eso no es verdad, la única razón por la que no vas es que eres una orgullosa.
—No es orgullo Kam. Es que no quiero agobiarla.

Kamila rodó los ojos y abandonó el salón.

Pasé el día encerrada en casa, cuadrando fechas, firmando discos para enviar, coordinando conciertos, revisando canciones... Mi única salida fue mi paseo de la tarde para ver el atardecer junto al Thames.
Observé cómo el sol bajaba lentamente tiñendo el cielo de colores espectaculares. Rosados, naranjas, violetas y azules eran los predominantes. Compré unas bandejas de sushi y volví a mi casa, en la que se encontraba aún Kamila para cenar junto a ella y ayudarla con el resto.

—Has traído la cena, gracias cielo —me dijo poniendo la mesa y sirviendo la bebida.
—No hay de qué. Ambas estamos agotadas, cuanto antes continuemos antes acabaremos.
—¿Has hablado con ella hoy?
—No. Ayer nos preguntamos qué tal nos iba.
—Sois incorregibles.
—Vamos poco a poco...
—No me cuentes historias, vivíais juntas.
—Sí, pero se han roto muchas cosas de por medio.
—Pero no tiene que ser así. Es que no soporto veros sufrir si lo que de verdad deseáis es estar la una con la otra de nuevo.
—Ojalá algún día vea la vida con la facilidad con la que tú lo haces...
—Es que lo es... Es tan corta... Tan efímera... La vida se nos escapa entre los dedos como granos de arena sin que nos demos cuenta...
—Ay Kam...
—Sabes que tengo razón, Nat.
—Lo sé... Quizá me compre un vuelo a parís... Así le daré una sorpresa...
—¡Sí! —exclamó. —Es la mejor idea que has tenido en meses. ¡Menos mal!
—¡Eh! —exclamé haciéndome la indignada. —¿Cómo que la mejor idea que he tenido en meses? ¿y qué hay de mi álbum?
—Oh vamos, eso no cuenta, es trabajo —rió. —¿Cuándo te irás?
—Kamila, relájate. No lo sé. Por ahora solo sé que nos quedan discos que firmar.
—Vete mañana, yo te cubro.
—¡Kamila!
—Apuesto a que Loreen me apoya —declaró.
—No me cabria la menor duda —reí.

Entre risas terminamos la cena y posteriormente continuamos trabajando en todo lo que teníamos que hacer. Kamila abandonó mi casa poco antes de la media noche y yo aproveché para adelantar algo de trabajo del día siguiente. Estaba demasiado agotada para recoger todo por lo que opté por procrastinar el orden y me senté en la moqueta del salón con mi portátil. Quizá Kamila tenía razón. Busqué vuelos a parís siendo el más próximo al medio día del día siguiente. Era una locura, pero por una vez supuse que haría caso a Kamila en relación a temas románticos.

Compré el pasaje sin pensarlo demasiado y ni si quiera fuí consciente de cuando me quedé dormida en la moqueta.

Caros golpes en mi puerta me hicieron sobresaltarme. Estaba sentada en la moqueta, en la misma posición en la que me había quedado dormida, con el ordenador sobre mis piernas. Miré instintivamente por la ventana dándome cuenta de que aún era de noche. Tras mirar el reloj, lo confirmé. Eran a penas las cuatro de la mañana, no entendía quien podría estar al otro lado de mi puerta a esa hora.

Dejé el portátil y me levanté lentamente para dirigirme a abrir. Observé durante una milésima de segundo por la mirilla quedando atónita y abrí de inmediato.
—Pero... ¿qué haces aquí? —pregunté intentando ocultar la emoción que se extendía por todo mi cuerpo.
—Bueno... Lo del tiempo ha sido idea tuya, lo hemos intentado a tu manera... Pero creo que ha sido una idea pésima —rió antes de besarme con ansias mientras tiraba de ella para cerrar la puerta detrás de nosotras.
—Estoy de acuerdo —dije sin separarme de ella.
—Te he echado de menos.
—Y yo... —dije acariciando su rostro. —Te me has adelantado. Justo hace unas horas compré un pasaje a parís para el medio día.
—¿Bromeas? —preguntó.
—Para nada. Pero ya no necesito ir ahí tengo todo lo que quiero, todo lo que necesito —dije antes de volver a unir nuestros labios en lo que fue un profundo y prolongado beso.

FLOWERS IN THE BACKSTAGE (La Zarra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora