Capítulo 12 ··· L

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West Coast ··· OneRepublic

Estaba amaneciendo. No sé cuántas horas llevaba corriendo, lo único que sé es que me desperté en torno a las siete y que necesitaba salir a correr, o simplemente a dar una vuelta. Pero era más fácil usar la excusa de ir a correr. 

No podía parar de dar vueltas en la cama, los pensamientos rondaban por mi cabeza sin parar, haciendo que no pudiese dormir. Escenarios ficticios pasaban por mi mente, escenarios en los que salía Bianca. 

La verdad es que no cambiaría por nada del mundo los dos últimos días vividos. Me lo había pasado demasiado bien con ella y los demás en la barbacoa, había sido un día que recordaré siempre, a pesar de mis constantes idas y venidas, de mis momentos buenos y malos... Por no hablar de Pietro, me había sorprendido gratamente, es un buen chico la verdad, y ahora que puedo confirmar que no tiene pensamientos extraños con Bianca me cae aún mejor, creo que podríamos llegar a ser buenos amigos. 

En mis AirPods sonaba una canción de One Direction que no conocía, pero me estaba encantado. Estaba pasando esta semana durmiendo en casa de Carlo, quería pasar el menor tiempo posible yo solo, bueno yo y mis múltiples pensamientos. Carlo era ese tipo de persona «buena vibra», la cual hace que estés feliz, creo que todos debemos de tener a ese tipo de persona «buena vibra». 

El sol en la cara por la mañana me estaba sentando de maravilla, hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien, tan vivo, tan yo. Me echaba mucho de menos. 

Una vez en casa de Carlo lo primero que me encontré, para variar, fue a él limpiando como un loco las micro bacterias inexistentes que habitaban en la casa. 

—¿Qué haces? ¿Limpiando de nuevo?—Jugando al ajedrez con la fregona, ¿no me ves? 

—De veras Carlo, deberías ir a terapia, tu obsesión con la limpieza no es normal —ataqué. —¿Puedes dejarme tranquilo? La casa está super sucia, llevo dos días sin limpiar a fondo. No le contesté, y me tiré en el sofá, poniendo los pies queriendo encima de la mesita de la sala de estar. 

—O bajas los pies de ahí en tres segundos o te los cortaré a bocados —me amenazó—. Además, vete a la ducha, estás sudando. 

—Carlo, eres odioso —respondí levantándome del sofá para dirigirme a la ducha. 

—¡Echa la ropa sucia al cesto de la ropa sucia, no me dejes en el suelo como haces siempre! 

—¡Vale Mamá! —Grité una vez dentro del baño. 

Una vez duchado y totalmente vestido, un olor a huevos revueltos llegó a mi nariz, Carlo estaba haciendo el desayuno. Ante semejante olor salí del baño a toda leche, las tripas comenzaron a rugirme sin parar. 

—Bua bua, te amo Carlo —lo besé varias veces en la mejilla al pasar por su lado.—Quita coño, cállate la boca y come —dijo apartándome de un manotazo. Me senté a su lado y comencé a masticar en silencio, mirando al tostador fijamente. Los huevos revueltos estaban de maravilla, Carlo les echa como una especia especial que les da un toque maravilloso. No miento cuando digo que es una auténtica maruja. 

—¿Y bien...? —Tomó la palabra. 

—¿Y bien qué? 

—¿No vas a contarme nada de la fiesta? —Preguntó metiéndose un trozo de huevo en la boca. 

—No pasó nada en la fiesta —mentí. 

—Ya, por eso dormisteis Bianca, Pietro y tú en la misma cama.No contesté y bebí un trago de zumo de naranja recién exprimido, aunque no me gustase. 

Un Giro en 90 GradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora