Capítulo 20: Incomodidades

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Le ayudé a Anne a servir la cena, agradezco que mamá y Mike hagan conversaciones porque sino fuera por ellos estuviéramos todos callados.

—¿Te sientes bien? —me pregunta Gadreel en un susurro.

—Si, es solo que no tengo mucha hambre —respondí, también en un susurro.

—Seguro es por el embarazo—respondió—Tranquila, estoy segura de que el postre te caerá mejor.

Lo sonreí agradeciendo sus atenciones.

—Vaya, pareciera que el padre fuera el —murmuró Kayler a mi otro lado, sarcástico obviamente.

Rodé los ojos y lo miré.

—Al menos él está pendiente —recriminé—No como otros...

—¿Te refieres a mi? Cuando quiero estar pendiente y atento lo único qué haces es decirme groserías y recordarme todo lo que he hecho mal en tu vida.

Suspiré profundo porque no quiero empezar una pelea aquí y ahora así que no respondí.

—No le hagas caso —murmuró Gadreel, este ya se había acabado su comida. Yo ni había empezado. Estaba muy rico pero no tengo hambre, lo de Kayler me tiene incómoda, saber que está enojado conmigo. —Está celoso.

—¿Sabes que te está escuchando verdad? —lo miré.

—Lo sé.

—Carolina, ¿que pasa? No has comido nada —me dice mamá.

—No tengo mucha hambre —respondí.

—¿Te sientes bien?—inquiere Thomas.

—Solo ha estado indispuesta estos días, más nada. —respondió Anne por mi, lo cual agradecí.

—Me parece extraño, Carolina, pero esta bien, ya tendremos tiempo para hablar tu y yo.

—Papi, ya no quiero comer, estoy llena —le dijo Kylie a Kayler.

—Está bien.

—Recogeré la mesa —nos dice Anne, prácticamente ya habían terminado de cenar así que también le ayudé a Anne a recoger los platos. —¿Le dirás a tú madre del embarazo? —quiso saber estando las dos en la cocina.

—Todavía no, mamá es muy intensa y no quiero que me esté cuidando de más. Además, todavía ni yo misma me lo creo.

—Ten —me dio un pedazo de pastel.

—Gracias —lo tomé y empecé a comer—Hmm que delicia.

—Yo lo hice.

—¿En serio? Anne, esto es lo mejor que he probado. —la elogié, porque es verdad, este pastel es lo más rico que me he comido en toda mi vida. —Te felicito.

—Gracias, cuando estoy sola me gusta cocinar y hacer galletas.

—Deberías de tener tu propia cafetería, Anne, te iría muy bien.

—¿Tu crees?

Asentí.

—Solo si tú eres mi socia —me dice, a lo cual yo me reí. —¿De que te ríes? Es buena idea, piénsalo bien: cafetería y librería al mismo tiempo. Yo me encargo de los pasteles y galletas y tú de los libros.

—Suena genial, si tan solo pudiéramos hacerlo.

—Deberíamos. Ya me emocioné.

—Se necesita plata para poner algo así. Mucha.

—Bueno, sí, pero tenemos nuestros ahorros. Piénsalo, Carolina, sería genial que tuviéramos nuestro propio negocio.

Lo pensé: Anne tenía razón, no era mala idea, todo lo contrario, era algo bueno para ambas. Una forma de distracción, de poner en práctica nuestros estudios y, si nos va bien, tener dinero por nuestra propia cuenta.

Embarazándome del lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora