XVIII

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Miguel no lo admitiría en voz alta, pero comenzaba a agradarle aquel par de jóvenes que en ocasiones eran demasiado revoltosos para que los soportara. Se paseaba por su oficina con una taza de café caliente mientras daba pequeños sorbos para no quemarse, parecía que aquel sería un buen día; las anormalidades estaban al mínimo, no había casi nada de lo que tuviera que encargarse y el cuadro de su hermosa hija llenaba de alegría la consola de control sobre la plataforma del moreno. Quizá lo que le desagradaba era que los jóvenes habían conseguido su numero y ahora se encontraba intentando no romper la taza mientras su celular no dejaba de vibrar por los mensajes que enviaban dentro de un maldito grupo donde lo habían metido. Intentó salir en varias ocasiones, pero lo metían de nuevo o lo buscaban para molestarlo personalmente.


No estaba seguro del todo en que momento les permitió invadir su espacio sin que le molestara tanto, al fin la curiosidad le hizo ir hacia el dispositivo móvil para ver cuantos mensajes tenía sin leer.


— ¿403? Deben estar bromeando. – Dijo para si mismo abriendo el chat enviando "resumen en 10 palabras o menos" sin detenerse a leer los demás mensajes. Nunca lo hacía, en la oficina. Ya que regresaba a casa se tomaba el tiempo de leer toda la conversación, pero en su mayoría eran imágenes que no entendía, pero que a los otros tres causaba bastante gracia.


"Reunión, películas, comida, tu casa." – Decía el mensaje y el moreno alzó una ceja, ¿reunión en su casa? Lo meditó por unos minutos sin darle una respuesta a los otros. Ni loco permitiría a ese par de tornados entrar a su hogar y no sabía que tan cómodo se sentiría dejando que el castaño entrara en su espacio privado como lo era su hogar.


— De ninguna manera. – Se dijo en voz alta dando un sorbo a su café.


De ninguna manera y una mierda, Miguel frotaba su rostro frustrado mientras revisaba por quinta vez el lugar; había regresado temprano a casa para limpiar por completo, incluso se tomó el tiempo de preparar una habitación donde contaba con un proyector para ver cualquier película en la pared como si fuera una enorme pantalla. Colocó algunos cobertores lo suficientes mullidos en el suelo para que pudieran sentarse o recostarse mientras miraban lo que quiera que pusieran, algunas almohadas, sabanas e incluso frituras así como bebidas en su alacena y refrigerador. Miró la hora y se preocupó por milésima vez, no era un niño pequeño, pero el miedo de que no se presentaran estaba presente. Bajó la mirada a su ropa sintiéndose tonto de haberse puesto su pijama de una vez; una camisa blanca de manga larga de algodón y unos pantalones del mismo material holgados grises. El sonido y la luz de un portal abriéndose detrás de su puerta le puso nervioso de golpe, pero intentó disimularlo lo mejor que pudo. Dio un rápido vistazo al espejo acomodando un poco su cabello antes de abrir la puerta encontrándose con los tres que cargaban una almohada cada uno y que ya estaban preparados con sus pijamas.


— Se nos hizo algo tarde. – Se disculpó el castaño por los tres, el moreno solo se hizo a un lado mientras los invitaba a entrar cerrando la puerta después de que entraron.


— Es diferente a como lo imaginé. – Dijo Pavitr mientras miraba alrededor un tanto decepcionado de que no hubiese casi nada y los muebles como paredes eran en colores blancos o beige.


— ¿Así? ¿Como lo imaginaste? – Los guio hasta la habitación donde verían las películas recibiendo halagos de los jóvenes que se apresuraban a subirse en los cobertores.

Y si... ¿No fuera valiente?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora