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Agosto 18, 2014.

Camila había pasado toda la noche en vela, esperando que saliera el Sol. Desde su nuevo cuarto poco veía a sus compañeras, pequeñas viajeras en el cielo que siempre le hacían sentir bien. La vida se había vuelto difícil desde que salieron de Platypus, desde que ya no estaba él.

Su oportunidad para ser una nueva chica estaba frente a ella, sin que nadie la reconociera, sin ser la sombra de él. Sus compañeras le aconsejaron empezar una nueva vida, sin decir una palabra, solo con el brillo que emitían. Los grillos chirriaron su dolor, acompañando la mañana fría que poco a poco se iluminaba.

Los amaneceres eran hermosos en Thalattina sin importar de donde se vieran. A efecto contrario, en lugar de anunciar el nuevo dia y llenar de energía a Camila, los pequeños rayos risueños le dieron la paz que su cuerpo necesitaba para poder descansar. Poco a poco sus ojos cedieron al cansancio y como nunca en los últimos meses, durmió.

Los campos de girasoles eran preciosos en otoño, las nubes bailaban pronosticando una buena cosecha. Sentada en el pórtico de la cabaña, la joven Camila sonreía al ver las olas pasar. El verano había volado alto dejando en su lugar al pequeño. Con las nubes sobre ella escuchó a su madre gritar.

—¿Dónde estas, mi niña? —se escuchaba a lo lejos— ¿Dónde estas Camila?

Quiso levantarse con los pies llenos de plomo, intentó correr sobre la arena hecha lava.

—¿Dónde estas, Camila? —Volvió a escuchar.

Las gaviotas se rieron al verla, los cangrejos nadaron hacia el mar, cada segundo en la playa se sentía nada mientras escuchaba a su mamá.

Con toda la fuerza que podía ofrecer, logró caminar, formando trampas de hielo. Corrió al liberarse de la cabaña que poco a poco dejó atrás. La arena calentó su corazón, se derretía el fuego, la brisa acogedora con tintes de limón la acogieron para bailar un danzón.

La libertad sabía a fresas, su libertad sabía a fresas. Con el viento moviendo su cabello y sus pies cansados de escapar supo que tenía que tomarse un descanso. Se recostó cerca de la costa, esperando volverse una con el mar, sus pies sentían el agua fría que hacía juego con su tacto, los cangrejos bailaron hacia ella, sonreían solo de verla. El Sol le dió la paz que necesitaba y una vez más, volvió a cerrar sus ojos negros.

La noche era fría en Thalattina y en Platypus el frío se sentía más, tratando de acomodarse se cayó de la banca y fue ahí donde abrió los ojos, solo para notar el llanto de su mamá. La realidad le pegaba como un balde de agua fría, mie tras él seguía en la casa, vio sus maletas a lado de ella y sintió el pavimento mezclado con pasto artificial, todo había sido un mal sueño, no habían logrado salir de ahí y con su apellido estampado en la cara las opciones se agotaban.

Se levantó del suelo, escuchando el sonido de la soledad que de ratos se mezclaba con los sollozos detrás de aquel árbol. La noche estaba vacía, pero poco a poco se llenó de Gerald Way.

Despertó en su cama con su celular retumbando para ella, era tarde y si no se apresuraba llegaría tarde a la escuela. Se levantó de golpe con el corazón a mil, daba gracias a la vida que todo fuera orquestado por su miedo y aunque no caía del todo en la realidad, no tenía mucho tiempo si planeaba empezar bien.

Solo con pensar en relacionarse sentía una presión en su corazón, sus amistades en el pasado me habían pagado mal. Gracias al trabajo de su padre todas las personas que alguna vez se mostraron sinceras volteaban la cara, Camila dejaba de importar cuando obtenían un autógrafo o peor, cuando con ayuda de ella los demás padres se acercaban a su papá. Ser hija de Henry había sido su maldición en vida y esperaba no llevarla más en la nueva ciudad.

La Ley de Camila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora