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—Liz te va a matar cuando se de cuenta de que te escapaste. —Dijo Alfred en todo de burla.

—Estaré bien. —Respondió Luke con seguridad.

Luke viajaba en el auto de Alfred como de costumbre, sentado en la parte de atrás. Sentía la brisa mover su cabello y la libertad en cada milla recorrida, lo único bueno de trabajar para los Fraser era tener a Alfred en su vida.

Hace años que conocía a los chicos, eran los únicos en la industria que sabía que no tenían interés económico pues ellos tenían más. La vida como artista podía ser muy solitaria y Luke lo sabía de primera mano, más de una vez las personas se le habían acercado solo para quitarle lo poco que había logrado. Desde que su fama escaló a nivel mundial con su nuevo álbum el rubio se volvió más arisco y desconfiado, sumando la paranoia que Liz había sembrado en él al decirle que todos eran paparazzis disfrazados. Con Alfred y Dylan todo era diferente, si bien no era su lugar seguro, podía ser él mismo sin pensar que terminaría en las revistas amarillistas pues cada uno sabía de los muertos que cargaban como caja de seguridad, si uno caía los demás también.

—Elizabeth nos matará a todos. — Respondió Dylan.

—Vamos chicos, me lo gané. Hice todo lo que me pidió Liz, realmente le hice caso a ese estúpido productor.

—¿Quién te tocó? —Preguntó Alfred.

—Warren.

—Ese idiota siempre quiere tratar todos los proyectos de Liz, es un imbécil. Si ella tuviera bolas las estaría lamiendo en todo momento, quiere su aprobación siendo solo un jodido productor y Liz le da entrada, me caga, no sé porque sigue trabajando ahí.

—¿Estás celoso de que pasa tanto tiempo con Liz?

—¿Que vamos a hacer? Saben que Elizabeth me da más miedo que la misma muerte Luke, ¿Qué haremos cuando nos descubra? —Comentó Dylan.

—Nada, no haremos nada, además, tú aún me debes un gran favor, nunca olvidaré que te acostaste con las amigas de Camila.

—¿Camila?

—La chica con la que se fue Luke ayer, habla de las chicas del club... Mm, la del pelo negro y la bajita —dijo Alfred—. Alta, hermosa y la otra de piel de candela, las chicas...

—Ah, esas chicas... —se sonrojó— Por favor no vuelvan a hablar de ellas.

—Ni siquiera se acostó con ellas —se mofó Alfred—. No tuvo la fuerza, pero yo les arregle la noche.

—Como sea, no me importa lo que hagan con quien quieran.

—¿Tú te acostaste con la chica? —preguntó Dylan.

—¿Con Camila? No, no la quiero para una sola noche.

—¿Entonces para qué?

—La conozco hace mucho, y no me acostaría con ella. Ustedes no lo entienden.

—¿Tampoco tuviste una erección? —Cuestionó Alfred, mofandose.

—Ella es más que solo tener una erección, pero ustedes que sabrán. No todo en la vida es sexo ¿Saben?

—¿Qué, te gusta?

—¿Cuando han visto que me guste alguien?

—Elizabeth. —Comentó Dylan.

—Al único que le gusta Liz es a Alfred.

—Es que ella está muy buena. —Agregó Alfred.

—Ya, no es mi tipo. Acelera más hombre, que si Liz nos atrapa antes de llegar a Platypus Dylan se cagará de miedo.

La Ley de Camila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora