25

114 31 0
                                    

Agosto 3, 2019.

El manto estelar cobijaba al chico de hebras de oro encrucijado, a su lado, la chica vestida de noche sonreía sin parar. Miró sus grandes ojos negros y le tembló el alma; su piel de avellana, el cabello al hombro y su sonrisa de estrellas le hacían dudar, no entendía como era posible que una diosa hecha persona se fijará en él, siendo un simple mortal. Bajo las estrellas, tirados en el pasto se sintió volar, era ella, lo sabía. Tomó su mano y cerró los ojos, queriendo guardar su olor para él. Podrían soltar un rayo de una botella y él seguirá sintiendo la misma electricidad de Camila.

Pronto, el mismo sol lo cegó, llevándolo al abismo. Pequeños puntos blancos esparcidos como pintura alumbraron su oscuridad, miles y miles se dejaron ver para él. Enfocando la vista pudo notar que eran personas, abucheando su presencia, encima del escenario el rubio no encontró lugar. Gritos cada vez más fuertes venían de sus pequeñas compañeras, el odio salpicó hasta sus venas. Temeroso por la vida, se sintió atrapado una vez más, acompañado solo de su guitarra vieja quiso bajarse, para notar que estaba encadenado. Con pánico trato de mostrar la calma, nadie podía notar su vulnerabilidad. Sentado en el piso, con los reflectores sobre él, sonrió. Los gritos pasaron de abucheos odiosos a porras con felicidad, se sintió pleno hasta que alguien le tocó la espalda, una figura monstruosa y humanoide se dibujó para él, oscura como azabache con dientes grandes de petróleo, lo tomó con sus manos frías para tragarlo de un solo bocado.
Sin posibilidad de escapar, cayó por mi años en el vacío infinito, como en espiral su vida se derrumbó. Las cadenas lo ahorcaban, la muerte le sabía a plata.

—Levántate, pedazo de porquería. —dijo Liz mientras destapaba el cuerpo desnudo de Luke.

Esperaba encontrarlo con alguien ya que él no había contestado ni una sola de sus llamadas, para su sorpresa en esa cama solo estaba él.

—¿Qué te pasa Elizabeth? ¿Estás loca? No me molestes hoy, no tengo energía. —Intentó cubrirse con la sábana, pero ella se lo evitó.

—Levántate, tenemos que ir al estudio.

—Agh, ¿Qué hora es?

—Son las cuatro de la mañana.

—Mierda —se cubrió la cara con las manos—. ¿No crees que es muy temprano hasta para ti?

—Tu día está lleno hoy, cariño. Me has quedado mal todo este tiempo, tienes que grabar las nuevas canciones, tienes sesión fotográfica a las siete y una entrevista a las diez.

—¿Canciones?

—No juegues hombre, ¿Si escribiste las canciones? No he tenido tiempo de revisarlas, no pasa nada, las revisaré junto con a Warren.

—¡Ah! —volvió a tomar la sábana y se tapó— No puedo ni disfrutar mi sábado, esto es explotación laboral.

—Tú elegiste ser artista, así que soporta las consecuencias. —Arrancó la sábana un vez más.

—Por favor Elizabeth, apelo a tu humanidad, déjame dormir diez minutos.

—No, vámonos ya. Toma tus vitaminas, date una ducha y vamos.

—Dilo como es, no porque le llames vitaminas cambiará el hecho de que me haces drogarme. Como sea, no tengo nada con que estimularme.

—Llamaré a Román, que nos alcance en el estudio. Apresurate Lucas sino quieres que Roberto entre y te lleve a la fuerza.

—Ay, cada día me caes peor Elizabeth.

—El sentimiento es mutuo, cariño.

[...]

La Ley de Camila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora