27

111 27 0
                                    

Marzo 29, 2020.

La cuidad poco a poco se volvía desértica, eran casi nulos los negocios que se rehusaban a cerrar. Como si fuera apocalipsis las fronteras estaban llenas, familias completas querían escapar en auto, en bici o hasta caminando; otros solo acompañado de sus mascotas: perros, gatos, roedores, peces, aves y uno que otro animal ilegal; pequeños estudiantes aún con uniforme dejaban atrás los internados para volver a su hogar; malaventurados uniforme azul y blanco no podían escapar, al contrario, estaban llegando; los hospitales se preparaban para las multitudes como en otros países, era cuestión de tiempo que la bomba estallara; los que no huían alzaron las banderas de Thalattina en los techos de sus hogares, preparados como en la guerra de los treinta años; soldados cuidaban las fronteras, hospitales y civiles.

Luke miró las noticias acostado en su cama, preocupado por todo y por nada. Tenía a su lado lo que más le importaba y en la escuela a su chica mapa, o tal vez ella ya se había ido a Navelus, como fuera, pensó que ella estaría bien.

Las escaleras podrían ser largas, sobre todo si no había un final. Entre piso y piso miraba el vacío, gris infinito, ni una sola nube. Llegar a ese lugar abandonado fue lo único que le devolvió la esperanza, salones sucios, paredes manchadas, y el contante sonido de la soledad era solo para él. Subió y bajó, una y otra vez, caminó por los pasillos, atravesó cada una de las habitaciones, sin saber exactamente que buscaba.

Los días eran largos cuando se trataba de invierno, el frío consumía más allá que la ciudad. Cansado de no llegar a ningún lugar, se sentó en el piso. La idea de subir lo más alto y saltar por cualquier ventana lo acompañaba, querer escapar de una realidad que él mismo había deformado era su martirio diario. Mirando la pared grafiteada quiso encontrar un consuelo, qué podía hacer él sino escapar de todos los sueños, Navelus Marei era difícil de cargar.

—Viniste. —Dijo una voz del otro lado de la pared.

No tenía que voltear para saber que era su sombra, en una ciudad abandonada el único idiota que regresaba era él.

—¿Tenía otra opción? —Respondió sin ánimos.

—¿Que haces aquí? Creí que nos habías abandonado.

—Lo hice, hace años...

—¿Entonces?

—Ah —tragó saliva antes de continuar—. Todo está mal, esto está mal... Mi vida, mi entorno, soy solo una farsa. ¿A dónde vas cuando tienes miedo? No existe un lugar donde pueda ir, no soy bienvenido en ninguna parte.

En lugar de aire había tristeza, recuerdos vueltos ceniza se volvían a quemar. Sentirse expuesto era lo que más odiaba, tener ese miedo constante de que lo iban a dañar, no sentirse seguro ni en sus propios sueños. Escapar de él mismo era la tarea más difícil, con su armadura de cristal engañaría a cualquiera pero al caer el sol volvía a ser preso de su mente.

—Eres bien recibido donde están las personas que te quieren. —Respondió la sombra después de un rato.

—¿Dónde?

—Con nosotros.

—No estoy tan desesperado para quedarme aquí.

—No tienes que hacerlo, eres nosotros, somos de ti.

Se puso de pie para buscar la salida, él había creado el laberinto y sabía bien como salir. Su lugar seguro era muy sombrío, curioso para recurrir a el desde que era un niño. Bajó por las escaleras, queriendo tintar los tonos grises de azul, el infinito significaba más que solo un ocho, mucho más cuando los escalones parecían no tener final.

La Ley de Camila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora