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Enero 19, 2015.

La llovizna caía por toda la ciudad, nubes cargadas de odio se concentraban para empapar a aquel pequeño. Tirado en el suelo, tocando el frío pasto con su piel él trataba de no soltar lo que quedaba de su carrito.

Temeroso por la lluvia la tomó como suya, el miedo que sentía al ver a los dioses lanzar rayos era poco al que su vida le causaba. Estaba exhausto, confundido y enojado, la vida había sido difícil desde el primer día que llegó. Sus azules permanecían cerrados, esperando siempre lo peor. Poco importaba si se enfermaba, una palabra más y se ataría la cuerda al cuello.

La lluvia la sentía como mil agujas clavándose en su piel, ardiendo en un infierno que se había congelado supo que el frío también quemaba. Pocas fuerzas lo acompañaban después de haber gritado toda la noche que lo dejaran entrar, la resignación le susurraba en el cuello "déjalos ir".

Como una sombra vestida de ayer, apareció el hombre para guiarlo al bosque. Sin decir una palabra en todo el camino él lo llevó, tomando de la mano al pequeño perdido se sintió más seguro que nunca. Las estrellas jugaban a las escondidillas mientras la Luna apenas si podía brillar, el denso bosque le aterraba más que los mil demonios en su casa pero fingiendo ser fuerte el pequeño ingresó. Ramas chocaban contra sus piernas y sonidos aterradores se sentían en cualquier lugar, los ojos de lo desconocido lo miraron fijamente, el terror invadió su cuerpo encontrando el único consuelo en la mano de aquel hombre que lo sostenía fuerte.

—¿Que hacemos aquí? —Se armó de valor para decir, obteniendo nada como respuesta.

Temeroso pero confiado siguió sus pasos hasta el pequeño lago en el corazón de su mundo. Las copas de los árboles impedían la lluvia atacar, como hace años se volvió a sentir en casa. Caminando por lo que sintió fueron siglos, llegaron hasta aquel roble con brotes de rosas en sus pies, el camino lo alumbraron las luciérnagas llenas de curiosidad.

—Los sueños no solo tienen cabida en la noche, Luke.

Sorprendido, sus ojos brillaron como astros, mirando hacia la noche el pequeño sintió el calor de aquel hombre.

—¿Koli?

[...]

—¡Camila! —Dijo Calum con una gran sonrisa.

Era la hora del almuerzo, ella estaba sentada sola en una mesa con su bandeja enfrente y su limonada con mantequilla a un lado. El moreno se acercó a ella con su uniforme de fútbol, traía tierra en las calcetas y sus tenis sucios.

—Calum —sonrió, mientras separaba las albóndigas de su espagueti—. Creí que aún estarías con los chicos en la cancha.

—El entrenamiento terminó temprano y tengo algo que contarte —se sentó enfrente de ella—. Es muy importante.

—Dime.

—Hablé con el entrenador. Como sabes, Camila, entreno desde secundaria y estoy en el equipo desde mi primer año. Después de nuestra práctica, el entrenador me llamo a su oficina..

—Ajá. —Dió un sorbo a su limonada.

—Él dice que soy de los mejores jugadores, Cam... —bajó la voz— Me dijo que puedo aplicar para una beca.

—Que bueno Calum, estoy muy feliz por ti. —Mordió una albóndiga y frunció la nariz. La carne tenía el sabor impregnado de la pasta.

—¿Recuerdas la universidad North Lake? Es la escuela a la que siempre soñé asistir, pero no podía permitirmelo, si me gano la beca tendría casi todos mis estudios pagados.

La Ley de Camila Donde viven las historias. Descúbrelo ahora