Capítulo 3

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—Adivino..., no te interesa mi clase —habló Bengoa, quien se sentó en la banca vacía frente a mí y recargó un brazo en el respaldo.

—La clase, sí, su clase, no —repuse, aún con la atención en la hoja.

Me lanzó otra mirada de desaprobación, la cual advertí a pesar de no haberla visto, y se levantó directo al frente del aula para seguir la explicación sobre arteterapia.

Pasa lo mismo que en la mañana: percibo las miradas cercanas, incluso algunas a lo lejos, sin la necesidad de ver a las personas a los ojos.

Respecto a las palabras de Bengoa, me tomé la libertad de hacer caso omiso al tema desde que lo mencionó. No creo que los estados de ánimo o personalidad sean una cualidad libre, pues se acostumbra clasificarlos por género; hablo de la inquietante y atractiva temeridad de un chico, por otro lado, las encantadoras expresiones de las chicas, mismas que siempre portan muy a pesar de lo que haya en el fondo de sus almas. Lo he visto en las lecturas que la profesora de literatura dramática pide cada semana.

En fin, con respecto a Olive y Marina, no conozco a ciencia cierta lo que las motiva, en cambio, sé que, sin importar que llevan la amabilidad por delante, no moverían un dedo por alguien que no sean ellas mismas y mucho menos si no van a obtener nada a cambio.

Lo que intento decir es que todo eso del patrón de personalidades, control sobre ello y Terapia de recreación, es una completa pérdida de tiempo.

No es que no me guste el arte como terapia, sucede que no puedo evitar recordar los exámenes psicológicos, o cuando dentro de las actividades en grupo teníamos que dibujar a otros internos. Una vez, uno de ellos hizo un retrato de mí, el cual no tenía ojos y dijo que se debía a que mi mirada le provocaba pesadillas, incluso, si por él fuera, me habría arrancado los ojos...

Justo en el momento en que apreté los párpados, sonó el timbre, de modo que los volví a abrir.

Guardé el único bolígrafo que había sacado, doblé la hoja y también la metí dentro de la mochila, la cual me colgué en la espalda y salí antes de que Yale me volviera a interrumpir el camino.

Los pasillos ya se encontraban atiborrados de pasos apresurados. Todas las mochilas cargaban a una persona enfrente, ansiosa de desayunar, cambiar de clase, o bien, escapar del Liceo.

Al final del camino está mi casillero, nada más que esperé a cualquier grupo para caminar detrás de ellos y que estos me abrieran el paso.

Luego de dejar guardadas mis cosas, fui directo a una máquina expendedora, donde compré un paquete de galletas de chocolate tipo sándwich con crema en medio. Me dirigí al solitario pasillo de la biblioteca, tomé asiento en el piso y destapé las galletas. Saqué una, la separé, recogí la crema y la tiré en el bote de basura a un lado para nada más comerme la galleta seca.

Se supone que no debería estar aquí y mucho menos con alimentos, pero me iré hasta que me digan que lo haga.

Cuando me estiré hacia el bote de basura para tirar otro poco de crema, a lo lejos vi venir a Vivian junto con el chico del gorro, Ulises. Ambos se detuvieron frente a mí, algo que esperaba no hicieran.

—¡Hola! —saludó ella con una enorme sonrisa que me permitió ver un frenillo en su encía.

—Hola —contesté en voz baja y sin despegar la atención de mi galleta.

Tomaron asiento con las piernas cruzadas, justo donde estaban de pie. Yo no les pedí que se quedaran, no obstante, su expresión decía que esperaban a que yo dijera algo, aun si no tengo nada. Todo lo que sucedió es que comencé a tensarme.

[2] CCC_Catarsis | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora