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Obligado a escuchar las arcadas que resonaban en el elegante cuarto de baño con suelos y paredes de mármol, Aidan Gallagher maldijo en silencio a su conciencia.

Aunque se le estuviese revolviendo el estómago y le doliese la cabeza, no podía dejarla sola. Apartó la vista del espejo, que reflejaba su rostro algo somnoliento, cerró el grifo, y escurrió la toallita que había empapado.

-Eh, preciosa… - Llamó a la pobre criatura que estaba de rodillas junto al inodoro. - ¿Te encuentras un poco mejor? -

La joven levantó la cabeza y bajo el revuelto cabello castaño sus ojos lo miraron antes de tomar la toallita empapada que le estaba dando.

-Aryan...

-Aidan. - La corrigió él, reprimiendo una sonrisa a pesar de lo irritado que estaba consigo mismo.

Ella apenas tuvo tiempo de decir «Necesitamos un abogado» antes de que le sobreviniera una nueva arcada.

Una visita a un abogado no era la mejor manera de empezar una luna de miel, pero aquella tampoco era una situación normal. Habían pasado varios minutos desde que el cálido cuerpo acurrucado en la cama junto a él emitiera un gemido y no precisamente de placer, y saliera corriendo al baño, pero no acababa de encajar los borrosos recuerdos de la noche anterior.

Sin embargo, a juzgar por el anillo en su dedo y el anillo en el de ella, aquello era una pesadilla hecha realidad.

-Cada cosa a su tiempo, nena. Cuando te encuentres mejor ya nos preocuparemos de eso. - Ella asintió antes de vomitar de nuevo. Dios...¡menudo desastre! Pensó Aidan masajeándose la nuca con la mano mientras miraba a su esposa de arriba abajo. Doce horas atrás su sonrisa y la frescura de su belleza lo habían cautivado y, aunque en ese momento la pobre estaba hecha un desastre, acudieron a su mente recuerdos fragmentados de la noche anterior. Una chica normal y corriente que parecía haber escogido esa noche para soltarse el cabello; le había parecido que podrían divertirse un poco. Lo que no acababa de entender era cómo había acabado echándosela al hombro, con ella riéndose y diciéndole que estaba loco, y la había llevado a una de esas capillas por las que era famosa Las Vegas, y se había casado con ella. Había tomado unas cuantas copas de más, sí, pero... _____ se giró en ese momento, y Aidan bajó la vista a la ceñida camiseta fucsia que llevaba, la misma que había llevado la noche anterior, cuando se había chocado con ella. Estampado en blanco y con letras bastante grandes, la camiseta decía: QUIERO UN HIJO TUYO. Eso era lo que había llamado su atención. _____ alzó la vista vacilante hacia Aryan...Aidan, que tenía el ceño fruncido, volvió a bajarla para mirar el anillo de diamantes en su dedo...y volvió a vomitar en la taza del inodoro. ¡Se había casado con un extraño! ¡Y se había acostado con él! Y lo único que recordaba de su "noche de bodas" era el peso de él sobre ella y su frustración intentando desanudarle la corbata mientras se desvestían el uno al otro. Y allí estaba, de rodillas en el cuarto de baño de una suite de hotel, echando hasta la última copa, con aquel hombre de espectador. ¿Podía haber una situación más humillante? Le había dicho que la dejara sola, pero se había quedado para asegurarse de que estaba bien, como si sintiese que tenía que interpretar el papel de buen marido. Aquel pensamiento casi la habría hecho reír si no fuera porque aquello no tenía ni pizca de gracia, y porque no podía dejar de vomitar. - Ya no puede quedarte mucho dentro. - Dijo él a sus espaldas.

-Yo diría que no queda nada. - Gimió ella. - Ahora sólo he echado líquido. Imagino que será la forma de protestar de mi estómago. -

-Bueno, desde luego está dejando claro que está molesto. -

Aquel toque de humor hizo que _____ volviera a mirarlo. Era alto, y no porque ella estuviera arrodillada en el suelo. Y estaba fuerte, como los músculos del pecho, el abdomen, los hombros, los brazos y las piernas bien definidos, pero sin parecer un toro inflado, como un culturista. En cualquier caso, estaba en forma, de eso no había duda. Y encima tenía esa clase de belleza clásica, de nariz recta, pómulos elevados y, en conjunto, unas facciones tan atractivas que de pronto se encontró preguntándose cuánto tiempo llevaba mirándolo...arrodillada junto al inodoro en el que había estado vomitando.

No, aquello difícilmente podría ser más humillante. Pero daba igual. Aquel tipo con su cara de Adonis no entraba en sus planes. ¿Y qué si era guapo, o tenía sentido del humor, o que se hubiese casado con él?

El orgullo la hizo levantarse del suelo, aunque con cierta torpeza porque estaba deshidratada de tanto vomitar y porque llevaba demasiado rato arrodillada. Las piernas no le respondían como debían, y sintió que las rodillas le cedían antes de que dos fuertes manos la agarrasen por debajo de los brazos, sujetándola para que no se cayese.

-Gracias. - Murmuró azorada cuando hubo recobrado el equilibrio.

-No hay de qué. - Respondió él, y tras una pausa añadió: - Supongo que es una de las ventajas de tener un marido cerca. -

Ella asintió. Estaba exhausta y abrumada por la situación, y aunque tenían que hablar no se sentía preparada para hablar de lo ocurrido la noche anterior, de los trámites que tendrían que hacer para conseguir la anulación de su matrimonio.

Antes necesitaba darse una ducha, enjuagarse la boca y lavarse los dientes. Y cambiarse de ropa, pensó bajando la vista a su camiseta.

Luego, por seguirle la broma, respondió:

-Sabía que había alguna razón por la que me había casado. -

La suave risa de él hizo que girara la cabeza para mirarlo y, al ver la sonrisa en sus labios, dejó de ser el extraño junto al que se había despertado esa mañana para transformarse en el hombre con el que tenía el vago recuerdo de haber compartido la cama la noche anterior.

¡Ay, Dios...! ¡En menudo lío se había metido! Lo único en lo que podía pensar era en que tenía que conseguir, y cuanto antes, salir de él.

𝐀 𝐥𝐚 𝐌𝐚𝐧̃𝐚𝐧𝐚 𝐒𝐢𝐠𝐮𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] (𝓐.𝓖.) [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora