𝐀 𝐥𝐚 𝐌𝐚𝐧̃𝐚𝐧𝐚 𝐒𝐢𝐠𝐮𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 [ᴀᴅᴀᴘᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ] (𝓐.𝓖.) [✓]

１０

Un momento, ¿qué...?

-¿Estás...chantajeándome...con sexo? -

-No lo sé… - Murmuró él apartando un poco sus caderas de las de ella. - ¿Funcionaría? -

Sí, ya lo creía que funcionaría.

-Por supuesto que no. - Mintió.

Aidan bajó la mirada a sus labios.

-Pues es una lástima. - _____ exhaló un suspiro tembloroso.

-Mira, Aidan, esto no me deja pensar con claridad y... -

-Lo comprendo. - La interrumpió él; - Dame los tres meses que te pido y así podrás pensarlo tranquilamente. - Sin embargo, antes de que pudiera plantearse darle siquiera tres minutos, la boca de Aidan volvió a asaltar la suya con un profundo y sensual beso con lengua, tentándola de nuevo a dejar a un lado sus recelos y claudicar. Jadeante y con el corazón latiéndole como un loco, _____ sacudió la cabeza, y empujó suavemente a Aidan para apartarlo. No podía claudicar. - _____… - Murmuró él, con los ojos nublados por el deseo. Esa mirada... - Vamos, nena, no huyas; sentémonos en el sofá y hablemos. - _____ tragó saliva y dio un paso atrás, y luego otro. Necesitaba alejarse de él, necesitaba espacio para respirar, para pensar. Giró la cabeza hacia el sofá, y en un abrir y cerrar de ojos se encontró imaginándose las escenas más íntimas con ellos dos de protagonistas. Últimamente había estado leyendo demasiadas novelas eroticas/románticas. - Mantendré las manos quietas. - Le aseguró. _____ lo miró, allí de pie, con la camisa medio desabrochada, y al entrever su torso desnudo, con esos músculos tan bien definidos, nuevas fantasías volvieron a asaltarla y se le hizo la boca agua.

-Ya, seguro que sí. -

Y, aunque mantuviera las manos quietas, tal vez no fuera eso lo que más la preocupaba.

-¿No me crees? Si te quedas más tranquila siempre puedes atarme las manos. - Aidan se quitó la corbata, que colgaba desaflojada de su cuello, y se la tendió con una sonrisa lobuna. - A menos que prefieras... -

-¡Ni lo menciones! -

No, decididamente no eran sus manos lo que la preocupaban. Y con los pensamientos lujuriosos que estaban cruzando por su mente no estaba segura de poder volver a sentarse en un sofá, y mucho menos en ese.

Se dio la vuelta y obligó a sus pies a moverse en dirección al dormitorio. Entró en el cuarto de baño, se desnudó, se metió en la ducha y giró el mando hacia el lado del agua fría con la esperanza de que eso disipara todas aquellas fantasías sexuales.

Cuando el agua helada se le clavó en la piel, como un millar de agujas, soltó un chillido, pero tuvo el efecto deseado y recobró la cordura. ¡Por Dios!, había estado a punto de acceder a...habría accedido a cualquier cosa. A seguir casada con él, a irse a vivir a otro estado... Sin embargo, aún con aquella manta de agua fría cayendo sobre ella, no podía pensar en otra cosa más que en los increíbles besos de su marido, que prácticamente la habían consumido. Un gemido involuntario escapó de sus labios, y levantó el rostro hacia la regadera de la ducha, obligándose a poner su mente en blanco.

-¡Dios, esos ruidos...! No sabes cómo me gusta cuando los haces. - ¡El pestillo! Pensó _____ abriendo los ojos de golpe y dando un respingo. Ni siquiera se le había ocurrido ponerle seguro a la puerta. Se giró al tiempo que se enjuagaba el agua del rostro con las manos, y a través del cristal transparente de la mampara vio a Aidan apoyado en la pared, con esa media sonrisa impertinente en sus labios. - ¿Qué estás haciendo ahí dentro, cariño? -

-Intentando aclarar mis pensamientos. -

Aidan enarcó una ceja y se apartó de la pared, recorriendo su cuerpo desnudo con una mirada depredadora. No había ningún sitio donde esconderse y el cristal transparente de la mampara no la tapaba nada, pero extrañamente no se sentía acosada. De hecho, casi diría que se sentía cómoda; nunca se había sentido así con ningún otro hombre.