(EDITANDO)
𝗜𝗡𝗠𝗔𝗥𝗖𝗘𝗦𝗜𝗕𝗟𝗘 | Sin saber cómo, Haganaki Hyeon regresa a sus días de juventud en el año 2005 junto con su hermano Takemichi, con el propósito de salvar a la novia de este de un futuro bastante trágico donde la Tokyo Manji se ve...
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Capítulo veintidós; TIEMPO DE CENAR.
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HYEON NO PODÍA DORMIR. Y BUENO, en su situación, ¿Quién podría hacerlo?
Hace un par de horas había llegado de su “visita forzosa” de la guarida de Valhalla, con la cabeza vuelta un lío y muchas preguntas. Takemichi y ella no hablaron de nada en su regreso a casa y cada quien se encerró en su habitación.
Tomó su teléfono de la mesita y observó la hora. 12:45am. Con su fuerte suspiro, lo dejó en su lugar y se levantó de la cama para ir hasta la ventana.
Kazutora era un miembro fundador de la ToMan, y ahora tenía a otro de su lado, a Baji. Ambos habían asesinado al hermano mayor de Mikey, ese del cual el rubio habló muy nostálgico la segunda vez que se vieron. No lo podía creerlo. Toda esta situación la tenía mareada, las cosas eran mucho más serias de las que pensó.
Muertes, sangre, peleas y torturas. Creyó que eso venía del futuro pero se equivocó, también pasaba aquí, en el pasado, dónde se supone que todo eran diversión de adolescentes.
Escuchó su teléfono vibrar desde la mesita. Con cuidado de no caerse, fue hasta él y abrió la tapa, notando el nombre de “Mikey” iluminando su rostro.
Había estado ignorando sus últimos mensajes de texto. ¿La razón? Puro despecho sin motivos. Ella solita se había creado sus ilusiones con el comandante de la ToMan, así que culpa del rubio no era, pero aún así, ella no podía evitar sentir cierta rabia hacia él.
Y sobretodo hacia ella misma.
Oprimió el botón verde para aceptar la llamada y llevarse su teléfono al oído. No podía seguir con su inmadurez.
—Hola, Mikey.
—¡Su majestad ha decidido honrarnos con su presencia! —fue lo primero que el rubio dijo al escuchar la voz de la chica.
—He estado ocupada. —mintió descaradamente.
—¿Cómo para no contestar los mensajes? Di la verdad, ricitos, ya no me quieres, ¿no? —habló con su típico tono juguetón, ese que la volvía mensa,— Me rompes el corazón, pequeña ricitos de oro.
La de rizos no pudo evitar soltar una suave risa,— No seas dramático. Lo siento, ¿vale? Te compensaré después.
