CAPÍTULO V

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"La verdad siempre duele"

El Coronel se encontraba sumergido en la bañera, sus pensamientos lo invadían, deber, responsabilidad. Aún resonaba en su cabeza como campanas de un destino el cual era inevitable.
El amor, esa iba a hacer la más difícil de todas, pues en su corazón no había lugar para ese sentimiento absurdo, la guerra lo había formado para ser recto y no tener ningún sentimiento de por medio, pues eso podía llegar hacer una debilidad y él no estaba para tener debilidades, tendría que conseguir una esposa, solo para cumplir con su responsabilidad de que el castillo Gilbert tuviera una señora, cumplir con sus deberes maritales, dar un heredero para seguir con su legado. Encontrar una señorita el cual no albergue ningún sentimiento por él iba a hacer una tarea "muy difícil".

Esa seria con la cruz que debía cargar, escapar de tales sentimientos como si fuera un ser completamente vacío, debía cargar con el peso de las expectativas hacia sí mismo, representar la fuerza que por tanto tiempo hizo presente a otros. Debía cargar con una vida que poco a poco iba perdiendo. Él se estaba perdiendo, estaba lejos, muy, pero muy lejos en ese entonces, cargar con un peso tan grande como lo eran, los sentimientos no parecían precisos.

El amor más grande que podía llegar a tener era de su propio padre, ese hombre lo era todo. El tipo de guía que hoy en día pocos tienen, el tipo de persona que te hace sentir menos perdido. Y, lamentablemente, también lo estaba perdiendo. Como cada vez que perdía algo en las guerras. Sin embargo, este era el tipo de guerra que jamás podría superar. Porque hay guerras que no se ganan, solo se pierden. Solo queda sufrir por ellas o superarlas de a poco. Siempre recordando las secuelas de aquel dolor.
Una vez abierto los ojos, respiro profundamente, con un alma que parecía estar cansada, pero decidida a aceptar sus responsabilidades como el heredero del castillo Gilbert.
Mientras salía de la bañera, el agua le recorría el cuerpo en gotas como si estas le estuvieran acariciando su cuerpo desnudo, este hombre radiaba sensualidad y ferocidad a la vez, una combinación letal, para cualquiera que lo estuviera mirando, mientras se secaba con la toalla.

—¡Coronel!—Se escuchó fuera de la tienda.
El Coronel, miro en dirección en donde provenía aquella voz, mientras los músculos de su mandíbula se tensaron. Pues sabia quién estaba llamando. Mientras salía de la tienda, pudo mirar de frente al General Carmott.

—Coronel... ¡Esto aquí para felicitarlo!—Expreso el General, mientras fingió una sonrisa.

—General, es muy amable de su parte, pero la guerra termino gracias a todos nuestros hombres que lucharon para salvar a su nación. Es curioso que otras personas no sean como ellos, que prefieran la traición por ambición. —Proclamo el Coronel mientras, su boca se curvó en una sonrisa y lo observaba a los ojos de una manera que se podía leer como malicia y diversión.

—¿Qué está queriendo decir con eso, Coronel? ¿Por qué mejor no nos dejamos de hipocresías y hablamos claro?. —Expreso el General mientras su expresión se mantenía sería.

—Es excelente, como a mí me gusta hablar. Estoy enterado de sus negociaciones con el Embajador del reino de Mayorm, la verdad, es que no me sorprendió. Habiendo de por medio grandes riquezas para ustedes.

—Lo que sí me tomo por sorpresa fue que querían niños y jóvenes para explotarlos como esclavos, teniendo en cuenta de que usted tiene en casa dos hijas. Unas jóvenes señoritas... Solo quedaría preguntarle si realizaría tales actos con ellas también o ¿Solo será a todo el reino?. Dígame general, elige mentir en mi cara o confirmar lo que ya sé. —Expreso el Coronel mirándolo directamente a los ojos, mientras de tras de él, ya se encontraba todo una jauría de lobos hambrientos, con el deseo desenfrenado de poder clavarles los colmillos a aquel traidor.
El General solo lo observaba de manera fúrica, cerro los puños con fuerza, mientras la ira se iba asentando en su ser y crecía de manera elevada. Todo parecía ir en aumento, de repente, él ya no poseía el control, si es que alguna vez lo tuvo. Por esta vez fue despojado de aquel manto de seguridad que tanto solía portar con orgullo. Ahora, solo era un hombre perdiendo una pelea que le arrebataría todo lo que una vez tuvo y lo que considero tener. Porque solo era eso, en este punto, un simple hombre.

La dama fea: Corazón EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora